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dilluns, 21 de març del 2011

Amanecer junto al Everest.

Nagarkot, 20 y 21 de Marzo de 2.011.

Sangram pasa a buscarme por el hotel a las 9 h., puntual. Es de etnia sherpa, aunque nosotros lo de sherpa lo asociemos a los que acompañan a los alpinistas. Voy a estar dos días con él, de trekking hasta las faldas de los Himalayas.
Callejeamos por Katmandú hasta llegar a la estación de autobuses de Ratna Park, donde tomamos un autobús de línea hasta Sakhu. Somos los primeros en subir. Vamos cómodos, dentro de lo que es un autobús de línea en un país como este. Poco a poco comienza a subir gente: estudiantes, ancianos, mujeres con niños… Yo soy el único occidental. La música de estilo hindú resuena con fuerza.
Vamos alejándonos del centro y la realidad de los suburbios comienza a hacerse visible. La pobreza y las condiciones de vida de esta gente vuelven a impactarme. Asumo cuál es su realidad.
Dejadme que realice aquí un inciso. Para mí hay tres estadios en el pensamiento, o tres profundidades: pensar, asumir e interiorizar. En el primero piensas, algo fugaz que pasa por tu mente y se desvanece al cabo de pocos segundos, sin dejar huella alguna. Cuando asumes el poso que queda es más profundo. Sería como tomar conciencia de algo. Finalmente, cuando interiorizas es cuando esos pensamientos asumidos se transforman en actos acordes a aquellos. Es como transformar un pensamiento en un modo de vida.
Así que cuando asumo, una vez más, en otro país diferente, y van…….. que hay mucha pobreza en el mundo, vuelve a mí el pensamiento aquel de: “Qué afortunados somos en Occidente”. Aunque bien podría decirse aquello de “cuánto hemos explotado los recursos de este tipo de países en América, África, Asia…”. Pero bueno, ese debate lo dejaremos para otro día.
El autobús deja atrás las últimas casas de Katmandú, tomando una carretera a medio asfaltar, repleta de baches, agujeros, piedras… Los cristales traquetean y ahogan la música hindú que, supongo, aún suena. Sangram, a mi lado, duerme y nuestro espacio vital se ha reducido considerablemente. Tras poco más de una hora y cuarto, llegamos a Sakhu. Aquí comienza nuestro trekking que nos llevará en casi seis horas hasta Nagarkot, famoso por sus vistas de los Himalayas. El día está nublado, pero con un poco de suerte despejará  y podremos admirar las montañas más altas del planeta, con varios ochomiles y el Everest.
Lo que al principio son suaves desniveles, pronto se convierten en subida pronunciada e incesante. Nos cruzamos con algún habitante local, alguna moto, una camioneta. Nos sobrepasa, en bicicleta, el único occidental que veremos en el camino. “Olé tus huevos”, pienso. “Yo voy con la lengua fuera caminando y tú en bici… sí señor!!!”. Sangram me explica que ayer algunos amigos suyos ingresaron en el hospital, con congelaciones en los pies. Hicieron ascensiones con sandalias, pisando nieve constantemente.
Tantas horas caminando, en silencio, roto por alguna breve conversación con mi guía, dan para pensar mucho. Así que empiezo a pensar que no me apetece nada ir a China. Requiere un esfuerzo que ahora mismo no sé si estoy dispuesto a hacer. Tener que gesticular para absolutamente todo pues… puffff… Nunca me gustaron los juegos esos de adivinar películas, palabras o vete a saber tú el qué mediante gestos. Así que, además, debo ser malísimo en el intento. Mentalmente rehago mi ruta: bajar de Tíbet a Chengdu, bajar luego a Yunnan y entrar a Myanmar, ahorrándome el cruzar China de oeste a este, hasta Hong Kong, y de este a oeste, hasta Yunnan. Así, podría llegar a Thailandia a mediados de mayo. Me apetece mucho bucear y descansar en aquellas playas.  ¿Pienso esto porque ahora mismo estoy en plena ascensión?.
En algún momento pienso, incluso, qué narices hago aquí sólo. ¿Quién me habrá mandado cometer semejante locura?. Sí, definitivamente, me falta oxígeno en el cerebro.
Pasadas las 15 h., llegamos a Nagarkot. Los Himalayas se intuyen, pero el denso manto de nubes que lo cubren impide su visión. Nos alojamos en un hotel por apenas 5 €. Bebo agua y coca-cola. Acabé mi bebida hacía horas y he llegado exhausto, agotado, sediento. Declino la propuesta de comer. Voy directamente a mi habitación. Me ducho y me echo una siesta de apenas hora y media. Cuando despierto, unas galletas de sésamo y coco rematan la terapia reparadora: el oxígeno ha vuelto a mi cerebro… aunque lo de China sigo pensándolo!!.
Salgo a dar un paseo con Sangram, pero volvemos pronto: se avecina una fuerte tormenta. En el comedor del hotel, con colchones al estilo tetería árabe, pido un té negro y me estiro en uno de los colchones. Delicioso!!. Comienza a oscurecer fuera. Encienden unas velas que acaban por crear una atmósfera cálida, acogedora, íntima, casi mágica. La lluvia comienza en el exterior. Pronto, arrecia con fuerza. El viento agita los árboles. Se escuchan truenos. Un relámpago. Sangram me comenta que si es fuerte, quizás aclare el cielo y mañana pueda ver los Himalayas. Mi mirada se concentra en la llama oscilante de la mesa. Por lo demás, silencio… apenas alterado por alguna conversación en nepalí de los jóvenes trabajadores del hotel. Pasan los minutos y así hasta dos horas. Pienso en muchas personas: en quienes están y son importantes en mi vida. Y en aquellas personas que pasaron y ya no están. ¿Cómo le irá?. ¿Qué habrá sido de él/ella?. Son unas horas que justifican, con creces, el esfuerzo, sin nada más que hacer ni que pensar.
Y pienso en todos los que me quieren y esperan mi vuelta. “Todos ellos estarán ahí, esperándote….” 

