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divendres, 29 d’abril del 2011

Un funeral Toraja.

Rantepao (Sulawesi), jueves 28/04/2.011.
Una de las cosas más interesantes de viajar es, sin duda, apreciar cómo en cada región, zona o país se entiende el mundo y todo lo que en él sucede de una manera que puede ser completamente opuesta a la tuya, lo que te exige tener una mente abierta, alejada de prejuicios y no posicionarte nunca en algo tan fácil y tan erróneo como el etnocentrismo. A menudo, por no decir en la mayoría de ocasiones, el maniqueísmo resultante de quienes viajan con la mente y los prejuicios occidentales puede llegar a ser ciertamente triste y desolador. Aquello de “buenos y malos, nosotros hacemos las cosas bien y estos son unos bárbaros, incultos y pobres, que tenemos que venir a salvarlos de su ignorancia, en la que nadan por no tener otra cosa a la que agarrarse. Viven en sus chocitas en este país que es un absoluto caos, sucio y pobre, mientras en mi país la gente vive en pisos y casas, la ciudad está limpia, hay buenos coches, cines, teatros, televisión...pobrecitos, vengo a verlos (como si fuera un zoo, añado yo) pero en realidad vengo a juzgarlos…”. Bien. Quien realiza un viaje a un país de los no considerados del primer mundo (incluso a algunos exóticos que sí son del primer mundo pero con una cultura totalmente alejada de la nuestra) y piensa semejantes barbaridades, cae en el etnocentrismo propio del ignorante viajero: aquel que se mueve esperando encontrar en India, Bolivia, Tanzania o Indonesia lo que tiene en su propio país. Nen, estás muy equivocado. Si no se viaja con la mente totalmente limpia, dispuesto a hacer el esfuerzo de tratar de entender el comportamiento, la cultura y hasta las creencias de quienes viven ahí, entonces mejor quédate en casa, mírate un documental de la 2 sobre culturas exóticas y no hagas el ridículo.
Y todo este prefacio, ¿para qué?, os preguntaréis. Bien, porque si no tienes la mente abierta y no eres capaz de observar a través de este modesto blog sin juzgar, mejor que no sigas leyendo esta entrada. Igual hay momentos en los que te arrepientes. Yo trataré de describir lo que vi, siendo aséptico y objetivo en el relato de los hechos y alejándome de estereotipos perniciosos. Y trataré de no caer en el morbo gratuito, simplemente relatar, explicar…
Avisad@s estáis…
Estos días en Rantepao (Sulawesi) estoy con Roland, un viajero sexagenario alemán, y una pareja también alemana. Lo de la pareja tiene mérito: salieron de Alemania en marzo del 2.010, en bicicleta. Cruzaron Rep. Checa, Austria, Croacia, Albania, Macedonia, Turquía, Kazakhstán, Turkmenistán y algunas repúblicas caucásicas más, China, Laos, Thailandia, Malasia y ahora Indonesia. Aún quieren ver Papúa y Australia antes de volver a Alemania, el próximo octubre o noviembre. Todo en bicicleta… Flipante, vamos.
Total, que con los 3 alemanes contratamos un Tour para ver un funeral Toraja así como algunos lugares de interés en la zona de Tana Toraja, en el centro de Sulawesi. Muy cerca de aquí, apenas a 3-4 horas de camino, hay ciudades que hasta hace 4 ó 5 años sufrían estallidos cíclicos de violencia e inestabilidad, propiciados por la rivalidad entre musulmanes y católicos. Era una zona a la que tenía pensado ir, de paso, camino hacia las Islas Togean, pero son casi 5 días entre ida y vuelta y aunque son un paraíso, lo he descartado finalmente. En fin, que a las 9 de la mañana (yo había dormido apenas 5 horas por ver el Madrid-Barça de Champions que, al final, sólo pude escuchar por radio y a saltos) nos pasó a buscar el guía con el conductor.
La primera parada era el funeral toraja, de una familia medio acomodada de la zona, donde llegamos apenas 20 minutos después. Como es preceptivo, llevábamos con nosotros un cartón de tabaco para regalar a la familia por asistir al funeral. Estos regalos suelen ser o tabaco o azúcar y es como una muestra de respeto hacia la familia. Tras buscar por varios caminos de tierra totalmente enfangados por la incesante lluvia de la noche anterior, encontramos el lugar. Aunque llevaba unas botas de trekking, fue realmente complicado no llenarse de barro hasta los tobillos… Llegamos al lugar donde tiene lugar la ceremonia. Y antes de describirlo, os daré cuatro pinceladas de la sociedad indonesia y de aspectos que condicionan el cuándo, cómo y dónde se celebra el funeral por un difunto.
En Indonesia, como en India y en algunos otros países, existe el sistema de castas. Actualmente se considera que hay 5 y es algo así como tu clase social y que no puedes cambiar en toda tu vida: naces en una casta y mueres en ella, por muy bien que te vaya la vida, por mucho dinero que ganes o pierdas, no cambias de casta. Por eso, dentro de cada casta podríamos hablar de algunas subdivisiones, pero no es el objetivo de esta entrada (disculpas…). Las castas determinan los derechos, privilegios y obligaciones que tienes o representas ante la sociedad y los límites a los que puedes llegar, por decirlo de algún modo. Y tu casta condiciona, casi indefectiblemente, tu posición económico-social. Así, cuanto más arriba estés, más dinero sueles tener, tierras, derechos y privilegios. Sí, lector inteligente, cuanto más abajo, menos dinero, tierras y derechos… Esto condiciona el funeral que se da a un familiar difunto.
El funeral al que asistimos es de un hombre mayor que murió hace unos 6 meses. Nos recibe su hija, a la que entregamos el cartón de tabaco. Se nos presenta. Su nombre estalla en mis oídos. “No puede ser”, pienso. “¿¿Este nombre en Indonesia??”.Tras presentarnos, el guía comienza a explicarnos algunas particularidades…
Estamos sentados dentro de una especie de choza cubierta, hecha con cañas de bambú. Hay varias, unidas las unas a las otras, formando una especie de cuadrado, que acaban produciendo un patio interior, con algún árbol, césped… En uno de los lados, hay una especie de torre, donde vemos lo que vendría a ser el ataúd. Las chozas provisionales (se montan exclusivamente para el funeral, desmontándose posteriormente) están elevadas como unos 50 centímetros. Cuando llegamos, hay algún que otro búfalo mediano por ahí y varios cerdos, unos libres, otros atados a cañas de bambú y con las piernas atadas con cuerdas y un cerdo en un fuego en medio del patio.
