Essaouira, 3 de Enero de 2019
No, Mogador nada tiene que ver con Frodo y El señor de los anillos. Aquello era Mordor. Esto es Mogador. Aquello eran tinieblas, oscuridad, maldad. Esto es luz, mar, relax...
Mogador era el nombre antiguo que tenía esta ciudad y que pasó a denominarse "Essaouira" a finales del siglo XVIII y que significa "bien diseñada".
Y es aquí donde se produce una fusión extraordinaria de culturas y grupos étnicos: árabes chiadma del norte, bereberes haha del sur, gnaouas de África meridional y europeos, afincados o visitantes, que le confieren a la ciudad un encanto extraordinario.
Debo confesar que era uno de los destinos marcados en mi viaje con mayor determinación. E, incluso, ha superado las expectativas.
Essaouira... Tu nombre suena a brisa marina. Tu olor es pura delicia. Tus sonidos, embelesan... Recorrerte es un placer. Pasearte es toda una maravilla.
Bajar hasta tu puerto, contemplar las gaviotas sobrevolando nuestras cabezas. Los marineros con el pescado fresco. Las subastas. Las redes de pesca enganchadas, reparadas diariamente, siempre como marco de fondo de tu ritmo.
El mar, batiente, contra las rocas que te protegen, contra tus muros. Así lleva siendo desde hace 250 años...
En muchas cosas y en muchos momentos me recuerdas a Stone Town, en Zanzíbar. Con tus puertas de madera laboriosamente talladas. Con los dinteles majestuosamente decorados. Los callejones que albergan sorpresas, detalles, silencios... Hueles a mar salada. A pescado fresco. A especias. Hueles a placer. Hueles a libertad. Tú, que fuíste testigo de épocas pretéritas plagadas de guerras y disputas, te alzas majestuosa mirando al Atlántico, orgullosa de ti misma, de lo que fuíste, de lo que eres y de lo que puedes llegar a ser.
Suenan músicos callejeros aquí y allá. Paseo por las estrechas calles de tu medina. Recorro tiendas, galerías de arte, teterías, pequeños restaurantes árabes... Hablo con quienes te conocen mejor que yo. Veo niños jugar aquí y allá, con la inocencia que recuerdo en mi niñez y que ya no veo en los niños de estos días.
Subo a tu muralla oeste a contemplar el atardecer, cómo se va escondiendo el sol en el horizonte, detrás del mar, mientras nos siguen sobrevolando las gaviotas. El mar, bravo, ruge contra las rocas. Te hago fotos, te sorbo a instantes... Te respiro. Me inspiras.
Y quiero asirte, abrazarte, atraparte... Pero sólo me dejas acariciarte. Porque no me perteneces. O eso me dices. Eres de todos los que te viven. Y entiendo que así debe ser, ahora y siempre.
Aprovecho que estoy relajado, después de unos días de ritmo agotador para relajarme y disfrutar de pequeños placeres que nos ofreces. Ceno algo de marisco junto a tu puerto. Me doy el lujo de ir a un Hammam para un baño, exfoliación y masaje relajante en un entorno mágico. He ido al Baño Oriental Mumtaz Mahal y me pareció de justicia poética con mi historia personal (si no sabes quién era Mumtaz Mahal, ya puedes ir a wikipedia corriendo y culturizarte un poco).
Había muchas opciones para ese Hammam y masaje, pero elegí este, sólo por su nombre, evocando aquel maravilloso viaje a India y la perfección absoluta del Taj Mahal. Me pareció de justicia poética a mi propio camino... Y estuvo mucho más que a la altura, sin duda.
Y ahora, sentado en una terraza de la plaza Moulay Hassan, el sol africano regalándonos su presencia, tomando un té bereber, con música de fondo de artistas callejeros, te escribo para despedirme. Con mucha pena te dejo aquí ... Pero sé que si un día decido volver a verte, seguirás esperándome tan altiva y humilde a la vez, tan mágica, envolvente y seductora.
Nuestros caminos se separan... Me voy hacia mi última parada antes de volver a casa: Marrakech.
Hasta siempre, Essaouira.
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