Chau Doc, delta del Mekong, cerca de la frontera con Camboya, 16 de Agosto de 2.011.
Procrastinar. Sí, eso es lo que he hecho con esta entrada: procrastinar. ¿Qué narices será eso?, se preguntará más de uno. Bueno, resumiendo, sería: dejar para más tarde alguna tarea que nos es incómoda, no nos gusta o, simplemente, no sabemos, dejar algo para “más adelante”. Es algo que todos hemos hecho y hacemos habitualmente, autoengañándonos y pensando que igual se resolverá por arte de magia, vendrá un sabio que nos ayudará o los astros se alinearán de tal modo que el problema desaparezca.
Yo, a medio camino entre la voluntariedad y la involuntariedad, he ido dilatando la escritura de esta entrada. El motivo… hummmm… Debería ponerlo en perspectiva. De aquí a unos años, si alguien me pregunta: “¿qué recuerdas del sur de Vietnam?”, probablemente le responda algo parecido a “el museo de la guerra en Saigón y las atrocidades de ésta, la locura humana, el imperialismo desbocado, el genocidio…”… Y eso, amigos, no es fácil de plasmar en una entrada de un blog que, habitualmente, está plagado de anécdotas y comentarios jocosos, ironías, desvaríos varios. No, plasmar eso es más complicado. Mucho. Muchísimo más.
Así que voy a procrastinar en esta entrada y voy a alterar el orden cronológico, dejando para el final lo más escabroso, complejo, delicado y difícil de tratar.
Si hablamos del sur de Vietnam de nuestro viaje, podemos hablar, básicamente, de: Saigón (Ho Chi Minh City… me resisto a llamarla así, oye, Saigón me parece un nombre mucho más ajustado a mis sueños de niño, a lo exótico que sonaba ese nombre, a las películas de Hollywood, a Oriente… El nombre actual no me gusta y como este es mi blog, la llamo Saigón y no hay más que hablar); el Delta del Mekong (con las ciudades de My Tho, Can Tho y Chau Doc), el paso hacia Camboya; y todo lo relacionado con la guerra: el museo de la guerra de Saigón, los túneles de Cu Chi.
Remontando el Mekong, rumbo a Camboya. |
Con vuestro permiso (y sin él), comenzaré por el final: el Delta del Mekong. Más que nada porque es fácil, rápido e indoloro. Hablemos claro: es una turistada indigna. Y lo digo no por el entorno, sino por la manera en que lo tienen montado. Así como Halong Bay, pese a las multitudes, era agradable y el entorno espectacular, el tour de 3 días por el Delta del Mekong y cruzar a Camboya fue decepcionante, al menos para mí, hablando en términos generales. Te llevan de visita en visita, a toque de trompeta, enseñándote cómo fabrican dulces de coco, algunas plantaciones, cómo fabrican los noodles de arroz, cómo tejen ropa… por supuesto, si picas y compras, pues eso que se llevan. Pasear, lo que se dice pasear en barca por entre juncos, que es la imagen típica que asociamos al delta, creo que fueron unos 12 minutos, por un canal estrecho, chocando con un montón de barcas y sin ver apenas nada más. Luego en el barquito así un poco más grande, remontar una parte del río, ver el enorme mercado flotante (sinceramente, me pareció mucho más bonito el de Banjarmassin, en el Borneo Indonesio) y ver tres ciudades realmente feas (siendo generoso en el adjetivo). Además, el primer día, nos llevan a un restaurante donde sólo había animales en el menú: anguila, serpiente, ardilla, búfalo,… y alguno más que no recuerdo, habiendo sólo pollo y pescado como asumible para nosotros. Que me parece muy bien que ellos lo coman, pero vamos, mi intrepidez tiene un límite. Lo peor era que no estaban los precios, sino que te ponían un precio por Kg. y, como nos temíamos, seguro que nos inflaron el precio diciendo que el pollo y el pescado que nos comimos pesaba más de lo real. Encima, se equivocaron calculando kilos*dongs, intentando cobrarnos unos 8 € más de lo que tocaba. A mí me indignó y así se lo hice saber al guía que teníamos: sólo animales a los que no estamos acostumbrados, precio en kilos, carísimo… y lo que nos comimos, bastante lamentable. La comida más cara del viaje y en la que peor comimos. Triste…
El breve paseo en barca por el Delta. |
Lo único que salvo de aquellos tres días, a nivel de visita, fue el último trayecto, en bote lento, remontando el Mekong hacia Camboya, que fue realmente delicioso viendo pueblos flotantes, pescadores, arrozales… eso sí fue bonito. Ah, claro, y las personas que conocimos: Tim y Solene (él alemán, ella francesa, jovencitos que viajaban juntos); a Eva, una francesa que conocí en el autobús y que luego estuvo con nosotros como 4 días más, llegando a visitar con nosotros también Angkor Wat y Siem Reap; y las chicas de Mallorca: Mª Antònia, Chipi y Joana.
