Domingo, 5 de Febrero de 2.012.
Nací tal día como hoy, hace 35 años. Me siento bien, como ayer, como
hace dos años, aunque no como hace siete u ocho años. Sin embargo, ver ese
número escrito, causa respeto. 35. No está mal. Estoy seguro de que cuando
nací, aquella mañana de 1.977, mis padres poco imaginarían que su hijo “celebraría”
su 35º cumpleaños a miles de kilómetros de ellos. La vida, las circunstancias
pero, sobre todo y especialmente, mis decisiones, me han traído hasta aquí y a
pasar este día de una manera tan atípica. Así como cuando cumples los 33 lo que
más te repiten es “ya tienes la edad de Cristo”, en este día lo que más me han
repetido ha sido: “cumpleaños diferente”. Pues sí, para qué negarlo, “diferente”
como eufemismo de triste.
Es domingo, así que un abanico de posibilidades se abren ante ti en la
espléndida vida social, cultural y de ocio que te ofrece Juba. Teatros, cines,
restaurantes, museos, edificios, monumentos, jardines, salas de arte… todo está
ahí, al alcance de tu mano para que lo disfrutes. Colas kilométricas para ver
el último estreno de Hollywood o la última exposición de Chagal. Es
impresionante la cantidad de cosas que puedes hacer… ¡¡conectándote a
internet!!. Básicamente, los planes de los domingos se pueden reducir a:
piscina (que es lo que había hecho los domingos anteriores, consiguiendo que,
por primera vez en mi vida, mi piel mudara en pleno mes de enero), beach volley
en el campound del CRC (aún no he ido), salir a cenar y/o tomar algo y… una
visita al Konyo-Konyo Market. That’s it!!. Interesante, ¿verdad?.
Pues nada, aprovechando que un compañero griego estaba por la capital y
quería ir al mercado, allí nos hemos ido 5 personas. Era la primera vez que
salía (en un mes) a caminar por la calle (las otras veces había ido a la
piscina, recordad). Si el panorama es triste y desolador viéndolo desde el
coche de día o, peor aún, de noche, el panorama caminando por la ciudad a plena
luz del día y visitando el mercado más importante de la ciudad (y probablemente
del país) es dantesco. Las calles de nuestro alrededor son todas de tierra
(excepto la carretera principal), llenas de baches y piedras, chozas y
chabolas, plantas que crecen sin orden ni control,… me imagino mentalmente la
foto, en blanco y negro, y pienso que sería como la de las calles de nuestras
ciudades 70 años atrás. De hecho, recuerdo alguna foto de mi padre, cuando era
un niño, en calles parecidas en la BCN de los años 50. Pues eso es Juba… bueno,
no, es mucho peor. A medida que caminamos hacia el mercado, observo que los
niveles de contaminación, escombros, basuras, residuos son, realmente,
escandalosos. La ciudad entera es como un basurero enorme: no hay rincón donde
mires que no veas botellas, latas, bolsas, cartones, restos de hogueras, agua
putrefacta… la basura se acumula de una manera preocupante. En el camino, que
dura unos 10 minutos, nos cruzamos con niños con chanclas unos cuantos números
mayores de lo que necesitarían; un hombre de mi edad más o menos, completamente
desnudo y sucio, muy sucio; niños que recogen basura; personas que queman
basura; basura acumulada; latas amontonadas; agua estancada; olor intenso y
desagradable. Esta es la capital, hay que recordar.
Llegamos al Konyo-Konyo Market (venga, ahora ya podéis hacer todos los
chistes que queráis con el nombrecito) y, pese a que uno está curado de
espantos, no dejan de llamarme la atención muchos detalles. El mercado es un
entramado de “calles” de diversa amplitud, desde algunas de apenas un metro
hasta otras con cabida de hasta dos coches. En las más estrechas, han
improvisado como toldos (cualquier cosa sirve para ejercer tal función: una
tela, un cartón, un plástico) que proporcionen una agradable sombra. En algunas
zonas, los comerciantes extienden sus productos sobre telas, mesas plegables e,
incluso, carretillas. Los más prósperos tienen su propio chiringuito de obra.