Ceno una thupka tibetana: una riquísima sopa. Mañana, 21/03, justo el día que cumplo un año. Hoy yo no debería estar aquí. Es un milagro que viera el amanecer del 22/03/2.010. Y he visto muchos desde entonces. Tantos como 365. Y cada día es un regalo, es una oportunidad para vivir. Pero también es un día menos. Así que trato de no desaprovecharlos. Ver el amanecer es suficiente motivo para sonreír, sea junto al Everest o sea en tu dormitorio, a punto para ir a trabajar. Estás vivo!!.
Me acuesto temprano. A media noche me desvelo… A las 6 Sangram llama a la puerta. Subimos a la azotea de otro hotel, en la cima de este pequeño risco y ahí está: la cordillera de los Himalayas. Tantos ochomiles juntos, teñidos de blanco, uno junto al otro, en un incensante baile de montañas, impresionan. Abajo, el valle, se cubre de una tupida niebla. El sol, a punto de aparecer tras ellos. Contengo el aliento. Allí, al fondo, el Everest, majestuoso. “Qué pequeño soy”.
Amanece en el Everest y, un día más, doy las gracias por estar vivo.


PD: Ahora colgaré algunas fotos en Facebook.


4 comentaris:

  1. Venga campeón....mucho ánimo....y para adelantee....nadie dijo que era fácil...un beso...!!!

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  2. Qué lindo todo!!!! vaya regalo de VIDA te estás haciendo...de los que no te quita ni dioooos!!!!...ahhhh y escribes libro a la vuelta d la vuelta..lo vendes...y vengaaaa otra vez...jajja.!!!!ANIMO!!!...qué digo..me lo tienes que dar tu a mi pa meterme en un despacho viendo el mismo trosito calle jajajaj!MUAKS!!!!

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  3. Jajajaja... Puede ser una buena idea, Mon!!.
    Y, sí, cada día que pasa me siento más cómodo y contento de haber emprendido este proyecto.
    Muack!!.

    Por cierto, a la persona del primer comentario... si no ponemos el nombre, no sé quién escribe!!.
    Gracias y un beso, igualmente!!

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  4. Namasté! Trasteando por la red, llegué hasta este post y este gran blog.
    En septiempre parto hacia Nepal, un mes... seguiré tus buenos consejos para el viajero solitario :)
    Salutacions!
    Dani

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