Respecto a Saigón, nos gustó bastante más que Hanoi, quizás por la mala experiencia asociada a los taxistas, pero en esta gran metrópoli, nos sentimos más cómodos, se respira un ambiente un poco distinto,… Además, cenamos una noche con Trini y su marido estadounidense (ella malacitana y él de Colorado). Era gracioso escucharlo a él con un acento americano-andaluz (lleva 4 años viviendo en Málaga). Los conocimos el último día de nuestros días en Halong Bay y nos los volvimos a encontrar en el Museo de la Guerra de Saigón (luego me extenderé en esto).
En los túneles de Cu Chi. |
Además, desde Saigón hicimos una excursión a la iglesia caodaista y los túneles de Cu Chi. La primera, fundada a inicios del siglo pasado, es curiosa, recargada su iglesia principal (a unas dos horas de Saigón en autobús), asistimos a una de sus ceremonias (que se celebran cada día), con los fieles todos vestidos con túnicas blancas, las mujeres a un lado, los hombres a otro. Lo de esta religión es curioso, porque veneran a Charlie Chaplin y Víctor Hugo, entre otros.
En fin… aprétense los cinturones, que comienza lo duro, lo áspero, lo desagradable. Los túneles de Cu Chi, donde los vietnamitas, a escasos 35 km. de Saigón donde había miles de americanos durante la guerra, se refugiaron en túneles subterráneos, de hasta tres niveles, para luchar contra ellos, vivir y… sobrevivir. Con una lluvia incesante, fuimos recorriendo diversas zonas del complejo, con trampas mortales dispersas: espacios donde al pisar, caes a un hoyo repleto de pinchos, estacas, te puedes estrangular, trampas tras puertas, refugios donde apenas cabe una persona cavados en la tierra y con una trampilla por donde asomarse para disparar; cómo disimulaban el humo producido por las cocinas, un tanque americano, un campo de tiro por si quieres practicar (1 $ el disparo), una sala donde proyectan un interesante video… Y un túnel de unos 150 metros de largo por donde debes avanzar a cuclillas e, incluso, arrodillado, porque no hay manera de mantenerse en pie, subiendo y bajando niveles, con un calor asfixiante, una humedad terrible y una sensación de claustrofobia brutal. Yo que no padezco ningún tipo de problema de espacios cerrados, ni con los calores, ni la humedad… y realmente pensé: “¡¿¡¿¡¿qué narices es esto?!?!?!”. Si eres grande o estás rellenito, olvídate de entrar: probablemente te quedarías atascado en algún lado. Hay que pensar que los vietnamitas, por lo general, son gente de constitución delgada y bajos, por lo que estos túneles eran ideales para ellos e impedían, así, entrar a según qué estadounidenses (de esos que comen hamburguesas, pizzas y litro y medio de coca-cola para desayunar).
Sin ser espectacular visitar Cu Chi, sí que ayuda a contextualizar la historia más reciente de este país, un poco como os expliqué que pasaba en Phonsavan y Vieng Xhay (Laos), con las UXO y las cuevas donde se refugiaron los miembros del Pathet Lao,… y lo que puedes conocer al visitar Kanchannaburi (Thailandia) y el death railway. O visitando los Killing Fields de Phonm Penh, donde el régimen de Pol Pot mató a miles y miles de camboyanos en los 70.
