Rantepao (Sulawesi), jueves 28/04/2.011.
Una de las cosas más interesantes de viajar es, sin duda, apreciar cómo en cada región, zona o país se entiende el mundo y todo lo que en él sucede de una manera que puede ser completamente opuesta a la tuya, lo que te exige tener una mente abierta, alejada de prejuicios y no posicionarte nunca en algo tan fácil y tan erróneo como el etnocentrismo. A menudo, por no decir en la mayoría de ocasiones, el maniqueísmo resultante de quienes viajan con la mente y los prejuicios occidentales puede llegar a ser ciertamente triste y desolador. Aquello de “buenos y malos, nosotros hacemos las cosas bien y estos son unos bárbaros, incultos y pobres, que tenemos que venir a salvarlos de su ignorancia, en la que nadan por no tener otra cosa a la que agarrarse. Viven en sus chocitas en este país que es un absoluto caos, sucio y pobre, mientras en mi país la gente vive en pisos y casas, la ciudad está limpia, hay buenos coches, cines, teatros, televisión...pobrecitos, vengo a verlos (como si fuera un zoo, añado yo) pero en realidad vengo a juzgarlos…”. Bien. Quien realiza un viaje a un país de los no considerados del primer mundo (incluso a algunos exóticos que sí son del primer mundo pero con una cultura totalmente alejada de la nuestra) y piensa semejantes barbaridades, cae en el etnocentrismo propio del ignorante viajero: aquel que se mueve esperando encontrar en India, Bolivia, Tanzania o Indonesia lo que tiene en su propio país. Nen, estás muy equivocado. Si no se viaja con la mente totalmente limpia, dispuesto a hacer el esfuerzo de tratar de entender el comportamiento, la cultura y hasta las creencias de quienes viven ahí, entonces mejor quédate en casa, mírate un documental de la 2 sobre culturas exóticas y no hagas el ridículo.
Y todo este prefacio, ¿para qué?, os preguntaréis. Bien, porque si no tienes la mente abierta y no eres capaz de observar a través de este modesto blog sin juzgar, mejor que no sigas leyendo esta entrada. Igual hay momentos en los que te arrepientes. Yo trataré de describir lo que vi, siendo aséptico y objetivo en el relato de los hechos y alejándome de estereotipos perniciosos. Y trataré de no caer en el morbo gratuito, simplemente relatar, explicar…
Avisad@s estáis…
Estos días en Rantepao (Sulawesi) estoy con Roland, un viajero sexagenario alemán, y una pareja también alemana. Lo de la pareja tiene mérito: salieron de Alemania en marzo del 2.010, en bicicleta. Cruzaron Rep. Checa, Austria, Croacia, Albania, Macedonia, Turquía, Kazakhstán, Turkmenistán y algunas repúblicas caucásicas más, China, Laos, Thailandia, Malasia y ahora Indonesia. Aún quieren ver Papúa y Australia antes de volver a Alemania, el próximo octubre o noviembre. Todo en bicicleta… Flipante, vamos.
Total, que con los 3 alemanes contratamos un Tour para ver un funeral Toraja así como algunos lugares de interés en la zona de Tana Toraja, en el centro de Sulawesi. Muy cerca de aquí, apenas a 3-4 horas de camino, hay ciudades que hasta hace 4 ó 5 años sufrían estallidos cíclicos de violencia e inestabilidad, propiciados por la rivalidad entre musulmanes y católicos. Era una zona a la que tenía pensado ir, de paso, camino hacia las Islas Togean, pero son casi 5 días entre ida y vuelta y aunque son un paraíso, lo he descartado finalmente. En fin, que a las 9 de la mañana (yo había dormido apenas 5 horas por ver el Madrid-Barça de Champions que, al final, sólo pude escuchar por radio y a saltos) nos pasó a buscar el guía con el conductor.
La primera parada era el funeral toraja, de una familia medio acomodada de la zona, donde llegamos apenas 20 minutos después. Como es preceptivo, llevábamos con nosotros un cartón de tabaco para regalar a la familia por asistir al funeral. Estos regalos suelen ser o tabaco o azúcar y es como una muestra de respeto hacia la familia. Tras buscar por varios caminos de tierra totalmente enfangados por la incesante lluvia de la noche anterior, encontramos el lugar. Aunque llevaba unas botas de trekking, fue realmente complicado no llenarse de barro hasta los tobillos… Llegamos al lugar donde tiene lugar la ceremonia. Y antes de describirlo, os daré cuatro pinceladas de la sociedad indonesia y de aspectos que condicionan el cuándo, cómo y dónde se celebra el funeral por un difunto.