El muerto a quien se honra, murió hace unos 6 meses y aquí enlazo esto con el sistema de castas, porque dependiendo de tu posición social, puedes hacer el funeral antes o después. Si tu familia es de casta alta y buena posición económica, el funeral puede celebrarse a la semana siguiente. Si no, puedes tardar hasta un año en celebrarlo. Los motivos son económicos y de creencias: para honrar al difunto, la familia tiene que sacrificar varios búfalos y cerdos, que luego serán degustados por los invitados al funeral. Por tanto, si tienes dinero, puedes comprar esos animales rápidamente pero si no lo tienes, puedes tardar mucho tiempo. En algún caso, hasta un año. ¿Y qué hacen con el muerto todo ese tiempo?. Pues lo tienen en formol, en su propia casa. Un búfalo puede costar, pequeño, unos 800 €, el mediano unos 1.500 y los grandes hasta 10.000 €. Si contamos que es un país pobre en el cual la gran parte de la población no llega a ganar 80 € al mes, podéis hacer cálculos de cuánto pueden tardar en reunir: 3 a 5 búfalos en funerales modestos; 6 a 15 en funerales medios; más de 15 búfalos en funerales grandes. Sí, una fortuna, efectivamente.
En las diferentes “chozas” interconectadas, se van agolpando familias: niños, ancianos, hombres, mujeres… se fuma, se habla, se ríe, se espera, se juega a cartas… en el patio, el cerdo que estaba en el fuego, es depositado sobre unas hojas de palmera, es abierto y se le comienzan a extraer los órganos internos. Algunos de estos órganos troceados junto a algo de chile, pimientos y cebolla rellenan una caña de bambú que luego será asada y constituye uno de los platos típicos de la región: entrañas de cerdo cocinadas en caña de bambú. Cuatro o cinco hombres completan el descuartizamiento del cerdo en apenas 20 minutos. Trabajo de artesano, con grandes machetes.
El guía nos dice que el sacrificio de los búfalos no comenzará hasta dentro de unas dos horas, que podemos ir a ver las tumbas colgantes de las cuevas. Ahí nos dirigimos, los 3 alemanes, el guía, el conductor y yo. Tras pasear por un precioso pueblo Toraja, con sus típicas casas en forma de cuernos y alzadas algunos metros sobre el suelo, llegamos a una montaña, de cuya roca penden algunos ataúdes de madera, finamente labrados, pero muchos ya decrépitos. Se ven huesos humanos aquí y allá. Calaveras por todas partes. Aquí dos ataúdes. Allí arriba, tres más. Huesos de adultos y otros de niños, parece. El lugar es realmente chocante a mis ojos occidentales. Vamos ascendiendo y contamos como unos 20 ataudes, en diferentes puntos de la montaña, sobre pilones de madera. Calaveras en buen estado, con muchas piezas dentales y otras a las que les faltan muchas de esas piezas… Una visión algo siniestra a ojos occidentales, totalmente normal en esta cultura.
Volvemos al lugar donde se realiza el funeral, que puede durar de 2 a 4 días, según el dinero de que disponga la familia, la cantidad de invitados, el número de animales sacrificados, etc.
Llegamos justo a tiempo. 10 minutos después, el primer búfalo es conducido al centro del patio. Un joven, de unos 25 años, se acerca con un machete de considerables dimensiones. Agarra la cuerda que acaba en la anilla del hocico del búfalo. La levanta, obligando al animal a estirar el cuello hacia arriba. Ahí queda el animal a merced del humano, con su cuello despejado, listo para ser degollado, sin que el animal sepa cuál es su futuro. En un movimiento certero, el joven degolla al animal. El corte tranquilamente es de unos 15 centímetros y la sangre comienza a saltar a borbotones. El animal trata de correr, herido. Se dirige justo hacia donde estoy yo y lo detienen a apenas dos metros de mi posición. Otra cuchillada acaba por debilitar al animal. La sangre riega el fango y el césped y el animal cae desplomado. El rito se repite hasta en tres ocasiones más, con otros tantos búfalos. En poco más de 10 minutos, yacen cuatro búfalos muertos, sangrando en el enfangado patio. Toca despedazarlos, claro, pero antes se les despoja, diestramente, de su piel, de una pieza, sin romperse. Comienzan por la cabeza y la visión del animal muerto, sin piel en la cabeza, con los ojos negros perdidos en el infinito y el cuello rebanado es realmente impactante. La alemana no puede verlo. Se queda detrás nuestro. A medida que van cortando al animal, lo llevan a las improvisadas cocinas que hay en las esquinas del patio, donde las mujeres lo prepararán para la degustación de los invitados.
Al fondo, veo a un gran cerdo, al que han cebado, sin duda, que apenas puede caminar. Otro joven se acerca y tras dos puñaladas en el lado, derriba al cerdo, que se retuerce de dolor. Lo abren en canal y le extraen todos sus órganos internos. Un joven introduce sus brazos hasta el codo para dicha tarea, cruzando el patio con los órganos en una mano y chorreando de sangre…
Nos volvemos a despedir del funeral y vamos hacia las tumbas de los bebés, en un árbol. Tras muchas generaciones, empiezan a perder fuerza algunas tradiciones como esta (bodas entre personas de diferentes religiones, inmigración y emigración, etc.) y lo que contemplamos ya apenas es un recuerdo del pasado que apenas casi nadie practica: cuando un bebé de menos de un año moría, lo enterraban dentro de un árbol, un gran árbol, al cual le hacían un agujero, introducían al bebé allí y tapaban el agujero con una especie de puertas. La corteza del árbol, años después, haría el resto. Y así, vemos este árbol, bajo un diluvio de proporciones considerables, con unas 20 puertecitas pequeñas, donde debieron enterrarse a otros tantos bebés en tiempos lejanos.
Llueve. Diluvia. El día es gris oscuro, apagado. Se acabaron las excursiones por hoy. Me sumerjo en una serie de pensamientos sobre el día y pienso en lo diferentes que somos unos de otros y en la riqueza cultural y antropológica que hay dispersa por el mundo. Nosotros, que nos pensamos a menudo que no hay otra manera de vivir ni entender el universo, tenemos tanto de lo que aprender…
Te lo advertí: no iba a ser un post agradable.

