Algún punto del valle de Katmandú, 01/04/2.011.
Tras pasar con más pena que gloria por Tansen (Palpa), me dirigí a Lumbini, lugar de nacimiento de Siddartha Gautama (Buda, para los profanos en el tema budista), que nació aquí en el 536 a.C. El pueblo son, literal, dos calles: la carretera y una perpendicular. Así que cuando vi las ruinas de la antigua ciudad, el lugar donde nació Buda y los templos que están construyendo allí las diferentes congregaciones budistas del mundo, estaba todo hecho.
Tomada la decisión de abandonar Lumbini, me planteé dirigirme hacia Bandipur… pero a última hora, lo desestimé: demasiados parecidos con la descripción de Tansen, que tanto me decepcionó. Y barajando diferentes alternativas, pensé que lo mejor era volver a Katmandú: al menos allí hay más cosas que ver y hacer. De hecho, desde la capital aún quiero visitar Bakthapur, Bodnath y Patan. El problema era que el camino se presentaba maratoniano.
Me despierto a las 7.45 y tras desayunar, el camarero me indica que el único autobús que va a Katmandú directo, sale a las 7 de la mañana… Por tanto, debo coger uno hasta Bairahawa y, allí, otro hasta Katmandú. En este primer autobús, conozco a Johana, una chica indonesia que lleva algunos meses viajando de centro espiritual a centro espiritual, meditando,… ahora se dirigirá a Dharamshala, de la que le he hablado maravillas (en noroeste de India). Tras hablar un rato, me invita a su casa y a hacerme de guía cuando esté por sus tierras, en el oeste de Borneo, frontera con Malasia. Me deja su mail y le digo que le escribiré.
Llego a Bairahawa. Me despido de Johana y monto en rickshaw. El chaval que lo lleva, suda la gota gorda para acercarme hasta la estación de autobuses por lo que, al final, le doy el doble de lo que me había pedido. Y justo al llegar, un hombre que me dice que si voy a Katmandú, que sale el autobús ya. Le pregunto y me dice que es directo, que a las 16 h. estamos allí. Genial, pienso… sólo 5 horas y media!!. Hoy es mi día de suerte. JA!!
Se suben una pareja alemana que me pregunta cuándo sale el autobús. 5 minutos, les digo. Poco después, efectivamente, salimos. Cerca de las 10.40 de la mañana. Al principio, apenas somos 7 u 8 personas pero, como es norma habitual aquí, los clientes suben y bajan casi sin detenerse el vehículo. Se va llenando. Y yo, que tenía dos asientos para mí donde poder sentarme de medio lado y aliviar la estrechez imperante entre asientos, pronto me veo limitado, como todo ser viviente en ese bus, a un asiento. Mis rodillas atrapadas con el asiento delantero. Un hombre de mediana edad se sienta a mi lado. La mujer de delante no deja de escupir por la ventana. Llega un momento que pongo mi mochila pegada al cristal para evitar que me salpiquen sus gotas. Más tarde, un tipo así estilo tarzán, con pelo media melena, puntas rizadas, que luce una camiseta NBA, de Tim Duncan, sube al autobús. Habla en voz alta y, deduzco, parece estar bromeando con la gente, con el conductor del autobús y con los que ayudan (equipajes, cobrando el billete, subiendo a gente al bus…).
Ahora que hablo de estos… curioso: cuando parábamos en alguna población, los tíos se bajaban a buscar clientes: “a Katmandú, señora… suba, que la llevamos”… joder, eran comerciales intentando convencer a la gente de que subieran al bus!!. Vamos, como si en Cuenca uno se bajara del autobús para subir a gente diciéndole: “señora, que vamos a Barcelona, suba, suba… “, así, como empujándole a subir. Flipante!!. Algunas de estas paradas se eternizaron… hasta 40 minutos conté.
En la primera que intuí larga, bajé porque necesitaba orinar. Pero había decenas de autobuses y aquí esto de la puntualidad y demás… así que tuve que salir corriendo para buscar un rincón apartado y hacer mis necesidades. Si salía el autobús con mis dos mochilas arriba mientras yo vaciaba de fluidos mi cuerpo, hubiera sido un auténtico drama. Por suerte, todo lo hago a tiempo.
El calor aprieta y el Tarzán de las greñas se ha sentado a mi lado. Tras las oportunas preguntas de rigor (de dónde eres?, es tu primera vez en Nepal?, has hecho ya trekking?), me explica que trabaja en Bahrein unos meses al año. Su inglés es limitado y yo no tengo muchas ganas de hablar, pero el tío es amable y me dibuja en su cartera de piel (en la piel!!!) el contorno de Nepal y el contorno de Bahrein…
Pasan las 14 h. Pasan las 15 h… y la carretera me parece lejana a Katmandú. Le pregunto al Tarzán y me dice que nos quedan unas 4-5 horas hasta llegar. Me lo miro con los ojos fuera de las órbitas… “Whattttttttttttttttt???”. El conductor me dijo que a las 16 h. estaríamos allí!!. Agggggggg… Eso implica que haremos unas horas de trayecto nocturno. En la Lonely Planet, que suele ser benevolente en sus comentarios, dice algo así como: “evite viajar en horario nocturno. Cada año se cuentan por centenares los nepalíes muertos por accidentes de tráfico en estas carreteras”. Empiezo a sentirme incómodo. Son las 17.30 y apenas acabamos de entrar por la carretera del Valle de Katmandú. Esta discurre bordeando el río, sobre unos precipicios de algunos centenares de metros. Si miro el paisaje, alucino. Es precioso. Si miro los adelantamientos del conductor, el borde de la carretera, que empieza a anochecer, que no tengo espacio dónde colocar mis piernas, que no he comido nada, que me estoy meando otra vez, que estoy sudando, la mujer de delante escupe… ufffffffff… Empiezo a agobiarme un poco bastante.