En Indonesia, como en India y en algunos otros países, existe el sistema de castas. Actualmente se considera que hay 5 y es algo así como tu clase social y que no puedes cambiar en toda tu vida: naces en una casta y mueres en ella, por muy bien que te vaya la vida, por mucho dinero que ganes o pierdas, no cambias de casta. Por eso, dentro de cada casta podríamos hablar de algunas subdivisiones, pero no es el objetivo de esta entrada (disculpas…). Las castas determinan los derechos, privilegios y obligaciones que tienes o representas ante la sociedad y los límites a los que puedes llegar, por decirlo de algún modo. Y tu casta condiciona, casi indefectiblemente, tu posición económico-social. Así, cuanto más arriba estés, más dinero sueles tener, tierras, derechos y privilegios. Sí, lector inteligente, cuanto más abajo, menos dinero, tierras y derechos… Esto condiciona el funeral que se da a un familiar difunto.
El funeral al que asistimos es de un hombre mayor que murió hace unos 6 meses. Nos recibe su hija, a la que entregamos el cartón de tabaco. Se nos presenta. Su nombre estalla en mis oídos. “No puede ser”, pienso. “¿¿Este nombre en Indonesia??”.Tras presentarnos, el guía comienza a explicarnos algunas particularidades…
Estamos sentados dentro de una especie de choza cubierta, hecha con cañas de bambú. Hay varias, unidas las unas a las otras, formando una especie de cuadrado, que acaban produciendo un patio interior, con algún árbol, césped… En uno de los lados, hay una especie de torre, donde vemos lo que vendría a ser el ataúd. Las chozas provisionales (se montan exclusivamente para el funeral, desmontándose posteriormente) están elevadas como unos 50 centímetros. Cuando llegamos, hay algún que otro búfalo mediano por ahí y varios cerdos, unos libres, otros atados a cañas de bambú y con las piernas atadas con cuerdas y un cerdo en un fuego en medio del patio.
El muerto a quien se honra, murió hace unos 6 meses y aquí enlazo esto con el sistema de castas, porque dependiendo de tu posición social, puedes hacer el funeral antes o después. Si tu familia es de casta alta y buena posición económica, el funeral puede celebrarse a la semana siguiente. Si no, puedes tardar hasta un año en celebrarlo. Los motivos son económicos y de creencias: para honrar al difunto, la familia tiene que sacrificar varios búfalos y cerdos, que luego serán degustados por los invitados al funeral. Por tanto, si tienes dinero, puedes comprar esos animales rápidamente pero si no lo tienes, puedes tardar mucho tiempo. En algún caso, hasta un año. ¿Y qué hacen con el muerto todo ese tiempo?. Pues lo tienen en formol, en su propia casa. Un búfalo puede costar, pequeño, unos 800 €, el mediano unos 1.500 y los grandes hasta 10.000 €. Si contamos que es un país pobre en el cual la gran parte de la población no llega a ganar 80 € al mes, podéis hacer cálculos de cuánto pueden tardar en reunir: 3 a 5 búfalos en funerales modestos; 6 a 15 en funerales medios; más de 15 búfalos en funerales grandes. Sí, una fortuna, efectivamente.
En las diferentes “chozas” interconectadas, se van agolpando familias: niños, ancianos, hombres, mujeres… se fuma, se habla, se ríe, se espera, se juega a cartas… en el patio, el cerdo que estaba en el fuego, es depositado sobre unas hojas de palmera, es abierto y se le comienzan a extraer los órganos internos. Algunos de estos órganos troceados junto a algo de chile, pimientos y cebolla rellenan una caña de bambú que luego será asada y constituye uno de los platos típicos de la región: entrañas de cerdo cocinadas en caña de bambú. Cuatro o cinco hombres completan el descuartizamiento del cerdo en apenas 20 minutos. Trabajo de artesano, con grandes machetes.
