Tashi Palkhel, 26 de Marzo de 2.011.
Pokhara es a Nepal lo que Benidorm a España. Para deciros que algunas personas que he conocido han llegado a decirme que “Pokhara” es una calle… bueno, sería como decir que BCN es las ramblas. Lo que sucede es que en esa calle la oferta de hoteles, hostels, guest houses, agencias de trekking, restaurantes de todo tipo, tiendas de recuerdos, cajeros automáticos, lavanderías, bares musicales, tiendas de ropa de trekking, etc. superan al resto de todo Nepal. Lamentable… Está junto a un bello lago y muy cerca del inicio del trekking hacia los Annapurnas, por lo que es refugio de cantidad de montañeros. Pero en cuanto llegué, me dí cuenta de que no estaría mucho tiempo aquí. Así que anoche, pensé que no podía estarme demorar mi estancia tantos días como pensaba, pues no sabría qué hacer. Un trekking de varios días descartado por tiempo, dinero y ganas, básicamente.
Decidí que hoy me iría a dar una vuelta fuera de la “calle” que es Pokhara… evidentemente, es mucho más que una calle. De hecho es una ciudad inmensa, pero en cuanto te alejas 200 metros de esa calle, no ves turistas. Y yo decidí irme hacia… Old Pokhara. Han sido unas dos horas caminando y callejeando donde he pasado de observar a ser observado. He pasado de ser uno más, a ser el diferente. De caminar pasando desapercibido a despertar miradas de curiosidad, supongo que pensando algo así como “qué narices hace un occidental por aquí…”.
Total, que cuando visité Old Pokhara, decidí que era el momento de subir hasta Tashi Palkhel, un pequeño pueblecito tibetano con un gran monasterio, donde rezan los monjes budistas de 15.30 a 17 h. Y para llegar allí, una pequeña odisea… Ya estaba saliendo de la ciudad y la cosa pintaba a que estaba medio perdido, porque me había salido del mapa que hay en la Lonely Planet. El pueblecito lo nombra de pasada, pero poco más. Así que como llevaba casi 3 horas caminando bajo un sol de justicia, decidí que era el momento de coger un taxi. No tardé en encontrar uno, pero su nivel de inglés era igual a mi nivel de chino: celo patatelo. Cuando le dije el nombre del lugar donde quería ir, no me entendió. El hombre, me hizo señales para que le acompañara a una tienda donde 5 mujeres jóvenes hablaban, esperando a que alguna de ellas hablara un poco de inglés. Entre los 7, el taxista, las 5 mujeres y yo, más o menos acabamos entendiéndonos. “A un pueblecito tibetano!!. Menudo loco”, debieron pensar. Total, que al final creí que me entendió y discutimos el precio. Me dijo 300 rupias… lo dejamos al final en 250 (2’5 €). Cuando apenas llevábamos 100 metros, para el coche… una rueda pinchada. Joder, con lo que me había costado que me entendieran y ahora se le pincha la rueda. Me bajo y el hombre, desesperado, mirando la rueda… “fifty rupees”….. Pero tíoooooooooo, si hemos hecho 100 metros!!. Total, que me despedí de él y seguí caminando. Poco más tarde, finalmente, me senté al borde de la carretera esperando a que pasara algún taxi. Una mujer, sentada delante de su pequeño negocio de alimentación, me miraba divertida y sonriente. Le devolví la sonrisa sin perder de vista la carretera. Al poco, pasó uno. Costó unos minutos, pero al final, entendió dónde quería ir. “Five hundred rupees”… jajajaja… “A taxi driver said me just now 250 rupees… five hundreds it’s too expensive”. “It’s so far”. “Ok, I can wait another one”. “Ok, 250 rupees”… ahora nos entendemos, por fin. Así que, carretera arriba.
Tashi Palkhel, mi destino de hoy. Bajo y me meto en las calles, desiertas, salvo por comerciantes tibetanos sentados delante de sus puestecitos, hablando distendidamente. Me saludan y ofrecen de todo. Declino las invitaciones amablemente, alegando que estoy empezando el viaje y no puedo cargarme mucho (es una excusa que, además de cierta, es perfecta porque muchos dejan de molestar ipso-facto). Llego al monasterio tibetano, el Jangchub Choeling Gompa, prácticamente vacío. Empiezo a hacer algunas fotos por el exterior y a dar la vuelta al monasterio, dentro como de un recinto con patio interior y viviendas que lo rodean, una escuela, una cantina… Se escucha apenas un grupo de jóvenes gritar, en alguno de los “partamentos que rodean el patio. Dos ancianos caminan por allí. Doy la vuelta y me detengo delante de una gran piedra, con caracteres tibetanos pintados de mil colores.