dimecres, 27 d’abril del 2011

Buceando en un paraíso marino.

Nusa Lembongan, 25 de Abril de 2.011.
Los días en Bali han transcurrido, básicamente, en Ubud, desde la cual es fácil recorrer la isla en su interior con algunos tours. Yo hice dos y vi multitud de puntos de interés del centro. Además, Ubud ha sido delicioso.
Tras unos días allí, me dirigí hacia Nusa Lembongan, una islita frente a Bali, con playas que parecían ser paradisíacas (no están mal, pero no matan) y con oportunidades extraordinarias para el submarinismo… Y aquí, sí que es exquisita…
Fui a preguntar a varias agencias PADI de submarinismo por los puntos de inmersión, coste, refrescar algunos conceptos, etc. y eran todas muy parecidas. Al final me decanté por una que me pareció bastante seria y el equipo que vi estaba en muy buen estado. Quedamos para hoy a las 7.45 de la mañana, para recordar algunos conceptos que tenía un poco en un punto indeterminado de mi mente, pues desde septiembre pasado que obtuve el Open Water (nivel mínimo de buceo) no había hecho nada. Y como hoy también cogía el Fast Boat a las 15 h. de vuelta a Bali (mañana tengo el vuelo hacia Sulawesi a las 6.50 de la mañana y tengo que estar cerca del aeropuerto), pues debía dejar la habitación lista y mi mochila preparada, con lo que me he despertado sobre las 7 de la mañana. No está mal…
Total que, puntual como un suizo, he llegado al centro de buceo. Había una pareja francesa que se están sacando el Open Water (OW) y un holandés algo más experimentado. Los monitores, una pareja alemana, creo. A mí me tocó con la chica, pues el chico estaba con los OW. Tras preparar el equipo, mirar traje de mi talla, escarpines, aletas, máscara, subir las botellas de oxígeno a la barca, etc., zarpamos… Primer punto de destino: Manta Bay. En el camino, el briefing típico donde te explican un poco lo que vas a hacer, instrucciones, cómo está el mar, qué se puede ver… Y la chica se ha sentado conmigo para repasar, sobre todo, tema de señales visuales, que no las recordaba muy bien (vaciar la máscara de agua en el fondo, recuperar el regulador, etc. Sí que lo recordaba… así que fue muy breve, apenas dos minutos). El tema se complica por el idioma. En Zanzíbar el bautizo fue con un monitor Israelí que dominaba el castellano y estaba Miquel, que nos había explicado muchas cosas antes. En el curso del OW en BCN y Girona, pues problemas de idioma, como que tampoco… Pero aquí, ay amigos!!!... Muchísimas palabras no las conozco en inglés para el submarinismo, equipamiento básico, nombres de peces, palabras como “corriente”, “compensar”… sí, ya sé, debería haberlas mirado antes en mi mini-diccionario, pero mi profesora de inglés, Jenny, decía de broma que mi diccionario era “erótico” porque una vez buscamos una palabra en clase y tenía una connotación un tanto picante, así que igual no hubiera encontrado esos conceptos que buscaba, jajajajaja… Total, que me lío como una persiana: recordar ha sido fácil, pero seguir algunas instrucciones en inglés, ha costado algo más. Si pienso en esta situación hace unos años, hubiera sido imposible: yo sólo, en una situación que requiere dominar el medio y que necesitas de la comunicación con tus compañeros, que cuando es en superficie es en inglés y con términos que no domino… puffff… lo dicho, hace unos años, ni de coña. Ahora lo tomo de otra manera, le echo un poco más de morro y me río cuando me equivoco, pero la gente te ayuda mucho. Fuera complejos y tírate a la piscina… o al mar, como en este caso.
Tras apenas 20 minutos de navegación, llegamos al Manta Bay point. Mientras nos terminamos de equipar en el bote, vemos 2 mantas nadando muy cerca de nosotros. Son preciosas. Negras, con un aleteo rítmico embriagante, suave, continuo. Deben medir como metro y medio.
“Ready?”. “Ready!”. Patos al agua… agarras con una mano el cinturón de plomos y con la otra el regulador y la máscara, dejándote caer hacia atrás desde la barca. El chaleco hinchado, te devuelve rápido a la superficie, donde te reunes con tus compañeros de inmersión. Todo en orden… descendemos… Y ante ti se abre un nuevo mundo. Es como cruzar una puerta a otra dimensión. Los ruidos cambian: escuchas tu respiración, quizás algún motor de alguna barca, la corriente marina… La luz difiere, también. Los rayos de sol caen y atraviesan el agua, difuminados, aportando color a lo que hasta hace unos momentos era un azul intenso desde la barca. Desciendes poco a poco. 1 metro. 2 metros. 4 metros. 8 metros. 