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dilluns, 9 de maig del 2011

El hombre de los bosques...


Tanjung Puting, 7 de Mayo de 2.011.
 
Tras pasar más de 20 horas de viaje metido en dos autobuses para ir desde Banjarmassin a Pankalang Bun, pasando por Palanka Raya, llego a Kumai, lugar desde donde parten las embarcaciones para visitar el Parque Nacional de Tanjung Puting, el principal motivo por el cual he venido a Borneo y me he metido estas palizas de viaje: ver al hombre de los bosques.

Llego a Kumai y se me acerca un hombre de unos 40 años, diciéndome: “welcome, Mr. Sergio”. Me quedo un poco estupefacto de inicio, pero enseguida lo asocio a un nombre: Mr. Majid. Es un guía con una extensa red de colaboradores y con alguno de ellos traté en Banjarmassin, donde vi el mercado flotante, así que seguro que llamaron a Majid para avisarle de que venía con la intención de hacer el tour para ver los orangutanes. Éste me dice que hay otra chica española que está esperando a alguien para compartir la embarcación y los gastos: “Mrs. Ana”. Bien, perfecto. El precio es un poco más ajustado que el que me dieron en Banjarmassin (seguramente porque hasta aquí he venido yo solito) y aunque me sigue pareciendo un pelín caro, lo incluye absolutamente todo estos tres días y tendré una compañía con la que podré hablar en castellano , lo que también agradeceré. Me dice que en una hora empezamos, que va a buscarla a su hotel en Pankalang Bun. Yo aprovecho para ir al cajero automático y desayunar algo, aunque he dormido un total de unas 7 horas en las últimas dos noches: 3 horas tras ver el Barça-Madrid (pensé que durmiendo poco dormiría como un lirón en el bus… cagada pastoreta!!!) y apenas 4 horas más en el viaje en bus , estoy derrotado, pero bueno, voy a ver al hombre de los bosques, así que el cansancio pasa a un segundo plano.

Una hora y cuarto después, aparece Ana. Es de BCN y debemos vivir como a 4 kilómetros… Casualidades de la vida. Para ella este es su 4º día de viaje (yo llevo ya casi 2 meses) y luego irá hacia Bali, Sulawesi, Australia, las Fidji, Myanmar y quizás algo más, durante unos 7-8 meses. Ya veis: ¡¡la gente viaja, se mueve!!. Nos sentamos en la cubierta de nuestra pequeña embarcación. Junto a nosotros, Annan, el despistado guía, una cocinera y un joven ayudante que hace un poco de todo. Cruzamos la bahía y nos adentramos en un río que comienza a zigzaguear. Palmeras a un lado y a otro. Ni rastro de actividad humana. El río, color chocolate, es tranquilo. Ana y yo entablamos conversación sobre diversos temas y me dice que el precio es bastante ajustado, por lo que estuvo ella consultando en diversos foros y demás. En el trayecto, vemos algún orangután salvaje en los árboles cercanos al río. Detienen la embarcación y la visión es maravillosa…

Remontando el rio, en Tanjung Puting.
La primera parada, el primer campamento que visitaremos… según Annan, cuyo inglés es bastante justito y cuesta hacerle entender según qué cosas, los rangers alimentan a los orangutanes a eso de las 15 h. Miramos el reloj y falta un buen rato. Así que volvemos al barco y nos estiramos en la cubierta, a la sombra. Dormimos quizás una media hora. En este centro de rehabilitación, los orangutanes están en las primeras fases de su reintroducción a la vida salvaje, siendo alimentados por la mañana y por la tarde, en una plataforma dispuesta a un kilómetro y medio del embarcadero, en medio de la jungla. Pasan las 15 h. y seguimos ahí, esperando a que Annan se decida. Nos acercamos y le decimos que queremos ir a verlos ya, que han pasado las 15 h. Tras renegar un poco, emprendemos el camino los tres. Al poco rato me doy cuenta de que para mí puede ser una pesadilla: los mosquitos me van a devorar. Llevo unos pantalones piratas, las botas de trekking y manga corta: insuficiente del todo. Los mosquitos son insistentes y si en Barcelona nos quejamos del mosquito tigre, estos deben ser mosquitos-elefantes. Joderrrrrrrrrr… son enormes y los tienes a decenas, por todos lados.

