Quimper, Bretaña francesa, 14 de Junio de 2019
Me había quedado pendiente esta entrada sobre los últimos
días por el Noroeste de Francia, visitando Normanía y Bretaña.
Tras las visitas por las playas del Desembarco, le tocó el turno a Le Mont
Saint Michel.
Es una visita obligada si se está en un radio relativamente
asequible porque es, simplemente, una maravilla. De hecho es el monumento más
visitado de Francia y razones justificadas lo avalan. Hay que aparcar el coche
a unos kilómetros y te llevan en bus lanzadera gratuito (la otra es caminar
desde el pueblo más cercano unos 45 minutos).
El día amanece gris. Llueve. Es desapacible. Pero cuando se
recorta la silueta de Mont Saint Michel al fondo, empiezas a asumir que vas a
visitar un espacio singular, lleno de historia, magia y que ha sido fuente de disputa
entre normandos y bretones a lo largo de los siglos, pues está prácticamente en
la frontera entre unos y otros. Ha sido lugar de culto, prisión política (de
qué me suena esto en la Españistán del siglo XXI?), centro religioso,
concilios, etc. y recorrerlo (recomiendo encarecidamente en este caso alquilar
la audioguía, porque es una maravilla todo lo que te explican) es un regalo.
De ahí las visitas fueron hacia Bretaña: Fougeres, Dol de
Bretagne, Cancale, Saint Suliac, Saint Malo, Dinan, Locronan, Quimper y
Rochefort en Terre.
Fougeres es una ciudad pequeña con un castillo conservado en
unas muy buenas condiciones con vistas al valle, torres defensivas enormes y
donde me encontré a grupos escolares que hacían actividades relacionadas con
las tradiciones medievales: bailes tradicionales, tiro con arco, cuentos… Junto
al castillo está el centro histórico de la ciudad, con callecitas empedradas,
casas encaladas con fachadas de madera pintadas, ritmo tranquilo. Una pequeña
delicia, vamos!
Dol de Bretagne fue el lugar escogido para pasar una noche,
muy cerca de Fougeres y Le Mont Saint Michel. Se recorre en apenas una hora,
pues son dos calles de casas tradicionales, una iglesia enorme y espectacular
que bien merece una visita y poco más. Si os pilla de camino, se puede visitar,
pero desplazarse expresamente con poco tiempo, igual es prescindible.
Al día siguiente, hacia la península donde pasar el día.
Desayuno (ostras) en Cancale, que es un pequeño puerto pesquero en la bahía de
Saint Michel. Ves Le Mont Saint Michel al fondo, mareas bajas, ritmo pausado.
Las ostras de Cancale son famosas y gran parte de su economía se basa en el
cultivo de las mismas, aprovechando los sedimentos y las mareas, que suben y
bajan. De inicio lo normal es ir directamente al puerto, ver los cultivos de
ostras al lado y lo que hice después fue subir al centro histórico y hacer un
trocito de camino de ronda que va por los acantilados. Desde ahí la vista sobre
los cultivos es sorprendente, con la bahía a los pies, los pequeños pesqueros
que se mecen suavemente en el agua. Supongo que en fin de semana esto debe
estar mucho más movido, pero entre semana estaba muy tranquilo, incluso pocos
turistas.
Como iba a hacer noche en Saint Malo, de Cancale me dirigí a
Saint Suliac, muy cerca. Y esta es otra de esas pequeñas perlas que casi es
obligatoria su visita. Ciudad con puerto en el río, medieval, empedrada, con
otra iglesia muy bonita, flores en todos los rincones, medio desierta un día
entre semana. Bajo al puerto, me siento en un banco. Dos mujeres mayores pasan
por delante junto a la que, deduzco, es la nieta de una de ellas, que arrastra
a duras penas un carrito. Sonríen y me dicen algo, que no alcanzo a entender,
así que les digo que no hablo francés, sonríen y se despiden. Es algo que
quería destacar: la amabilidad, la hospitalidad, la educación que me estoy
encontrando en esta zona de Francia. Es cierto que la mayoría de personas no
hablan nada de inglés y se te ponen a hablar en francés aunque se den cuenta de
que tú no les entiendes. A decir verdad, algunas cosas vas pillando al vuelo,
pero si hablan muy rápido cuesta. Eso sí, no pensaré que son maleducados por
hablar en su idioma, que es la tendencia de algunos: si no te entiendo y no
hablas mi idioma eres un maleducado (nota: un español cuando visita Catalunya,
por ejemplo. Y no entro más, que seguro que hay quien lo lee y se molesta. Es
tu problema, amigo/a).
Sentado junto al río, me dejo ir un rato admirando la calma,
la paz, la tranquilidad. Comienza a chispear. Se intensifica la lluvia. Vuelvo
pausadamente, busco cobijo en el dintel de algunas casas, mientras voy, poco a
poco, volviendo al coche.