10 metros…  en el descenso comienzas a ver coral de mil formas y colores: azul, rojo, naranja, verde, fucsia, marrón... peces tropicales de todos los colores que os podáis imaginar y de formas algunas realmente increíbles: a rayas amarillas y negras, con rayas rojas, todo negros, azules… pequeños peces, medianos y algunos grandes. Bancos de peces que te rodean mientras tú… flotas. Sí, flotas. Si controlas un poco la flotabilidad (sería algo así como la estabilidad en tu trayectoria en el fondo del mar, ni subes ni bajas, te mantienes) eres como un pez más (entiéndase la metáfora), rodeado de coral, la luz que cae desde la superficie, peces tropicales que te rodean y tú, ahí, flotando, te dejas embriagar por la sensación maravillosa de estar en plena naturaleza. Las burbujas de tu respiración salen, poco a poco, con diversas formaciones: burbujas grandes y pequeñas… Flotas, como en nuestros sueños, de esos sueños que hemos tenido todos en los que flotamos en el aire. Pues lo mismo, pero en el agua. Vemos Anémonas, el Pez Tigre, el Pez Ángel, el Pez Trompeta, Leefy Scorpion Fish, Black Spotted Puffer, Striped Surgeonfish…
Cada poco nos paramos. La monitora pregunta si todo está bien: “Todo OK”. Controlas tu manómetro para ver el aire que te queda. Buceamos a unos 10 metros. Miramos a nuestro alrededor, hacia la superficie, esperanzados en ver nadar por encima de nuestras cabezas alguna manta, que nos deleite con su elegante nadar. Tras 52 minutos de inmersión, no ha habido suerte. Al parecer a las mantas les gusta nadar entre olas grandes y hoy el mar está calmado. Subimos a la barca y al fondo vemos delfines saltando en mar abierto. Cuando íbamos a dirigirnos hacia allí, los perdemos… La monitora nos explica que en Hawaii llegó a ver mantas de 4-5 metros. ¡Increíble!. ¿Os lo podéis imaginar?. Uffffffffffff….
Nos dirigimos a la segunda inmersión: Cristal Bay.
Sí, su nombre ya lo dice todo: Cristal Bay… Una pequeña bahía con una playa de arena blanca y una hilera de palmeras que la protegen de la espesa vegetación que hay detrás, en la montaña. El sol cae perpendicular a esta hora. El azul turquesa del mar permite una visibilidad extraordinaria, de más de 20 metros. Comemos algo mientras esperamos a la siguiente inmersión, en un lugar idílico. Lástima que me dejé la cámara en el hotel, porque era una foto de postal (ah, y la fujiprix de usar y tirar no hace fotos acuáticas, lo siento!!!... porque hubiera sido la foto del viaje, fijo!!!). A eso de las 11.40 nos dejamos caer hacia atrás para la segunda inmersión. Descendemos, poco a poco, junto a una pared que cae unos 45 grados, repleta de coral y cientos y cientos y más cientos y otros cientos de peces tropicales que se mueven a nuestro alrededor, se alimentan, se persiguen, se esconden… 10 metros. Seguimos descendiendo. 15 metros. 20 metros… 21’3 metros es la máxima profundidad que alcanzamos. Creedme: 21 metros es mucha profundidad para un novato como yo. Miras hacia arriba y la superficie te parece que está lejísimos. Sería como un 8º-9º piso. E impresiona. Pero tú buceas tratando de controlar tu respiración, sin hacer movimientos bruscos, admirando la belleza del paisaje submarino, al que la mayoría de humanos no accederá nunca y que sólo verán por “documentales de la 2”… o ni eso. Igual prefieren ver el tomate y esas cosas antes que dejarse impresionar por esta maravilla natural.
Así buceamos unos 40 minutos en esta 2ª inmersión antes de volver a la superficie y retornar a nuestro medio natural: tierra firme.
En la barca, el sol pica ahora. Las olas que forma la barca te salpican el rostro. La brisa te acaricia. Cierras los ojos y piensas en todo lo bonito que has vivido, en otra gran experiencia que quedará, para siempre, grabada en la retina de tu cerebro. Respiras, te sientes vivo y, una vez más, valoras lo afortunado que eres de poder vivir esta experiencia. Y te acuerdas de algunas personas que te hubiera encantado que estuvieran aquí para que hubieran podido disfrutar, junto a ti, de esta maravilla. Quizás sea el único lunar: disfrutar en solitario y sólo poder compartirlo con vosotros a través de unas líneas escritas en un modesto blog.
A quienes no habéis probado el submarinismo y os gusta el mar, la naturaleza… os lo recomiendo fervientemente. A mí me introdujo el gran Maikel Sparrow Aguilar y es de lo mejor que he probado en los últimos años. Delicioso. Gràcies, Maikel!!. I hope we’ll dive on Vietnam next august!!…
Y hasta aquí la lección de hoy de oceanografía de Jacques Sergio Cousteau.

