Contacta conmigo.

Escríbeme a: sergi_rodco@hotmail.com (en el asunto haz constar "Blog").

dissabte, 2 de juliol del 2011

Crónicas desde el centro de Thailandia.

Sukhothai, 28 de Junio de 2.011.

Mi penúltima tarde en Bangkok la pasé con Celine, una chica danesa de origen coreano, a la que había conocido en Koh Tao y con quien volví a coincidir en Bangkok. El último día fui al mercado flotante de Damnoen Saduak, pero el error fue llegar a las nueve de la mañana, cuando las hordas de turistas acuden desde la capital, lo que confiere al típico mercado de flotante en una algarabía desordenada de turistas en una visión bastante decepcionante.
De ahí fui hacia Kanchannaburi, famosa por el puente sobre el río Kwai. Es necesaria una contextualización histórica para comprender lo que os explicaré más tarde. En la segunda guerra mundial, para los japoneses era un objetivo estratégico construir una línea ferroviaria que uniera Bangkok con Rangún (Myanmar, la antigua Birmania). Lo que en un principio pensaron que tardarían un año y medio, por las urgencias de los tiempos bélicos, se convirtió en la necesidad de acabarla en pocos meses. Así, mientras la urgencia no existía, las muertes de quienes trabajaban en su construcción no eran excesivas; con las prisas, las urgencias y la necesidad de acabar ya, las condiciones de vida empeoraron tanto para los civiles que trabajaban allí como, especialmente, para los prisioneros de guerra. Las consecuencias fueron unos 100.000 civiles muertos (birmanos, thailandeses, javaneses…) y más de 15.000 prisioneros de guerra (principalmente británicos, holandeses y australianos) corrieron la misma suerte. De esta masacre y triste historia, proviene el sobrenombre de el tren de la muerte. Una vez finalizado el trayecto, los aliados intentaron destruirlo y el puente sobre el río Kwai, en Kanchannaburi, fue objetivo prioritario. Los primeros intentos con bombas ordinarias, no fueron fructíferos y tras unos meses de investigaciones, se lograron bombas teledirigidas que acabaron por destruir en parte el puente. Semanas más tarde, y tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, Japón firmaba su rendición.

Con el paso de los años, las fosas donde fueron enterrados los prisioneros de guerra, fueron abiertas y trasladados los restos a tres cementerios distintos, donde las familias pudieron rendir un homenaje a sus seres desaparecidos para poder, de algún modo, cerrar heridas. Y todo esto, con apoyo de organismos internacionales. Chapeau… En España hay quienes se oponen a abrir fosas para buscar restos humanos de la guerra civil o la dictadura, alegando que eso es reabrir viejas heridas. Demagogia pura y dura para tapar según qué vergüenzas. Cuánto tenemos que aprender de tantos otros países (sin ir más lejos, en Nepal está legalizado el aborto y los mismos que se oponen a la memoria histórica se oponen, en virtud de sus principios morales, católicos y sectarios a la libertad individual). 