Saint Suliac
Saint Suliac
De ahí ya hacia Saint Malo. Duermo a unos 3 km. de la
fortaleza y paso la tarde en la ciudadela. Encaro por el paseo marítimo y se ve
la fortaleza al fondo y el Fort National enfrente, rodeado de agua. El paseo es
agradable, con el mar batiendo a un lado y las casas bretonas, elegantes,
coloridas, majestuosas al lado. La primera impresión es que me recuerda a
Essaouira, en Marruecos: ciudadela fortificada junto al mar, con torres de
vigilancia, muros espesos, trazado externo similar. Esta impresión se desvanece
a los pocos minutos: la ciudad marroquí es auténtica, huele a mar, a historia,
a esencia. Saint Malo es… es… es… Saint Malo es francesa, vamos. El interior
acaba siendo como muchas otras ciudades, con calles impolutas, comercios,
tráfico… y pocos rincones que te acaben de sorprender. De hecho, el interior de
la ciudad decepciona un poco, aunque la catedral es impresionante. También
pasear por lo alto de sus murallas, con la ciudad a un lado y el mar al otro.
Subo y bajo de las murallas, me pierdo por la ciudad, la recorro, busco su
esencia, pero me cuesta encontrarla, tan despersonalizada ha quedado o esa
impresión tengo. Entro en un café que bien podría estar en Montmartre,
colorido, pintado en cada centímetro, carteles. Más tarde, ceno mejillones
típicos de la zona y salgo a recorrer el último tramo de murallas para ver el
anochecer. La marea ha bajado tanto que puedo ir caminando hasta el Fort
National y, entonces sí, observar la ciudad de Saint Malo desde el Fort con los
tonos rojizos de los últimos rayos de sol son una auténtica gozada. El sol se
pone, se difumina, se apaga. Las murallas cambian sus colores y se produce cierta
magia…
Saint Malo desde el Fort National
Saint Malo desde el Fort National
A partir de aquí, comienza el descenso progresivo hacia el
sur. La primera parada, de paso, es Dinan, con un casco histórico muy bonito,
una zona amurallada en la parte alta con unas vistas sobre el río, el puente y
el pueblo preciosas. Dinan es otra de esas joyas que bien merece una visita, ni
que sea por unas horas, para recorrer sus calles empedradas, su carácter
bretón, sus casas encaladas, las vistas magníficas. Como curiosidad, me dio un
buen apretón y tuve que acudir urgentemente a un baño público (cerca de la
iglesia) y estaba más limpio que muchos de los que he visitado en mi vida,
vamos.
De ahí, hacia Locronan y Quimper.
La primera es un minúsculo pueblo con una plaza central
empedrada, con otra iglesia (no sé la cantidad de iglesias y catedrales que he
visitado estos días) en una de las esquinas. Son apenas 3 calles, pero es
bonito e interesante.
Quimper es una gran ciudad con un centro histórico recogido,
que no lo presientes cuando estás entrando en ella, pues parece más un suburbio
de París, sucio, con un ambiente sospechoso, gris, desaliñado… pero a 5 calles
de la estación, entras en la zona histórica y todo cambia, con creperías,
terrazas, pequeñas plazas recogidas, etc. Lo de las creperías es todo un
misterio, porque yo no sé si tienen espacio para que todos hagan negocio. La
sublimación máxima era en Saint Malo, que debe tener la concentración de
creperías mayor del mundo. Brutal! Pero bueno, como lo visitable está muy junto
y no es mucho, me siento en una agradable plaza peatonal a comerme un buen crep
junto a un café delicioso. Ya estoy acabando el viaje y es momento de
degustarlo, pausar, asumir, interiorizar.
También es cierto que Quimper es prescindible si tuviérais
que pasar expresamente, pero si os pilla de paso, tampoco sobra.
En el camino de vuelta, aprovecho para pasar por Rochefort en
Terre, uno de los pueblos más bonitos de Francia en 2016: calles empedradas,
flores, medieval, con un encanto brutal… aunque hay que desviarse, bien merece
esta visita relámpago de apenas una hora.
Desde ahí, algo más de 10 horas de vuelta a Barcelona, con
la sensación de que había tardado demasiado tiempo en hacer este viaje.
De aquí a unos años recordaré Le Mont Saint Michel, las sensaciones visitando
las playas del Desembarco de Normandía, las otras en Cancale, el anochecer en
Saint Malo, la delicia de Honfleur, el puerto maravilloso de Saint Suliac, las
casas encaladas, el carácter normando y bretón, lo mucho que he disfrutado
conduciendo por estas carreteras comarcales entre prados, bosques, la lluvia
constante…
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