dimarts, 19 d’abril del 2011

Una conversación deliciosa.

Ubud (Bali), 20 de Abril de 2.011.
En ocasiones, el apasionante camino de la vida se cruza con otros caminos, otras personas con las que compartir unas horas que te aportan una energía, un crecimiento, una perspectiva, un exquisitez,… dejando un poso dulce y agradable increíble, que reafirman el camino correcto de tu vida. Eso mismo me ha pasado en Ubud (Bali) al conocer a F. y a S. Las conocí ayer, como os comenté, en el tour hacia Kintamani y Besakih y esta noche hemos cenado los tres juntos.
S. es una mujer parisina con gran éxito en su vida, pero atravesando una época a nivel personal algo compleja, buscándose a sí misma. F. es una abogada alemana de 36 años que dejó su trabajo para vivir un poco alejada de la vida que los demás esperan que viva. Ella y yo tenemos muchos puntos en común: comenzamos el viaje el mismo día, tuvo que vencer las reticencias familiares a que viajara sola, la presión social por seguir sin pareja, etc, etc.
Lo que era una conversación como las que tenemos a diario, a cientos, de esas insulsas e intrascendentes, poco a poco fue tomando cuerpo, fue profundizando, fue convirtiéndose en una especie de catarsis (especialmente para S., creo), donde el compartir según qué ideas, sentimientos y momentos de nuestra vida actual, convirtió la velada en una auténtica delicia.
Se tornó interesante cuando comenzamos a hablar de la importancia de dejar lo que ya no nos es útil, sea en forma de persona u objeto… Sí, y no quiero que penséis que cuando digo “útil” me refiero a tener una relación con alguien del tipo que sea por interés, sino a que hay momentos en la vida en los que alguien te aporta algo y momentos en los que deja de aportarte ese algo, que tienes que aceptar y “dejar ir”. Este concepto de “dejar ir” me parece importante, porque sobre él ha girado gran parte de nuestra conversación. Todos estamos de paso y, por supuesto, todas las personas que nos rodean también, incluso los más cercanos: uno de los dos dejará al otro antes por causas mayores, si no es por otros motivos. Y hay que aceptar eso que es tan evidente. La pérdida, claro, nunca es fácil, pero el camino sigue.
¿Es fácil la vida o por el contrario es un camino plagado de obstáculos?. Pues depende. Depende, sobre todo, de tu capacidad de complicártela, por ejemplo eligiendo a quienes están a tu lado. Cada día que pasa soy más pragmático en muchos aspectos, pero si algo he acentuado en estos últimos años es de prescindir de aquellas personas que me podían complicar la vida. Las dejo a un lado y sigo mi camino. Sólo quienes me aportan algo positivo continúan a mi lado (y yo al suyo, por supuesto). Por el contrario, en el camino han ido quedando personas que un día fueron importantísimas para mí: mi mejor amigo, ya no está, ergo, ya no es mi mejor amigo; Míriam, ya no está y fueron casi 5 años con ella; y así podría seguir con muchas personas que pasaron por mi vida pero llegó un día en el cual nuestros caminos se separaron sin remisión. Sucede, a menudo, que nos empeñamos en hacer funcionar cosas que es evidente, a todas luces, que no funcionarán, hacer cambiar a alguien (gran error, porque cada uno es como es y punto), no querer ver/aceptar la realidad… y entonces nuestra vida se va convirtiendo en callejones cada vez más tenebrosos y más complejos de iluminar. Luego, vienen las lamentaciones, claro. ¿Es culpa de esa persona que te ha complicado la vida?. Quizás, en parte sí, pero el responsable último, sin duda, eres tú mismo por haber elegido mal. Y este es otro gran concepto que hemos analizado esta noche: “elegir”.