Anochece. En el interior del autobús, encienden una luz azul en el centro del pasillo. Las otras son verde, roja y naranja… Es como una discoteca con ruedas. La carretera, por delante, apenas se intuye. Cada adelantamiento te pone el corazón en un puño: se adelanta sin ver la carretera, no sabes si hay curva o no, si viene un coche, un autobús o un camión de frente… se hacen luces, se toca el claxon (“push honey” rezan todos los camiones en su parte trasera) y ale, a jugársela… Se pasa alguna ciudad que otra… Una parada más. Esta vez parece que será algo más larga, pues hay que descargar unas chapas de uralita que hay en el techo. Aprovecho para bajar corriendo, volver a orinar y comprarme un paquete de galletas que me aguante hasta Katmandú, por lo menos. Miro en el techo del autobús, para asegurarme de que mi mochila sigue allí. Efectivamente… Para mí, un milagro.
Vuelvo a subir a la estrechez de mi asiento. Me duele todo, no sé cómo sentarme. Leer, imposible con tanto vaivén y tanto traqueteo. El netbook no lo saco ni de coña. Dormir, una utopía.
Se suceden los pueblecitos, personas que caminan a oscuras por los bordes de la carretera; la luna apenas arroja algo de luz; claxon por aquí, claxon por allá, como si fuera una feria de pueblo; Por fin, algunos asientos vacíos… aprovecho y vuelvo a sentarme en uno de dos… La temperatura baja y yo voy en manga corta. Cierro la ventana, pero no hace más que abrirse con tanto traqueteo. Tengo frío ahora. Llevo ya 10 horas metido en este autobús. Una parada para cenar… a mí se me ha pasado el hambre con las galletas. El Tarzán vuelve a acercarse tras orinar, como es menester.
Tras la reanudación, acometemos la última parte de este duro viaje entre Lumbini y Katmandú, ascendiendo el último tramo del valle. El autobús circula muy lento cuesta arriba. Aún así, no cesa de adelantar camiones. Cuando llegamos a la cima, una preciosa estampa me compensa el viaje: todo el valle a oscuras, ninguna luz… excepto la de los vehículos que circulan por esta carretera: luces amarillas y rojas que se mueven lentamente ahí, abajo, describiendo, acaso intuyendo lo que es la transitada vía, como luciérnagas de noche… tramos sin luces, tramos con tres luces, tres vehículos que circulan buscando un destino, coincidencias temporales y espaciales… luces que se persiguen, se cruzan. Un espectáculo precioso visto desde la cima, pero extremadamente inquietante cuando eres el protagonista.
Llegó a Katmandú tras pasar 3 controles del ejército. Noche cerrada. Pasadas las 21 h. El conductor me dice que coja un taxi hasta Thamel, que no vaya caminando. Sí, sí, lo tengo clarísimo: no voy a cargar con las dos mochilas desde las afueras de la ciudad, que no conozco bien y a oscuras. Me llevan hasta Thamel. Pregunto en una guest house: 30 $ por noche… jajajaja.. Voy a un hotel: ya me piden 10 $... pero está lleno. Acabo en el que se hospedó Pahbra, la chica californiana. El tipo me pide 600 rupias (6 €) y me echo a reír. Tengo una amiga, le digo, a quien le cobraste la semana pasada 425 rupias. El tipo baja a 500. 450 rupias y me quedo. Muy bien… la habitación da pena, pero son casi las 22 h., he estado más de 12 horas tirado en la carretera, estoy muerto. Abro mi mochila y cojo mi saco-sábana (gracias, Tamar!!!... qué buen regalo!!). Me enfundo en él intentando alejarme de los dos mil quinientos mosquitos que pululan en esta lúgubre habitación. Vengo para estar 7 noches en Katmandú (tengo que visitar aún Patán, Bhaktapur y Bodnath) pero fijo que mañana me voy de este sitio.
Ahora… necesito dormir.
Buenas noches.
Buuufff... he patit llegint aquest relat eh! Eres dinno de admirá!!
ResponEliminaSort q t'acabes quedant amb les coses bones i tot queda en moments surrealistes superats...
Molta sort i ànims pels propers dies!
Lia.
eiiiii!!! amigo!!! no se que ocurre pero no aparecen mis comentarios!!! la semana pasada me puse al dia y te deje uno por cada articulo...y revisandolo hoy veo que no aparecen...algo hice mal...y todavía no se que es, espero que éste lo puedas leer!!!
ResponEliminacomo te lo estas currando ehhh...es como si estuvieramos haciendo el viaje juntos...jejeje!!! Increible...es como una novela a capítulos!!!
Sigue escribiendo, que estoy enganchado...ahhh!!! y es como si te viera en el autobús!!!! jejeej! que recuerdos!!
1abrazo amigo!!!
Saha!
LIA: jeje... sí, no va ser una experiència gaire positiva al seu moment. Ara, mirant enrera, queda com una anécdota. Què tal els teus jeroglífics vitals?. Jejejeje... Petons!.
ResponEliminaSAHA: pues pasará que no los publicabas bien, torpe!!. Me alegro de que te guste también el blog... Sí, qué recuerdos... pero piensa que en pocos meses tú estarás aquí (bueno, en Vietnam, pero para mí es "aquí", ya me entiendes) conmigo para vivir experiencias de estas, jeje. Un abrazo, noi!