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dimecres, 14 de setembre del 2011

Colección de recuerdos.

Chaloklum (Koh Phangan, Thailandia), 14 de Septiembre de 2.011.

Chaloklum, el lugar elegido para los últimos
días del viaje.
El viaje toca a su fin, dejando tras de sí una colección de anécdotas, una ristra interminable de situaciones, un gran número de rostros y sonrisas, estampas bellas y fugaces momentos de incertidumbre y emoción. Momentos no tan agradables, por supuesto, también los hubo. El poso será, espero, indeleble en mis retinas, permanente en mis labios y bella cicatriz en mi piel. Las lecciones, los malos momentos, los aprendizajes, las evidencias, los descubrimientos e, incluso, los días para olvidar, pasarán a formar parte de mi bagaje personal y existencial, llevando conmigo un auténtico tesoro. Un regalo para los sentidos, para la mente y el corazón.
Echo la vista atrás y comienzo a recordar… aquellos días en Thamel, el barrio de Kathmandú, donde conocí a Bhadra, con aquellas cenas en el tibetano. El momo y la thukpa. La agencia donde conversé con Rahjeendra, el de la agencia de viajes, con quien tanto me reí hablando de fútbol y de otros temas. Qué encanto de persona. Espero volver algún día a Nepal para hacer algún trekking y visitar Tíbet con él y con su agencia. Aquellas calles que dejaron de ser una ciudad ajena y donde pasé a fundirme en ellas; o el safari en Chitwan, viendo al rinoceronte negro o descendiendo por el río observando cocodrilos; el viaje en autobús con Abel y Sergio; cruzar el lago en barca en Pokhara, bajo una fuerte tormenta y con mi poncho cedido a mis tres pequeños guías hasta la pagoda de la paz mundial; o en Patán, cuando me acompañaron dos chicas de seguridad a la taquilla para que pagara la entrada que tan hábilmente había burlado previamente. Aún resuenan en mis oídos los cantos tibetanos, allí en aquel monasterio de Bodnath, donde me embelesé con el sonido celestial de sus instrumentos; Cómo olvidar el estresante día de la embajada India y el vuelo a Singapur. O los días en el dormitorio compartido, en esa preciosa metropolis; la llegada a Bali y los días en Ubud, con aquella conversación deliciosa con S. y Fariba; el Babi Goling del Oka y las danzas balinesas en el palacio de Ubud; el atardecer en Tanah Lot o la inmersión en Nusa Lembongan, inolvidable, quasi mágica. Cruzar caminando Nusa Lembongan hasta Dream Beach y que una vez estirado en la arena, suba la marea con una ola exagerada y me empape la toalla, la mochila y hasta medio libro de “Los miserables” de Víctor Hugo, ante las risas de una pareja australiana que se disculparon por no avisarme… ejem.
 Sufrir los viajes en autobús, como el de Makassar hasta Rantepao, ya en Sulawesi, acompañado de Roland, el sexagenario alemán, o la detestable cerveza de hoja de palma que probamos con Jens y Kirsten, los ciclistas de Dresde; el “aló, míster” batiendo las manos y esbozando sonrisas de los adolescentes rantepaenses; la solemnidad y crueldad del funeral toraja, con el sacrificio de cerdos y bueyes, la sangre manando a borbotones, el olor a tabaco, el grito de los niños, las risas calladas de las mujeres; el delicioso Pamarrasan de Sulawesi, una especie de cochinillo con una salsa negra mínimamente especiada; darte cuenta de que en el aeropuerto debieron abrirte la mochila y robarte la tarjeta de crédito de repuesto que llevabas por si acaso; y viajar 5 meses con esa inquietud: como pierdas la tarjeta, estás perdido…; aquella primera gastroenteritis en la gris Makassar o el trayecto interminable en moto, bajo un diluvio, camino del aeropuerto; La llegada a Borneo, con el taxista impertinente, malencarado y desagradable, con el que perdí hasta la paciencia y que envié a freír espárragos en castellano (nótese el eufemismo, pues los espárragos merecen otra boca). Qué decir de la experiencia