La mayoría: más chabolas que actúan de negocio local. No hay orden ni
concierto. No hay un criterio lógico. Todo parece improvisarse. Puedes
encontrar una “tienda” de tecnología junto a una parada de utensilios de cocina
o un puesto de fruta. Los sonidos se entremezclan, de la música a todo trapo de
algunos puestos a los generadores, omnipresentes en esta ciudad para conseguir
electricidad. El zumbido constante del generador puede llegar a ser realmente
molesto (aunque por increíble que nos parezca, te acabas habituando… revisar
una de mis primeras entradas hablando de la habituación en los humanos), pero
acaba siendo un sonido gris que ignoramos por completo. Abundan las tiendas de
tecnología, con algunos móviles de última generación peeeeeeeeero, casi todos
van con tarjeta prepago. Es como cuando llegaron los primeros móviles a España
hará como unos 15 años, que te comprabas una tarjeta SIM con un número y luego
lo ibas cargando con dinero (ahora que lo pienso, igual los adolescentes siguen
utilizando el prepago, no?)… Total, que ves tarjetas con números de teléfonos
nuevos y tarjetas que son de un crédito determinado para cargar tu saldo. Como
me habían dicho que era barato llamar a casa desde aquí con un teléfono local,
pues he comprado tarjeta (10 SSP, poco más de 2,5 €) y lo he cargado con unos
cuantos pounds para poder llamar hoy a casa.
La gente aparece y desaparece por cualquier esquina. En algunos lugares
nos miran como sorprendidos: 5 blancos. De hecho, en más de dos horas en el
mercado, solo vimos a 4 hombres que debían ser australianos y que trabajaban
con UN (llevaban camisetas identificativas). Nada más. Muchas personas van con
carretillas arriba, carretillas abajo; las motocicletas pasan rozándote. Puestos
de kebab… si mi madre viera esa carne seguro que le saldría un herpes en la
boca. De hecho, las “carnicerías” aquí son “lugares” (no sabría qué nombre
ponerle, pues no es una tienda, no es un comercio, no es una construcción
concreta…) donde cuelgan las piezas de carne, tal cual, al aire libre, sin
ningún tipo de cuidado sobre temperaturas, animales que sobrevuelan (o no) la
pieza de carne… vamos, que cuando como aquí, mejor que no piense cómo ha sido
el proceso hasta llegar al plato. Fuego a tope y que maten gérmenes y demás,
porque si no…
Al girar por una de las callejuelas del mercado, veo unos escombros,
chapas, runa, basura… todo amontonado. Encima de toda esa amalgama de
desperdicios, una niña, medio desnuda, mira a su alrededor, quieta. No parece
asustada. No parece divertida. No parece triste. Ni alegre. No parece
preocupada. Ni inquieta. Simplemente, está. Está. Sin más. Una niña,
semidesnuda, sobre una pila de desperdicios. Un poco más allá, un hombre limpia
(sí, sí, limpia) una silla a la cual le falta una pata trasera. Pienso para mis
adentros: “¿qué hará limpiando una silla en la que no se puede sentar?”. Como
suele ser habitual, mi candidez me delata. Acaba de limpiar la silla, se
levanta y la coloca encima de una gran piedra, justo donde le falta la pata.
Ajá, la piedra hará de cuarta pata. Muy bien… aprovechando recursos.
Nos cruzamos con muchas personas. Algunos árabes, pero muy pocos. La
guerra civil reciente fue, básicamente, por motivos religiosos, raciales y económicos.
De todos modos, no tengo la impresión de que sean mal vistos, se les margine o
existan problemas entre ambas razas, pese a que sé que en otras zonas del país
esas tensiones existen y son motivo de enfrentamientos constantes.
También nos cruzamos con algunos negros de raza Dinka. Son de una tribu
del norte. Altos, fuertes, delgados, musculados. Y se les reconoce fácilmente
porque suelen llevar la cara con cicactrices a modo de tatuaje, usualmente en
la frente, aunque algunos en todo su rostro. Para conseguirlo, se realizan
heridas con un cuchillo que luego, al cicatrizar, dejan esas marcas. Imagináos
cómo deben ser esas heridas… Y pueden ser con líneas horizontales que recorren
la frente, líneas en diagonal o líneas formadas por puntos, que también pueden
ser horizontales o en diagonal, desde el entrecejo hasta el inicio del cuero
cabelludo, aunque también he visto alguno que lleva toda la cabeza (toda!!) con
esas marcas.