Cambio de tema que me enciendo…
En Kanchannaburi contraté un tour de un día para ver las Erawan Waterfalls, un rafting en barca de bamboo (que es realmente aburrido), montar en elefante (después de haber montado en India y Nepal, tampoco me fascinaba la idea ni fue especialmente emocionante), ver una cueva que servía de hospital de campaña durante la construcción del ferrocarril de la muerte, hacer un trayecto en una parte del trayecto que sigue funcionando y ver el puente sobre el río Kwai. 
Erawan Waterfalls.
Ese tour lo hice con una pareja vietnamita que viven en Noruega y una joven inglesa. A mí me recogieron el primero, en una mini-van de estas de 8 plazas. Cuando recogimos a la inglesa, va y ni corta ni perezosa se sienta justo a mi lado, cuando había un montón de asientos vacíos. Mi espacio proxénico, invadido así de inicio. El espacio proxénico es la distancia respecto a otra persona en la que nos podemos sentir cómodos y según sea la distancia, se califica de social, personal o íntima. Y en una situación así, lo último que esperas es que alguien se siente justo a tu lado, habiendo muchos sitios vacíos y sin conocerte. Es como si estás en un teatro para 100 personas, llegas el primero… y el siguiente va y se sienta justo a tu lado. Como mínimo, te sientes un poco incómodo porque piensas “joder, no tendrá asientos libres que tiene que ponerse justo a mi lado…”. Total, que la inglesa se había acostado 4 horas antes y el olor a tabaco y alcohol era evidente… de hecho, creo que iba todavía un poco tocadilla. Luego, fue calmándose y con ellos tres pasamos un día divertido, entretenido y hasta emocionante. En las Erawan Waterfalls, nos dejamos comer la piel por los peces que en ellas viven. Te comen la piel muerta, se te pegan y puedes tener decenas y decenas de peces pegados a tu cuerpo. La primera sensación es extraña y me atrevería a decir que hasta incómoda. Luego, te vas acostumbrando y hasta te hace gracia. También llegamos a una cascada con una cueva tras la cortina de agua, donde tras nadar unos 30 metros, nos introdujimos. Era como sentirse en una película y ponerse bajo el chorro de agua era como un masaje a presión importante.
Del bamboo rafting y el paseo en elefante, no cuento nada, que no es nada especial.
Las vías del tren de la muerte.
Finalmente, el tren de la muerte. Si no conoces la historia, te parece una vía de tren en un paraje precioso, junto al río, serpenteando por el valle… pero conociendo la historia, puede ponerte los pelos de punta pensar que aquellas vías, aquellos clavos, aquellas maderas fueron construidas por manos de cuerpos famélicos, muchos de los cuales murieron por las condiciones en las que vivieron, en un clima húmedo, con multitud de mosquitos transmisores de enfermedades tropicales, falta de higiene, alimentación escasa, etc. 

Abandoné Kanchannaburi con la sensación de que era una ciudad poco atractiva, cargada de historia, pero agradable para descansar y con interesantes excursiones por sus alrededores. 
Con Robin, Steffen y Li, recorriendo Ayutthaya.
En el camino hacia Ayutthaya conocí a Steffen, un joven alemán de 19 años. Y en la pensión donde nos alojamos, conocimos a Li, un chino de 24 años que ha vivido en Canadá y Australia, y a Robin, un holandés de 42 años. Al día siguiente, los cuatro nos dispusimos a recorrer la ciudad en bicicleta. Le dije a Robin que él podía hacer de guía, ya que era el mayor, con un poco de broma y buen humor. Steffen y Li, siendo más jóvenes, se dejaban llevar un poco más y yo me uní a Robin, quizás por la cercanía de edad. Ayutthaya, teniendo ruinas interesantes, tampoco es espectacular. Pero el día que pasamos los cuatro allí juntos, fue bonito. Lo mejor fue meternos en unos callejones de la ciudad y comer en un puesto callejero una sopa riquísima, tratando de hacernos entender con unas mujeres que no hablaban absolutamente nada de inglés. Y el lugar no era nada acogedor, pero comimos muy bien.
Ruinas de Ayutthaya.
En las ruinas de Sukhothai.
A Li igual me lo vuelvo a encontrar en Laos o Vietnam, pues nuestros caminos se cruzarán. Steffen volvía a Bangkok para coger un vuelo hacia Australia. Y con Robin, comenzamos una aventura juntos, que ya dura varios días…  Él y yo nos fuimos hacia Sukhothai, que como ciudad nueva no tiene ningún interés, pero tiene las mejores ruinas de Thailandia, muy cuidadas, rodeadas de lagos, grandes espacios verdes, preciosos árboles… Robin y yo alquilamos una bicicleta (como hicimos en Ayutthaya) y visitamos las ruinas del interior de las murallas y, después de comer, las del exterior, algunos kilómetros alejadas del centro donde no se veía ni un turista…

Parque arqueológico de Sukhothai.


Si venís a Thailandia y tenéis uno o dos días entre Bangkok y Chiang Mai, no os perdáis Sukhothai porque realmente merece la pena. 

Abandonamos Sukhothai para dirigirnos hacia Lampang… pero eso será en la próxima entrada.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada