Fez, domingo 23 de Diciembre de 2018.
Estas semanas he estado tan ocupado que apenas he podido preparar mi viaje a Marruecos. Van a ser 15 días entre ciudades imperiales, pueblos bereberes y desierto...
La llegada a Fez al atardecer fue tranquila. Quería llegar a las puertas de La Medina y buscar allí alojamiento. Y en este viaje he optado por el minimalismo: mochila mucho más pequeña y todo lo que necesito en menos de 7 kg de peso. Así que muy fácil para moverme.
En la puerta de Bul Yelud un chico me ofrece ir a ver un alojamiento de unos amigos. En estas cosas suelo guiarme mucho por intuiciones, sensaciones... Y este me pareció muy legal. Tras callejear un minuto, llegamos a una calle estrechísima, llama a un portón de madera. Miro y no hay ningún cartel, nada indica que sea un alojamiento. Cuando se abren las puertas, entramos en un modesto Riad, con un patio interior precioso, en dos plantas, con 5 habitaciones en el segundo piso. Las habitaciones son mucho más que correctas, limpias, baño con agua caliente dentro... Y tras regatear un poco el precio, me quedo: 16 € la noche.
Este chico tiene un restaurante acogedor junto a la plaza donde me lo encontré y ahí he venido las dos noches a cenar: tranquilo, cómodo, cocina marroquí...
Salgo a pasear y me adentro en la Medina con mi cámara y mi guía. Ya es de noche y muchos comercios van cerrando. Bajo por una de las calles principales de la Medina, Talaa Seghira plagada de tiendas de todo tipo a un lado y a otro, pero la curiosidad me puede y me adentro en callejones laterales, apartados... En ese momento comienzo a entender que esto es un laberinto. Me suelo orientar bastante bien, pero aquí hay momentos en los que debo volver sobre mis pasos...
Hoy sábado, he cruzado la Medina de punta a punta... Y la he rodeado.
He bajado por Talaa Kebira y me he adentrado en una viaje en el tiempo, un viaje al pasado...
Lo que se puede intuir cuando empiezas a bajar, acaba multiplicándose exponencialmente. Caminas pensando que tú diriges tu camino, pero en la mayoría de las ocasiones, te ves arrastrado, te engulle la gente, arriba y abajo...
Tiendas de dulces de todo tipo; de especias coloridas y de olor profundo; panaderías; tiendas de venta del famoso cuero de Chauwara; de latón forjado y manufacturado, etc. Es toda una explosión de colores, sabores, ruidos, contrastes... Es un laberinto que te atrapa, te abraza y te susurra al oído...
Llego, un poco de milagro, a las curtidurías de Chauwara y desde la terraza de una tienda veo un espectáculo medieval: cómo lavan, tintan y secan diferentes tipos de pieles en multitud de pozas con diferentes tintes naturales para convertirlas en un cuero de excelente calidad, siguiendo el método tradicional de hace siglos. Además, la terraza te da la oportunidad de tener unas excelentes vistas sobre este laberinto de callejones...
Vuelvo a callejear y paseo por zonas sin nadie, callejones completamente oscuros a plena luz del día; recovecos insospechados; callejones donde solo cabe una persona; casas apuntaladas con tablones de madera; zonas cubiertas; puertas lacadas; puertas de metal; puertas entreabiertas con escalones empinados tras ellas; sombras; silencio; música; personas que camina solas; niños corriendo...
Llego al barrio de los latones, donde trabajan forjando a fuerza de golpes las piezas de metal... Continuo y paso por delante de unos puestos de dulces, donde amasan a mano, en unas planchas anchas de metal...
Un poco más allá, salgo de La Medina por el extremo sureste.
Ahora la rodeo, por una carretera exterior donde apenas me cruzo con 4 personas en una hora. Un coche de policía se detiene a mi lado. Llevo la cámara en mi mano. Me dicen que mejor que me la guarde cuando entre en La Medina... Y le respondo que ya la he visitado hoy y ayer... Por la noche!! Sonríen y me dicen que vale, pero que vaya con cuidado. De momento, inexistente sensación de inseguridad. Quizás ser hombre, de cierta estatura y demás, disuade posibles situaciones de peligro. Lo que es cierto es que una mujer sola por aquí, supongo que sería más delicado.
Acabo llegando a la Ville Nouvelle, más moderna pero menos interesante. Paso por el Palacio Real, el cementerio judío y llego a la Rue Des Menines, con balcones de madera y hierro forjado que son una maravilla. Justo al lado, el Mellah, lo que queda del otrora glorioso barrio judío.
Y me adentro en sus callejuelas, me pierdo entre ellas... Las personas que hay por allí, me miran entre sorprendidas y extrañadas. No deben perderse muchos extranjeros por estas calles...
Llego a una diminuta plaza delante de la Sinagoga Ibn Danan donde un grupo de niños de unos 3-4-5 años juega con una pelota de plástico. Se ríen, caen al suelo, corren, se empujan, se gritan... Me quedo ahí mirándolos, maravillado, sonriente... De pronto, de la sinagoga sale una chica de unos 30 años gritándoles... Y todos se dispersan. Los dos más pequeños se quedan en una puerta con tres escalones justo a mi lado. Se esconden. Miran de reojo... Entonces se dan cuenta de mi presencia. Me miran y sonríen... Uno sale corriendo y viene hasta mí. Me tira del brazo pidiéndome que me agache... Para darme un beso!!!... Luego el otro le imita y me da otro beso. Suben corriendo los escalones y vuelven a esconderse tras la puerta.
Un anciano, al otro lado de esta miniplacita, sonríe ante la escena. Le sonrío, asiento con la cabeza y levanta levemente la mano sin dejar de sonreír despidiéndose de este viajero que sigue su camino, una vez más...
Mañana, hacia la siguiente ciudad imperial: Meknés.
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