de ver el Barça-Madrid con 40 indonesios en Banjarmassin, fanáticos del Barça, para quienes yo era un semi-dios simplemente por ser de Barcelona, haciéndose fotos conmigo, dándome la mano, animando y gritando más que la propia afición culé; de cómo he visto esos enfrentamientos a altas horas de la madrugada, en cualquier tele y en solitario, conectado a la radio y a facebook, yéndome a dormir cuando la ciudad comienza a despertar; el trayecto agotador en dos autobuses hasta Pangkalan Bun, de más de 20 horas, sin poder dormir, estrecho, tragando humo de muchos que fuman dentro del autobús… las experiencias de los autobuses indonesios son una aventura en sí mismas: pinchazos, retrasos, sobrecalentamientos de motores, mil paradas, averías… Traté de sobrellevarlos un poquito mejor, escuchando los programas que me descargaba de internet: el “Tu diràs” de RAC1 del día (o días) anterior (es), los Especialistas secundarios o las más de 40 películas que he visto en estos meses en mi netbook; el Mie Goreng y el Nasi Goreng; Uno de los momentos culminantes, con el tour de 3 días por Tanjung Puting, con Ana, observando esa maravilla de la evolución, llamada orangutanes. Cómo olvidar sus gestos, sus miradas curiosas, su habilidad para deslizarse de un árbol a otro por la espesura de la jungla; dormir en una embarcación, en el río, en medio de la jungla, con las estrellas cubriéndonos y los sonidos salvajes envolviéndonos; las mil picaduras de mosquitos y la rama que utilicé para autofustigarme.
Los dos instructores de submarinismo que se ofrecieron a echarme una mano para encontrar alojamiento en Tarakan, ya de noche, llevándome de un hostal a otro, todos completos, mientras hablábamos, cómo no, del Barça y del Madrid. Las tardes y noches conectado a internet cuando disponía de wi-fi y no disponía de compañía, a través de mi netbook, revisando vuestros comentarios en el blog, en mis fotos o las noticias del mundo. Seguir desde la distancia las despedidas de soltero de Dani y de Vicen (siento no haber podido estar en vuestras bodas, chicos…);  Seguir los resultados del equipo de fútbol sala cada semana (¡¡felicidades por la temporada, amigos!!). Los mails de Saha, Miquel y Valdi preparando su viaje por Vietnam; Kuala Lumpur con sus torres Petronás y sus tormentas vespertinas; Malaca y su encanto colonial, asociado ya de por vida a mi tío, pues allí estaba cuando nos dejó en Mayo y cómo asumí su pérdida en esas ciudad; las islas malayas, Tioman y Perhentian, con los chicos de Donosti: Xabi, Omar y Maitane; o las chicas en Perhentian: Graine, Elise, Sevda, Çannan… los días en Kota Bharu con Elise y Scott. Los días en Koh Tao con Carles y Xisca y la maravilla de playa de Nanyuang; el reencuentro con Dani y Eli en Bangkok, en su luna de miel; los excesos de Kao San, la locura de ciudad, con su prostitución, ladyboys y turistas con calcetines hasta las rodillas; Kanchannaburi, con su cementerio de la guerra, su puente sobre el río Kwai; dormir en el Jelly Frogg por 1,7 €; las Erawan Waterfalls con la pareja vietnamita y la británica resacosa; recorrer en bicicleta Ayutthaya con Robin, Li y Steffen; los días con Robin visitando Sukhothai, Lampang y Chiang Mai; subir al Dui Sothep en moto y con el chubasquero puesto; los masajes thailandeses; las cenas con las chicas de Zaragoza y la conversación deliciosa con Alejandra; la separación de Robin; revisar todas las fotos, una a una, seleccionarlas; las partidas de póker; el durísimo trekking y las caídas de la bajada; el trayecto bordeando el río y el descenso en rafting; de cómo cruzar la frontera thailando-laosiana por el Mekong; aquella conversación con Maledi, el chico marroquí que rompe esquemas; La conducción en moto por el norte de Laos, en los alrededores de Luang Nam Tha, admirando arrozales, montañas, naturaleza; la cena en el night market con Tatiana y