Teherán, 23 de Septiembre de 2019
Hay veces en las que, sin saber por qué, una persona, un lugar, una situación, no acaban de encajarte y esa sensación ya es casi imposible de cambiar.
Un poco así me pasó a mí con Kashan: 3 ó 4 detalles anecdóticos me pusieron de culo con esta ciudad. Afortunadamente, se recondujo y hasta le cogí gusto.
Kashan es gris, ruidosa y a primera vista, me pareció incluso desagradable. Mucho cambió al día siguiente de mi llegada, cuando disfruté de las maravillosas casas tradicionales: auténticas joyas que compensan, con creces, el resto. Ver Khan-e Boroujerdi, Khan-e Tabatabaei y Khan-e Abbasian es una delicia y en algún momento te dejan sin respiración. Igualmente delicioso el Hammam-e Sultan Mir Ahmad, un remanso de paz con sus azulejos, sus baños, sus columnas profusamente decoradas, las pinturas...
Por la tarde aprovecho y me voy al Bagh-e Fin, el típico jardín persa que hemos idealizado con canales, fuentes, pabellones, sombras, paz... No en vano, ha ingresado en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Bagh-e Fin
Al volver, no aparecen taxis por ningún lado. Cuando llevo un rato caminando decido subirme a un autobús que parece que va hacia el centro de la ciudad. Mi brújula, lo confirma.
Cuando estoy a la altura (pienso yo, con mi orientación y según el plano de la ciudad) del Bazar, me apeo y camino apenas 10 minutos. Efectivamente, llego al Bazar, son sobre las 17:45 y está prácticamente vacío.
Quedo con un conductor para que me lleve al día siguiente a visitar Abyaneh, a unos 80 km de Kashan.
Después de un viaje quasi suicida (incluso le digo al conductor que no tenemos prisa, vamos), visito Abyaneh que parece haberse detenido en el tiempo. Sus calles recorridas por personas muy mayores que guían a burros cargados en sus alforjas. Camina parsimoniosamente, se saludan brevemente entre ellos. A los turistas, los ignoran. El pueblo, enclavado entre dos montañas, con casas de adobe rojizo y muchas semiderruidas o directamente en escombros, se recorre fácil en dos horas y merece mucho la pena detenerse a observar detalles, calles vacías, la mirada pensativa de la anciana apostada en su puerta...
Abyaneh
Por cierto, la visita a la ciudad subterránea de Nushabad (cerca de Kashan) ya la podeis descartar. Decepción máxima.
Vuelvo a la Traditional Guesthouse donde me hospedo y, sorpresa, justo acaba de llegar Toby, el amigo rumano. Los gajes de viajar ambos con la Lonely Planet unido a la escasez de alojamientos decentes y asequibles (en una guesthouse me llegaron a pedir casi 6 millones de riales por noche, y en la que duermo será por menos de 2 millones y está genial) nos hacen coincidir nuevamente.
Tras una breve conversación, quedamos para ir a visitar el Bazar a las 18 h. Me ducho, descanso un poco y la visita al Bazar es muy interesante, ya anocheciendo.
Al día siguiente, salgo de Kashan. Idea inicial: parar en Qom día y medio y luego otro día y medio en Teherán... Pero la idea no me apasiona. Subo al bus dirección a Teherán y casi sin pensar, decido que cambio de planes: me voy a Tabriz. Ello implica 3'5 horas de Kashan a Teherán y luego el viaje a Tabriz. Puedo ir en bus o, preferible, ir en tren nocturno. Así que tras llegar a la estación de trenes, ya tengo billete para el tren de las 19:20, con litera.
Tras hacer tiempo, leer, comer algo, subo al tren. Mi ticket está todo en farsi, así que no entiendo nada. Le hago una foto y le pregunto a Marzi, que me indica vía, coche y compartimento.
Coincido con un chico joven y un entrañable matrimonio de unos 70 años. No tardan en sacar pan chapati y una tortilla deliciosa. Como no podía ser de otra manera, ofrecen la cena al chico joven y a mí, así que allí estamos los 4 cenando.
La noche se hace larga. La litera es estrecha y hace frío. No ha sido peor que el tren nocturno en India o Egipto, pero llego molido a Tabriz.
Ciudad de paso de la ruta de la seda, rica en su momento y mencionada por Marco Polo en sus viajes, actualmente es una mezcla curiosa de azerbayanos, kurdos, turcos e iraníes, con una bazar impresionante y algún otro punto interesante.
Recorro su bazar, me dejo perder en él, paso de las especias a las alfombras, a la plata y el cobre, a las frutas, al cuero...todo en una sucesión laberíntica de pasillos, bóvedas, caravasares, recovecos, teterías ambulantes... Gente deambulando por todos lados, escenas entrañables, olores hipnóticos, alfombras mágicas de bellos bordados.
El segundo día, no me encuentro muy bien. Creo que temgo algo de fiebre y necesito descansar más de lo esperado. Salgo a comprar el billete de avión Tabriz-Teherán para el día siguiente (26€), recorro la mezquita azul, vuelvo al Bazar y me como medio pollo asado delicioso, junto a dos chicos que me invitan a sentarme con ellos. Son de origen azerbayano y viven cerca de Tabriz.
Bazar de Tabriz
El viaje toca a su fin y mil sensaciones se agolpan. A ver cómo acabo de digerirlas.
Teherán, de paso, y mi querida Barcelona, ya asoman.