Llegamos al claro donde está la plataforma en la cual alimentan a los orangutanes. No hay nada, ni nadie… Annan nos dice que aún no han llegado los rangers a alimentarlos. Pero si pasan 30 minutos de las 15 h.!!!. Dos días después comprendí que el problema era que en esta parte oeste de Kalimantan (el Borneo indonesio) es una hora menos que en la parte este y como Annan no se enteraba y yo no veía a nadie con reloj, pues fue un problema relativo, pues siempre llegábamos a los sitios los primeros.

Los mosquitos me devoran, literalmente. Debo haberme cargado como a 30, pero creo que han llamado refuerzos. Annan enciende un pequeño fuego para ahuyentarlos y me corta una rama de un árbol, para que me autofustigue y los espante. Así que en una mano llevo mi cámara y en la otra la ramita con la que me voy golpeando rítmicamente las piernas, la espalda, los brazos… pero no doy abasto. De hecho, los mosquitos se posan en la ropa y la atraviesan. Al día siguiente descubriré que sólo en la espalda debo tener como unas 15 picaduras, en los brazos ni las cuento y hasta en la cara. Ni Relec, ni ramita, ni ostias… En fin…

Al rato, escuchamos a alguien que imita la llamada de los orangutanes. Son los rangers. Aparecen y depositan en la plataforma de madera una cantidad importante de bananas. Se mueve un árbol a unos metros. El primer orangután… orangutana, más bien. Se acerca tímida, sube rápida a la plataforma, se llena la boca con 6-7 bananas y se esconde nuevamente en la espesura de la jungla. Al momento, aparece un gran macho. Este, seguro, confiado, orgulloso, dominante, se sienta en la plataforma y se da un verdadero atracón de bananas. Lo tenemos apenas a 5 metros y no hay nada que nos separa de él. La sensación es increíble. Emoción en cada poro (mosquitos a parte) por este espectáculo… Así estamos como ¾ de hora hasta que volvemos a la embarcación. 
El macho dominante, junto a la hembra timida.

Remontamos un par de kilómetros de río y detienen el bote en una orilla. Nos dan la cena y poco más tarde de las 21 h. pido que me saquen el colchón, que estoy muerto de sueño. Al principio, Ana iba a dormir en la punta de la embarcación y yo debajo del entoldado, pero cuando apenas llevo media hora le digo que si puedo salir ahí con ella, aunque estemos algo apretados, porque me estoy asando de calor, sudando literalmente dentro de mi saco-sábana. Obviamente, no puedo dormir fuera de él: mañana quedarían de mí los huesos. Nos apretamos un poco y cuando miro al cielo, es un espectáculo realmente fascinante: el cielo estrellado, nos cubre, nos acuna, nos observa. Te sientes tan pequeño viendo todas esas estrellas ahí arriba. No hay luces alrededor, simplemente estrellas y la luna, que aportan luz suficiente para que distingamos apenas la jungla a uno y otro lado de nuestra embarcación. Los sonidos nos envuelven. Es el sonido de la jungla, animales que gruñen, cigarras, pájaros, algún mamífero… la sucesión es constante, incesante. Y así, pese al espectáculo maravilloso que me rodea, no puedo evitar el caer dormido al poco. A la mañana siguiente, Ana me confiesa que se metió debajo del entoldado: apenas había sitio para los dos y yo… ¡¡ronqué un poquito!!. Aysssssss…