Jorge; de cómo llegamos los tres a Nong Khiaw y el desagradable incidente con el holandés errante;  remontar el río hacia Muang Ngoi por entre un paisaje de belleza sublime y llegar a este pueblo casi sin ni electricidad; La cena multitudinaria, con la pareja de San Francisco, los jóvenes franceses, Iñaki, Elena, Tatiana y Jorge; y Luang Prabang. Sobran las palabras con esta ciudad, donde además creo que me hicieron el mejor masaje de todo el viaje (bueno, bastante igualado con el de piedras calientes y aceites esenciales que nos hicimos en Hué); pasear por sus calles, su mercado hmong nocturno y las cenas copiosas y baratas de su night market, con Tiffany, John, Tatiana, Jorge, Li, Robin y Fanny. El gris de Vientián; y la guest house china por 3 €. El larguísimo trayecto nocturno hasta Phonsavan, donde conocí a Yoann. Y esta ciudad, que si no fuera por la Plain of Jars, podría pasar desapercibida. Pero no, no lo está. Y la Plain of Jars no es nada del otro mundo, pero creo que fue donde mejor comprendí el drama de este país, con las UXO (Unexploded Bombs), igual que visitando, con Yoann, las cuevas y las grutas de Vieng Xhay, donde se refugiaron durante más de 9 años los líderes del Pathet Lao y miles de civiles. De cómo cruzamos la frontera Yoann y yo, con el incidente con aquellos del autobús, empujones y gritos; coger un tren de línea vietnamita a las 22.30 y ver a gente fumando, tirados en los pasillos, luces de los vagones apagadas, teniendo que sortear a gente por todos sitios… Aquellas excursiones en barca por Trang An y Tam Coc, qué delicia, especialmente la primera. Desayunar con Yoann en Hanoi, esperando a que lleguen mis amigos. Verlos por entre los callejones, meses después, el abrazo en el que nos fundimos. Y sus mochilas perdidas. La primera visita juntos al templo de la literatura, comprándose un chubasquero/bolsa de basura de color azul para protegerse de la tormenta. Y los taxistas de Hanoi. Malditos taxistas de Hanoi. El trayecto en tren hacia Sapa, jugando a cartas. Llegar a Sapa y comenzar el trekking de inmediato, con decenas de personas alrededor. Los arrozales verdes. Y nuestra guía. Las montañas que te guían. El valle. Barro. Resbalones. El baño en el río en ropa interior. Volver al día siguiente. La Bahía de Halong. Y nuestra hora en kayak en un entorno magnífico. Los saltos desde la cubierta, a 6 metros de altura. Y mi caída de costado, tras un resbalón. Sus risas. Y mi caída por la escalera cargado con las cámaras. La japonesa que nos acompañaba en las comidas. La joven pareja holandesa. Pedalear por el PN de Cat Ba. Los rice noodles. Morning Glory. Tofu. Rice, always rice. Y otro autobús nocturno. Hue y su ciudadela. El masaje de piedras calientes y aceites esenciales. Qué delicia. Miquel llegando siempre tarde a la vuelta de las visitas en la excursión por las tumbas y mausoleos. Pasar unas horas con Li en Hoi An. Ver “El padrino” en el bus nocturno con Miquel. Y ver de nuevo a Yoann con su amiga en Nha Trang. Bañarnos en aquella deliciosa playa. Salir por la noche y darte cuenta de aspectos culturales vietnamitas comportándose en grupo. La inmersión junto a Miquel allí. Y los videos que grababa Saha. Ho Chi Minh. Mejor decir Saigón, ¿no?. El estremecedor Museo de la Guerra. Quedarte sin palabras, estupefacto, compungido, consternado ante tanta barbarie. Y compartir una cena con Trini y Andrew, su marido americano, que nos animó a ir a visitar la costa oeste de USA. La iglesia caodasiana, con sus fieles vestidos con túnicas blancas. Los túneles de Cu Chi. Las trampas contra los americanos. Caminar de cuclillas y hasta de rodillas por 150 m. de galería subterránea realmente claustrofóbica. Y el Delta del Mekong, una turistada en toda regla. Las chicas de Palma. Y Eva, que tras cenar con nosotros decidió pasar unos días junto a los chicos españoles. Debió pasarlo