Todos conocemos a personas que se lamentan de su vida, que se sienten infelices, que se fustigan y echan la culpa a que el universo conspira en su contra, sin pararse a pensar que la responsable primera y última de casi todo lo que le sucede es ella misma. En la mayoría de los problemas en los que nos vemos inmersos en nuestro día a día, si tiráramos del hilo, llegaríamos a una decisión primigenia que provocó la situación actual, una decisión en la que elegimos mal, nos equivocamos. Lo peor de todo no es equivocarse, sino el ignorar este hecho, asumirlo y evitarlo la próxima vez. Sí, el caso más claro es el de aquellas personas que fracasan una y otra vez al establecer una relación sentimental y acaban teniendo problemas serios. No puede ser que siempre la culpa sea de la otra persona… ¿no será, quizás, que tú no eliges bien?. Quizás si eligieras mejor la persona de la que te enamoras, tendrías menos quebraderos de cabeza y hasta serías feliz... pero bueno, también es cierto que hay personas a las que “les va la marcha”. Y también está aquello de que no se elige de quién te enamoras y bla, bla, bla...ese sería otro debate para otra ocasión. Evidentemente, el error se permite, se tolera, se entiende y se acepta. Lo que no acabo de entender, es repetir el mismo error en un bucle continuo, como si fuera el día de la marmota. Alguna vez, ni que sea por una vez, debemos asumir el control de nuestra vida, ¿no?. De esto también hemos hablado.
Sí, de un modo u otro, F., S. y yo mismo, no hemos hecho lo que la sociedad esperaba de nosotros (cuando digo “sociedad”, me refiero a nuestros familiares, nuestros amigos… ) cuando ha tocado. Ha sido como un acto de rebeldía o, yo lo entiendo de otro modo, como una autoafirmación del yo. Me refiero a que no pienso que debamos hacer lo que los demás esperan de nosotros porque es “lo que toca”. En todo caso, deberemos hacer aquello que nosotros queramos hacer (con los límites legales, morales, económicos y demás aspectos que influyen, naturalmente). Es decir: no tengo que comerme un plato de espinacas si no me gusta. ¿A que es sencillo con algo tan banal como un plato de comida?. Sí, definitivamente, es sencillo. Si ahora afirmo: no tengo que estar en pareja si no es con la persona adecuada, tenga 25 como si tengo 60 años. Ahhhhhhhh… ahí la cosa ya cambia, porque aunque la mayoría lo pensáis, pocos lo lleváis a la práctica. Y con esto me refiero a las personas que están en pareja sin ser felices por el “simple” hecho de no estar solas, el miedo a no encontrar a otra persona que las haga felices o, peor aún, su baja autoestima, la nula confianza que tienen en poder salir adelante sin alguien al lado, etc. Cuando uno asume esa máxima y lo lleva a las últimas consecuencias, debe soportar la presión creciente de quienes no entienden que tengas 34 años y sigas sin pareja. “Y tú, ¿cuándo vas a tener niños?”, pregunta mi madre. Menos mal que mi hermana ya tuvo a mi sobrina (ayssssss… cuánto la echo de menos!!!) y me ha liberado de cierta presión. A F. le pasa algo parecido, siendo mujer, claro. Y me ha hecho mucha gracia cuando dice que ella se siente mal cuando conoce a alguien, dice su edad y entonces la empiezan a mirar rara como diciendo: “36 años, abogada, bien posicionada, está sola… algo raro tiene, seguro”. Jajaja… a mí me ha sucedido en varias ocasiones: ”33-34 años, deportista, educado, inteligente, con estudios, independiente (dejadme que me eche flores yo mismo)…. ¿Qué es lo que me he perdido?. ¿Por qué sigues sólo?. Hummmm… algo raro tienes, fijo”. Os juro que he escuchado eso taaaaaaaaantas veces. Sí, es cierto, no estoy bien posicionado ni vivo en un chalé de 200 metros cuadrados con jardín y piscina… ¿y qué?. ¡¡Me importa bien poco!!.
Os podéis imaginar, que tener una conversación así en inglés, con dos personas que apenas conoces, tan lejos de casa y compartiendo tantos puntos de vista y experiencias, pues para mí ha sido todo un regalo.
Recordad estos conceptos: dejar ir, la importancia de elegir bien/ la toma de decisiones, asumir el control de nuestra vida y responsabilizarnos con todo aquello que nos pasa.
Ha sido, sin duda, una conversación deliciosa.