Tras desayunar, vamos al siguiente centro de rehabilitación. Atravesamos una pasarela de madera, donde una orangutana nos recibe con su cría en brazos. Pasamos a centímetros de ellas… se acerca a mí y me estira del pantalón. Guau… Unos metros más adelante, nos encontramos con un gran orangután en la entrada. Impresiona. En un momento se dirigía caminando hacia nosotros, que estábamos a apenas 4 metros y rápido los cuidadores nos dijeron “move, move!!”. Vamos a la plataforma donde los alimentan y si el primer centro nos gustó, con dos orangutanes, qué decir de este, que hubo momentos en los cuales teníamos hasta 6 ó 7 orangutanes a nuestro alrededor, comiendo bananas, bebiendo leche, jugando entre ellos, colgados de los árboles, corriendo de un lado para otro… Esto justifica el viaje. Una orangutana con su cría pasa a nuestro lado. Permanecemos quietos, la miramos, la admiramos… Su mirada, entre curiosa y escrutadora, entre confiada y expectante, nos examina, no nos quita ojo de encima, mientras se alimenta. Ufffff… Cuando salimos del 2º centro, me doy cuenta de que he perdido la tapa del objetivo de mi cámara. ¡¡Vaya faena!!. Lo buscamos por la entrada, bajo la pasarela de acceso, en la explanada… nada de nada. Annan me dice que lo buscarán ellos y si lo encuentran, le llamarán.

Pero el mejor fue el último centro. Tras caminar unos 2 kilómetros por la jungla (menos mosquitos que el primer día), llegamos a una gran plataforma. Llegamos los primeros, una vez más. Annan nos advierte de que aquí ya sólo se alimenta a los orangutanes una vez al día y que pueden ser más peligrosos, porque están en la última fase antes de su reintroducción, pueden tener hambre… Llegamos y parece que no hay ninguno. Espera, sí, hay una orangutana con su cría. Nos sentamos en los modestos bancos dispuestos a tal efecto y admiramos a este animal, en silencio. Tenemos apenas 10 minutos en solitario con ella y su cría. Entonces aparece un grupo de australianos, gritando y… se acabó del disfrute. O no… La orangutana los mira con recelo. Ellos aparecen por detrás y entonces la orangutana con la cría, como que recula y se acerca hacia donde estoy yo. Su espalda está tocando mi pierna. La cría se suelta y sube a una rama que hay justo detrás de mí. Empieza a tirarme de la camisa. La tengo a 20 centímetros escasos… uffff… los australianos y otros turistas que han llegado más tarde, no dejan de hacernos fotos a la orangutana, la cría y a mí. Yo callo y admiro en silencio. Soy afortunado, una vez más…

La plataforma donde se alimentan, en el ultimo centro.
Poco a poco van apareciendo más y más orangutanes. En un momento llego a contar cerca de 20 a nuestro alrededor, muchas hembras con crías, lo que me parece una excelente noticia para la supervivencia de esta maravillosa criatura, con muchos comportamientos, gestos y actitudes tan semejantes a los humanos…
No paro de disparar fotos, observar, recrearme en este espectáculo: orangutanes que aparecen de todos los rincones, se alimentan, trepan, juegan, se miman… y todo ello en su entorno natural. Impresionante.
Una hembra con su cria, apenas a dos metros nuestro...

Parece que va a llover, así que volvemos a la embarcación. Al llegar, un chico de otra embarcación me llama. Me lo quedo mirando, me sonríe y me enseña… ¡¡la tapa de mi objetivo!!. Guauuuuu… ¡¡genial!!.

Tras cenar, Ana y yo vemos una película en mi netbook, hablamos un rato y nos quedamos dormidos.

Al día siguiente, temprano, la vienen a buscar en un speed boat, ya que tiene que coger un avión dos horas más tarde. ¡Mucha suerte, viajera!.

Descendemos lentamente el río y tengo tiempo de pensar y deleitarme con la experiencia, ver las fotos, observar este río, algún orangután en sus riberas, gibones, narigudos… 

Estos días, en sí mismos, justifican un viaje entero.

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