Una anciana se me acerca y me explica que es la famosa oración budista. Chapurrea algo de inglés, lo que tiene un mérito… Tras dar la vuelta, otro hombre me ofrece ver el interior. Hoy no hay oraciones, puesto que los monjes se han ido de vacaciones a ver a sus familias, sólo hay jóvenes aprendices. Así que entramos dentro y me explica algunas cosas. Es precioso, decorado con budas, banderas de colores, los bancos de color granate, el suelo de madera… no me deja hacer fotos… aix…. Cuando salgo, el hombre sigue hablando conmigo. Al poco, se va. Me quedo en el centro del patio, sólo, mirando y admirando, palpando la quietud, la soledad, el silencio. Desde la entrada a un pequeño templito, me observa la anciana. Me hace señales de que me acerque y me siente a su lado. Y yo, con las personas mayores, suelo ser obediente (mentira, pero vamos, quedaba genial decirlo). Me dispone un cojín a su lado y da unos golpecitos en él, mientras sonríe. Así es como me puse a hablar con esta encantadora señora. Hablamos de su vida aquí, de cuánto tiempo iba a estar yo por aquí, que si de dónde eres, etc. Me explica algo de sus hijos que no logro entender. Creo que me dice que tiene 4 y uno es de mi edad, más o menos. Cuando le pregunto por la situación del Tíbet, su mirada se empaña. No ha estado allí desde que murieron sus padres. Y ahora están los chinos. Está triste… Le explico que estuve en Dharamshala, refugio del Dalái Lama en el exilio, en el noroeste de India. Se le ilumina la mirada y desde ese momento no hace más que decirme: “You lucky, you lucky!!”, mientras golpea suavemente mi rodilla con sus dedos. Observo el dorso de su mano, totalmente desfigurado. Empieza a tocársela y me cuenta que cocinando se derramó agua hirviendo. Pobre mujer… Me dice que en Nepal están bien, junto a las montañas, que son libres y nadie los molesta mucho. Se nos une un joven monje, que domina mucho mejor el inglés así que la conversación se vuelve algo más fluida. Tras las preguntas de rigor (“de dónde viene, señor?”, “la primera vez en Nepal?”, “¿cuánto tiempo va a estar aquí?”) nos ponemos a hablar de otras cosas. Anoche justo pensé que quizás podía acercarme a Lumbini, casi en la frontera con India, lugar de nacimiento de Siddartha Gautama, Buda para los profanos en el tema. He leído que es un lugar precioso, aunque algo alejado. Y este joven monje me habla de Lumbini sin yo comentarle nada, así que acabo por convencerme de que debo ir a allí. Le gusta el fútbol y me habla de la victoria de España en el mundial, del Barça y de Messi, algo habitual cuando dices que eres de BCN. Tras un rato de charla distendida y agradable, me despido de ellos. Me detengo en la puerta, me giro, les dedico una última sonrisa y cruzo el arco que da entrada a este refugio de paz tibetano… No sin antes hacer una última foto…
Vuelvo a pasar por las tiendas y un hombre, amable, comienza a hablar conmigo. Me invita a sentarme y así lo hago, hablando de otros tantos temas. Cuando le digo que voy a ir a Tíbet, dice que el dinero será para China, que sólo me enseñarán lo que ellos quieran y que eso ya no es Tíbet. Que aquí estaban muy bien hasta hace unos años, que comenzaron a meterse en todo los políticos (antes era un reinado que era aquello de “campi qui pugui” que decimos en catalán), que los tibetanos ahora no tienen tierra, ni patria, que está bien aquí, junto a las montañas, pero que ellos deberían estar allí. Y me dice que yo soy de un país capitalista, con esa cámara, con dinero… Sí, diferentes modos de vida, le digo, ni mejor ni peor, diferentes. Sonríe. Me despido y le pregunto por dónde se coge el autobús hasta Pokhara, que tengo que ir hasta Lakeside. Me dice que soy joven, que puedo ir caminando hasta allí, que él lo ha hecho muchas veces, tardando hora y media, que es cuesta abajo. Sí, amigo, pero yo no conozco el camino… Ríe a carcajadas y me dice que tengo razón, que mejor coja un taxi o un autobús.
Salgo a la carretera tras unas horas en este mágico espacio del centro-oeste nepalí. ¿Cuántos lugares así habrá en el mundo?. Cientos, seguro… pero cuando estás en uno de ellos, te sientes en paz contigo mismo porque has llegado hasta donde nadie llega para rozar, ni que sea por unos minutos, la paz interior, la quietud, el silencio...