En más de una ocasión se me acerca alguno que otro al grito de “udzungu”
(“blanco”) y enseñándome lo que tenga a mano para ver si compro (blanco=dinero
para ellos): relojes, pulseras, teléfonos, camisetas, comida… Miro a mi
alrededor y todos son negros. Aquí, yo (los 5 que vamos) soy el diferente.
Recuerdo cuando era pequeñito, debía tener como 9-10 años, en el terreno que
tenían mis abuelos junto a La Llagostera (Girona) (estamos hablando de mediados-finales
de los 80 para un niño), que me iba con mis primos y otros amigos con la
bicicleta, por caminos rurales, repletos de masías típicas catalanas, campos de
cultivo, etc… y a veces íbamos a un lugar bastante alejado para ver a “Kunta
Quinte”. “Kuna Quinte” para nosotros era un negro que trabajaba en una de
aquellas masías y yo, no sé vosotros, pero en aquellos años no veía a ningún
negro a mi alrededor, por lo que verlo era como un acontecimiento. Y el mote,
pues imagino que sería por una serie muy famosa por aquellos tiempos en la tele
(no me preguntéis cuál, porque yo no la veía, pero sí me acuerdo de ese
nombre).
Ahora que he escrito “negro”, una aclaración. Por supuesto, no es
despectivo, faltaría más. Lo que sucede es que a veces el buscar equilibrios
lingüísticos, eufemismos y demás para ser políticamente correcto, me revuelve
el estómago y no por llamar a alguien “negro” (claro, depende del tono,
intenciones y demás, pero no sería el caso, ya sabéis) le estoy faltando el
respeto. Es más, cuando alguien llama a un negro “persona de color”, pienso que
es un pelín ignorante, principalmente porque el negro es, por definición,
ausencia de color y es el blanco el compendio de todos los colores. Pero bueno,
estos son otros temas. Nada, sólo para deciros que no llamaré a alguien “persona
de color” en vez de “negro” ni llamaré “persona pálida” a un “blanco”. Me
parece ridículo. El respeto hacia alguien se expresa mucho más allá de una
etiqueta lingüística. Cierro el paréntesis.
Volvemos a nuestra casa. Hago unas llamadas de teléfono a la familia.
Sorpresa… mis padres se emocionan. A mi sobrina le digo que es un “bebé
dinosaurio” y se enfada, porque dice que ella ya es una niña grande y guapa. Sí
que eres grande, ya, sí… 3 añitos el próximo mes. Llamo a mi abuela. Pobre, no
se acuerda de que estoy en África.
Duermo la siesta. Me conecto un rato a internet. Leo las más de 100
felicitaciones en facebook en mails… (las que me llegaron por whatsapp, las
recibí al día siguiente, que tuve acceso al wi-fi de la oficina)… y tengo una
sensación extraña de alegría por un lado porque ha sido el año que más gente se
ha acordado (esto del facebook y su chivato de cumpleaños es increíble… lo que
hace la comunicación y el marketing, jejejeje) y, por otro lado, siento pena
por estar lejos de tantas personas que me quieren y me aprecian. Una vez más,
gracias, amigos/as… espero poder estar a la altura de las circunstancias en
cualquier momento que me podáis necesitar. Me siento orgulloso de teneros a mi
lado…
Por la noche vamos a cenar a un tailandés. Quería comerme un Pad Thai
para rememorar mis semanas en ese país maravilloso hace tan solo unos meses. No
hay noodles para preparar el Pad Thai. Aysssss… me conformo con un fried rice
que está delicioso.
Llego a casa y me han encendido unas velitas, han roto cuatro
servilletas y me las tiran encima… somos pocos en la casa este fin de semana…
es un cumpleaños, diferente.
PD: me han confirmado mi asistencia al curso de marzo en BCN. Estaré
las dos últimas semanas en casa, por lo que empiezo la primera cuenta atrás,
aunque ahora los días empiezan a volar pero pronto, a reponer fuerzas en casita…
home, sweet home!!.