PD: siento que esta entrada al blog no sea lo que se espera de un blog de viajes, pero la experiencia me ha encantado, os la quería explicar, sé que hay personas a las que les gusta que hable de temas así y… por último… ¡¡es mi blog y escribo lo que quiero!!. Como el chiste, ya sabéis: el gato es mío y me lo follo cuando quiero. Je… Apa… “se me cuiden, eh?”.

dilluns, 18 d’abril del 2011

Cosas que te pueden pasar cuando viajas (sólo).

Ubud (Bali), 19 de Abril de 2.011.
Como os podéis imaginar, durante un viaje así, la colección de anécdotas se incrementa día a día. Las hay de diversos tipos, tamaños e importancia. Y aquí me he propuesto relataros algunas, para uso y disfrute del personal.
Muchos de vosotros, previamente al viaje, me manifestabais la admiración que sentíais por atreverme a esto de viajar sólo, sin nada establecido, sin compañía a la que acudir en un momento de duda, malestar o necesidad. Bien, ahora puedo reiteraros que lo mío es muy fácil, pero que muy fácil, comparado con algunas personas que he visto/conocido.
Por ejemplo, en Singapur vi a un hombre de unos 55-60 años viajando sólo, durmiendo en un hotel de dormitorio compartido. No me imagino a mi padre o a mi madre haciendo algo parecido, verdad papá/mamá?.
En ese mismo hotel de Singapur, conocí a una pareja de Euskadi, que llevan 3 meses viajando y piensan estar hasta septiembre, más o menos (los conocí después de estar un rato escuchándolos, me parecía euskera, pero no lo corroboré hasta que vi la Lonely Planet en castellano y ya les pregunté). Y preguntaréis: ¿qué tiene de meritorio?. Bueno, dejaron el trabajo en diciembre para irse de viaje. “No hay más preguntas, señoría”.
Pero el que más me impactó fue el de un chico de BCN que conocí también ahí en el hotel de Singapur. Lleva 3 meses viajando y esperaba estar un par más. Lo más fuerte del caso es que el tío pilló la mochila sin tener ni idea de inglés. ¿Os imagináis lo que es eso?. Pufff… alucinante!!.
Desde aquí, mi respeto y admiración por todos ellos.
En Singapur me llovió los dos días. Así que la segunda noche salí a hacer unas fotos nocturnas, que había aclarado el cielo. Me encanta la fotografía nocturna y en una ciudad así, las fotos son preciosas. Pues bien, tras pasear tres horitas buenas, decidí que era el momento de volver al hotel y como estaba algo alejado, pues ir en metro. Tan bien que me suelo orientar, no me llevé ni guía, ni mapa ni nada de nada… Mi cámara y yo. Y aunque tenía una remota idea de por dónde estaba el metro, evidentemente, no fui de manera recta y directa, sino que pasé por algunas calles… bueno, una era una calle alargada, estrecha, de unos 200 m. de largo. Ya al entrar en ella, pensé que era “sospechosa”, pero vamos, bien iluminada. A los pocos metros vi que estaba repleta de clubes… y no de ajedrez, precisamente. Nuevamente: “No hay más preguntas, señoría”.
Una de las cosas que me está empezando a tocar lo que no suena es que el gasto se me está disparando por ir sólo. En casi ningún sitio tienen habitaciones individuales, por lo que tengo que dormir en una doble y aunque a veces consigo algún descuento, este no es proporcional, ni muchísimo menos, al hipotético caso de que viajara con alguien. Si una doble cuesta 12 €, igual consigo que me lo dejen en 10, que no serían ni mucho menos los 6 que pagaría viajando con alguien. Y eso lo podemos extrapolar a los taxis o, como aquí en Bali, a contratar un tour, que si vas en grupo, un tour de un día puede salirte por unos 12 € pero si no vas en grupo, para ti sólo puede costarte hasta 30. Eso ha provocado la situación de hoy. Ayer, después de visitar el Monkey Forest y hacerme un masaje balinés como dios manda (9 € una hora de masaje por todo el cuerpo. ¡Espectacular!), me dediqué a ir preguntando por numerosas agencias de Ubud (el pueblecito del centro de Bali donde estoy) por diversos tours, especialmente el Bedugul Sunset Tour. Bien, en ninguna tenían a nadie para el día siguiente para ese tour. Ya cansado, opté por la táctica segunda: preguntar si tenían algún grupo para cualquier tour para el día siguiente. En la segunda agencia… ¡¡bingo!!. Tenían un grupo de 4 personas para el día siguiente para un tour que no pintaba nada mal. Hoy, a las 8.45 estaba ya esperando a que me recogieran. Me subo y van… dos chicas. Pienso que van