El guía nos dice que el sacrificio de los búfalos no comenzará hasta dentro de unas dos horas, que podemos ir a ver las tumbas colgantes de las cuevas. Ahí nos dirigimos, los 3 alemanes, el guía, el conductor y yo. Tras pasear por un precioso pueblo Toraja, con sus típicas casas en forma de cuernos y alzadas algunos metros sobre el suelo, llegamos a una montaña, de cuya roca penden algunos ataúdes de madera, finamente labrados, pero muchos ya decrépitos. Se ven huesos humanos aquí y allá. Calaveras por todas partes. Aquí dos ataúdes. Allí arriba, tres más. Huesos de adultos y otros de niños, parece. El lugar es realmente chocante a mis ojos occidentales. Vamos ascendiendo y contamos como unos 20 ataudes, en diferentes puntos de la montaña, sobre pilones de madera. Calaveras en buen estado, con muchas piezas dentales y otras a las que les faltan muchas de esas piezas… Una visión algo siniestra a ojos occidentales, totalmente normal en esta cultura.
Volvemos al lugar donde se realiza el funeral, que puede durar de 2 a 4 días, según el dinero de que disponga la familia, la cantidad de invitados, el número de animales sacrificados, etc.
Llegamos justo a tiempo. 10 minutos después, el primer búfalo es conducido al centro del patio. Un joven, de unos 25 años, se acerca con un machete de considerables dimensiones. Agarra la cuerda que acaba en la anilla del hocico del búfalo. La levanta, obligando al animal a estirar el cuello hacia arriba. Ahí queda el animal a merced del humano, con su cuello despejado, listo para ser degollado, sin que el animal sepa cuál es su futuro. En un movimiento certero, el joven degolla al animal. El corte tranquilamente es de unos 15 centímetros y la sangre comienza a saltar a borbotones. El animal trata de correr, herido. Se dirige justo hacia donde estoy yo y lo detienen a apenas dos metros de mi posición. Otra cuchillada acaba por debilitar al animal. La sangre riega el fango y el césped y el animal cae desplomado. El rito se repite hasta en tres ocasiones más, con otros tantos búfalos. En poco más de 10 minutos, yacen cuatro búfalos muertos, sangrando en el enfangado patio. Toca despedazarlos, claro, pero antes se les despoja, diestramente, de su piel, de una pieza, sin romperse. Comienzan por la cabeza y la visión del animal muerto, sin piel en la cabeza, con los ojos negros perdidos en el infinito y el cuello rebanado es realmente impactante. La alemana no puede verlo. Se queda detrás nuestro. A medida que van cortando al animal, lo llevan a las improvisadas cocinas que hay en las esquinas del patio, donde las mujeres lo prepararán para la degustación de los invitados.
Al fondo, veo a un gran cerdo, al que han cebado, sin duda, que apenas puede caminar. Otro joven se acerca y tras dos puñaladas en el lado, derriba al cerdo, que se retuerce de dolor. Lo abren en canal y le extraen todos sus órganos internos. Un joven introduce sus brazos hasta el codo para dicha tarea, cruzando el patio con los órganos en una mano y chorreando de sangre…
Nos volvemos a despedir del funeral y vamos hacia las tumbas de los bebés, en un árbol. Tras muchas generaciones, empiezan a perder fuerza algunas tradiciones como esta (bodas entre personas de diferentes religiones, inmigración y emigración, etc.) y lo que contemplamos ya apenas es un recuerdo del pasado que apenas casi nadie practica: cuando un bebé de menos de un año moría, lo enterraban dentro de un árbol, un gran árbol, al cual le hacían un agujero, introducían al bebé allí y tapaban el agujero con una especie de puertas. La corteza del árbol, años después, haría el resto. Y así, vemos este árbol, bajo un diluvio de proporciones considerables, con unas 20 puertecitas pequeñas, donde debieron enterrarse a otros tantos bebés en tiempos lejanos.
Llueve. Diluvia. El día es gris oscuro, apagado. Se acabaron las excursiones por hoy. Me sumerjo en una serie de pensamientos sobre el día y pienso en lo diferentes que somos unos de otros y en la riqueza cultural y antropológica que hay dispersa por el mundo. Nosotros, que nos pensamos a menudo que no hay otra manera de vivir ni entender el universo, tenemos tanto de lo que aprender…
Te lo advertí: no iba a ser un post agradable.