Pues para entender un poco la historia reciente de Vietnam, debes ir a los túneles de Cu Chi y, sobre todo, al Museo de la Guerra de Saigón.
Entrada al Museo de la Guerra, Saigón. |
¿Por dónde empezar?. ¿Qué decir?. ¿Qué callar?. ¿Qué imagen queda en mi retina?. ¿Qué siento cuando lo recuerdo?. ¿Cómo me quedó el cuerpo tras salir de allí?. ¿Es este el lugar adecuado para reflexionar acerca de ello?. Las respuestas son tan difíciles que acaba siendo fácil: no lo sé. No sé por dónde empezar, ni qué decir, qué no decir, qué imagen quedará en mi retina, cómo me siento cuando lo recuerdo, cómo me sentí al salir de allí o si este es el lugar adecuado para la reflexión.
De inicio, cuando entras, en un gran patio hay expuestos helicópteros, pequeños aviones de combate americanos, tanques, bombas… También hay una pequeña reconstrucción de una cárcel para prisioneros de guerra con algunas fotografías y reconstrucciones sobre métodos de tortura, jaulas, armas, testimonios de supervivientes en paneles informativos y fotografías…
Y luego, el interior del Museo. Tal y como entras, a la izquierda un grupo de adolescentes toca diversos instrumentos y tejen… No dejaría de ser curioso, sin más, a no ser que te acerques. Si lo haces, verás a uno que le falta una mano, el otro que en sus cuencas oculares, donde debería haber ojos para poder ver el mundo como tú, como yo, como todos, sólo tiene carne. Nació sin ojos. Otro que tiene las piernas diminutas y… así podríamos seguir. Son hijos de la guerra. Herederos de la barbarie. Llevan impregnados en sus genes la locura humana. Y lo sufren. Lo padecen.
Tras ese primer impacto, decido subir al último piso y comenzar la visita de arriba hacia abajo (los cuatro nos separamos nada más entrar y cada uno fue haciendo la visita a su aire).
Probablemente esta sea la fotografía más conocida de aquella guerra. |
En el interior del museo sólo hay fotografías, carteles explicativos y algunas armas de muestra (rifles, granadas, etc.). Creo que nunca, nunca, nunca en mi vida había sentido un silencio tan sobrecogedor en un museo. A medida que vas viendo fotografías, tú mismo te sumes en ese lamento profundo de los presentes y, por extensión de toda la humanidad. Ves fotografías de reporteros que dieron a conocer al mundo el conflicto y la guerra de Vietnam, que tanto hemos visto desde la visión norteamericana con sus películas hollywoodienses, pero pocas veces hemos observado el conflicto desde el punto de vista vietnamita. Y, ay, qué dolor… Algunas fotografías que se publicaron aquellos años, ganaron diversos premios internacionales al ser portada de las principales revistas europeas y americanas, consecuencia de la publicación de las cuales a finales de los 60 hubo una ola de manifestaciones a nivel mundial para detener el conflicto. Los americanos, cómo no, a lo suyo.
Hay fotos de todos los tipos que os podáis imaginar: de explosiones, de caras con rostro desencajado, funerales, ejecuciones, vistas aéreas, ríos, junglas devastadas… Pero no. No fue eso lo que me impresionó. Fueron las siguientes fotografías las que me hicieron daño. USA bombardeó sistemáticamente Vietnam con armas químicas ignorando multitud de convenciones internacionales que prohíben explícitamente su uso. Así, los fósforos y el agente naranja, el napalm…, causaron miles de muertes y, además, alteraron la secuencia genética de las personas que vivían entonces, condenando a sus descendientes a mutilaciones, tumores, deformaciones, malformaciones, etc. de todo tipo. No hay mente humana capaz de imaginar cómo han nacido según qué personas muchos años después del conflicto. Las imágenes son estremecedoras. Desgarradoras. Escalofriantes. Personas que no vivieron aquellos años, que nacieron mucho después, y que han nacido condenadas por una guerra, otra más, por la locura humana. Por el imperialismo. Por la codicia.