bien…  La estafa de la comida, a elegir entre ardilla, anguila, rata, serpiente, búfalo, pescado o pollo. Tim y Solene. Olvidarme y perder mi móvil en la minivan. Y Phnom Penh, con su palacio real y el Tonlé Sap recorriéndola. Sus mototaxis. Y el bus de 6 horas hasta Siemp Reap. Angkor. Sus templos. Un paseo en bicicleta. La magnificencia. El momento culminante del viaje junto a los orangutanes. La despedida de los tres. Otra vez sólo. Pero todavía está Eva. Y a los dos días, vuelve a aparecer Yoann. Las cenas en el mercado nocturno. Y los relojes. Y los desayunos en aquella deliciosa cafetería francesa. Ir a Battambang y… no disfrutar mucho allí. Volver a Phnom Penh. Eva. Yoann. Iñaki. Las cenas junto al río. Ir a tomar una copa y jugar al futbolín. Al billar. Tener la sensación de que empiezo a tener la cabeza más allí que aquí, que pienso más en mi vuelta que en lo que me queda de viaje. Ir a Sihanoukville. Y no hacer absolutamente nada allí durante varios días. Volver en un viaje eterno hacia Thailandia. Elegir isla. Y encontrar un rinconcito de Koh Phangan que es una delicia, justo lo que quería, lo que necesitaba.
Una playa tranquila, de aguas turquesas, arena blanca, palmeras. Una playa donde sentarme a mirar a mi espalda y admirar aquel tiempo que fue, pero que ya no es. Este viaje que ha sido, pero pronto será un recuerdo. Sentarme en la playa, de noche, en silencio, con un manto de estrellas cubriendo majestuoso el inmenso cielo, que me observan quietas, quizás pensativas, como yo. Ya sólo faltan unos días para volver…
Los momentos de expiación de mi culpa, colgando fotos en facebook para que las pudiérais contemplar, siendo esto un desagravio para mí, intentando compartir con vosotros esta maravillosa experiencia, aunque a algunos la envidia les provocara úlcera; cada “me gusta” en facebook fue revisado, valorado y tenido en cuenta; un simple comentario en una foto era motivo de orgullo; el publicar una entrada cuando había algo interesante que contar, vuestros comentarios en el blog o en el enlace que cuelgo en facebook eran alentadores, motivantes, agradables; cada interacción con vosotros vía red social, MSN, sms al móvil, skype ha sido un granito de arena que iba añadiendo a la vasija de los motivos para volver. Volver, claro… ir y volver... moverse, no permanecer; las llamadas por skype a mi familia, esas conexiones a menudo desesperantemente lentas; esas palabras de ánimo y admiración por mis hermanas y mi cuñado, de incertidumbre y súplica encubierta de mis padres (“vuelve ya”, me decían en cada palabra, aunque me preguntaran por “cómo estaba”, el fondo era… “¿por qué no vuelves ya, hijo?”); ver cómo en cada conexión por skype, Ainara va creciendo, cambiando. Y me pregunto cómo reaccionará cuando me vuelva a ver, si me reconocerá, si saldrá corriendo, si vendrá y me dará un abrazo o se pondrá a correr para que la siga, como hicimos el día de mi partida, que estuve detrás de ella por el aeropuerto más de 20 minutos, ante las risas de los extranjeros allí presentes, totalmente ajena al concepto “tiempo”, a que su tito ha estado muchos meses fuera de casa. Y le preguntan: “¿dónde está el tito?” y ella ha aprendido a responder… “de viaje”.
Pues el viaje ya acaba, Ainara. Muy pronto podrás volver a jugar con el tito.
La última foto del viaje... No está mal,
¿verdad?.

3 comentaris:

  1. HI Sergio i like all of this great story very good writing !!! Many thanks Yoann !!!

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  2. ¡Qué viaje! ¡Tienes tanto que recordar...! Echaremos de menos tus relatos. Feliz regreso a casa

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  3. Que dificil contar y transmitir tanto en tan poco espacio y que bien lo haces amigo!

    Sigue escribiendo!!

    Un abrazo, espero que vernos pronto!

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