Los visitantes, en silencio. Sus rostros hablan por sí mismos. |
Llevaba un rato abstraído en mis pensamientos, totalmente deprimido por lo que estaba viendo, cuando pude cambiar mi enfoque y dejar de examinar fotos y ver qué sentía yo, a ver cómo se comportaba la gente, sus caras, sus rostros, sus expresiones. El silencio, infinito. Los movimientos, lentos. El aire, espeso. Alguna chica, lloraba. Lágrimas que acudían a otros ojos, ajenos para mí, pero que compartían el mismo sentimiento de vacío que yo tenía en aquel momento.
Cuando llevaba un rato observando a la gente, topamos con el estadounidense y la malacitana, Trini. Me acerqué a él y le pregunté que cómo estaba: estaba bien, habían estado por Dalat, etc… Luego le pregunté: “¿Y ahora qué sientes?”. Su respuesta lo dice todo y no voy a añadir nada más: “Me estoy muriendo por dentro viendo esto”.
Si alguien quiere profundizar un poco en esta ignominia, puede consultar por ejemplo: http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_vietnam .
Y, por último, os dejo unos retazos de un correo electrónico que uno de mis tres amigos (no voy a revelar su nombre por deseo expreso suyo) envió a sus familiares y amigos tras la visita al Museo de la Guerra. Si eres sensible, finaliza aquí la lectura de esta entrada.
“… Pero toda esta exhuberante naturaleza queda sepultada por los horrores de su reciente guerra con los americanos. No lo percibes hasta que llegas a Saigón, pues Vietnam parece haber perdonado, aunque no olvidado, y mira hacia adelante, hacia un futuro esperanzador. Pero entonces intentas acercarte a lo que aconteció aquí apenas unas décadas atrás, y, si alguna vez creíste en la bondad humana, esa creencia se esfuma para siempre en unos instantes.”
“Las imágenes de la guerra son contundentes. La vida de un vietnamita no vale nada para un soldado americano. Quemados por el napalm, mutilados por las minas, deformados por los efectos devastadores de los defoliantes. La guerra ha acabado, pero los desórdenes genéticos generados por el agente naranja perdurarán durante generaciones. Cuerpos con múltiples deformaciones, miembros sin ninguna simetría, muchos de ellos ciegos, sin capacidad para expresarse con otras personas debido a los tumores y deformaciones de sus caras. Personas que no parecen personas…”
“Nunca vi un museo donde la gente mantuviera un silencio tan lleno de significado, porque en el museo de los recuerdos de la Guerra de Vietnam no hay nada que decir o comentar. Solo deseas llorar de rabia al ver las fotos de los niños corriendo atemorizados por las carreteras, huyendo de los bombardeos, las vidas fulminadas sin compasión, las aldeas arrasadas, los rostros inexpresivos de los soldados pues ya no queda el menor atisbo de alma en su cuerpo. La guerra ha devorado sus corazones. Una guerra que no significaba nada para ellos y que ha destrozado sus vidas, como al pueblo de Vietnam. ¿Cómo se puede llegar tan lejos por una idea tan estúpida? ¿Cómo se pueden cometer estas atrocidades sin que los remordimientos ahoguen tu vida para siempre? ¿Cómo se puede vivir en paz contigo mismo ante esta barbarie? Y todas estas vidas perdidas y destruidas, ¿para qué?”
“No tenemos nada que enseñarles, pues nuestras almas están manchadas de sangre y olvido...
Vietnam es mucho más que sus paisajes salpicados de cocoteros. Es toda una enseñanza para la humanidad. La de que el hombre es insaciable y de que nunca parará hasta destruirlo absolutamente todo sin la menor compasión... Pero también de que se puede luchar hasta el final por sobrevivir y que, si lo consigues, se puede abrir ante ti una nueva oportunidad.”
Ante esta contundencia, sólo puedo añadir: Amén, amigo.