juntas, claro. El conductor me pregunta que de dónde soy y demás (típicas preguntas para romper el hielo), le digo que de “BCN, Spain” y entonces la chica de mi lado empieza a hablarme castellano-francés… Es francesa, vive en París, pero su madre es de Lleida… La chica que va sentada delante, es alemana y comenzó el viaje el mismo día que yo, pero haciendo Java, Sumatra… también varios meses por el sudeste asiático. A los pocos minutos, recogemos a un chico joven, también va sólo. Es de Holanda. Lleva 3 meses viajando por aquí y está acabando su viaje. Y poco después, a un hombre de unos 50 años de Hong Kong. Así que ahí estaba yo con el conductor indonesio, un hongkonés (desconozco el gentilicio, si alguien es tan amable de decírmelo…), un holandés, una francesa y una alemana…. Y os juro que no es un chiste, jajaja. Por cierto, cosas curiosas: la francesa y la alemana hablaban en francés; la francesa y yo, en castellano; y los cuatro… en inglés. El Dr. Miyagi (así es como hemos apodado al hongkonés, un poco autista el tipo, pues apenas ha abierto la boca, mientras nosotros comíamos él no sé qué ha hecho…) no se relacionó casi con nosotros.
Más cosas…
En Nepal hay muchos rickshaws y uno puede pensar que se ganan la vida de eso. Craso error. Creo que con lo que cobran, los pobres, se ven obligados a buscar fuentes alternativas de ingresos. Así, se convierten en agentes comerciales y según la hora, pues te ofrecen unas cosas u otras. Durante el día, pues además del rickshaw, se ofrecen como guías, llevarte a algún restaurante que conocen, si quieres hacer trekking, etc. A medida que cae la noche, la oferta comienza a ser más… hummm… cómo decirlo… hummm… en fin, que cada uno ponga el adjetivo que crea más oportuno. Pues bien, cada noche que volvía de cenar, que tenía como 15 minutos caminando hasta mi hotel, por calles completamente a oscuras (sí, sí… ni una luz, que una vez me crucé con 5 vacas que venían directas hacia mí y no las vi hasta que las tenía a dos metros. ¡¡El susto que me dieron y el salto que pegué!!), pues se te acercan estos del rickshaw y te empiezan a proponer, así en voz baja, acercándose a tu oído… “smoke?. Hashiss?. Marihuana?. Girls?”. Je… menos mal que soy un tío sano y no consumo ni voy con mujeres de moral distraída, porque si no aquí hubiera acabado mi viaje, fundiéndome todo el dinero, vaya.
Ahí en Katmandú, una mañana fui a pagar un café en un italiano (riquísimo, por eso fui ahí) y le di un billete de importe elevado para pagar, pues no tenía más pequeño. El chico, tras buscar cambio, salir a buscar a comercios de alrededor y demás, viene y me devuelve el billete, diciéndome: “ya me lo pagarás”. Cierto es que ya había ido un par de veces y me conocían, pero vamos… evidentemente, por la tarde, en cuanto tuve cambio y pasé por allí, les pagué el café.
Otra…
En el camino entre Tansen (Palpa) y Lumbini, debía coger 3 autobuses diferentes. Bien, entre el 1º y el 2º, sucedió que llegaba el mío cuando estaba saliendo el que iba a mi siguiente destino. Se gritaron entre autobuses, el chico del autobús donde yo iba subió al techo a por mi mochila, el conductor aproximó el autobús al otro, pasaron mi mochila de un techo al otro… y subí corriendo al segundo autobús, entre risas de los pasajeros de este, claro.
Y explicaría algunas más, pero vamos, de momento vais servidos.
Ahora estoy en Bali, en el centro de la isla. Mañana he quedado con Sylvia (la francesa) y Pavira (la alemana) para comer y mirar de hacer el Bedugul tour pasado mañana, con lo que vería casi todo lo más importante del centro de la isla, dejando la costa para el final. Seguramente en unos días esté en Nusa Lembogan en unas playitas que quitan el hipo y haciendo alguna inmersión en estas aguas cristalinas.
Y ahora llevo días dándole vueltas a un asunto que igual me hace variar un poco el plan del próximo mes en Malasia. No estoy aún seguro, pero la idea comienza a fraguar en mi mente y empieza a tomar cuerpo. No variaría en exceso, simplemente Malasia la dejaría para otra ocasión para estarme varias semanas en un sitio concreto… hummmm… ¡¡ya veremos!!

dimarts, 12 d’abril del 2011

Historias de Kathmandú a Singapur.

Estresante. Agitado. Agotador. Frustrante. Impotente. Surrealista. Increíble. Loco. Exasperante.
11:05 h. Katmandú.
Finalizo mi desayuno, pago y bajo a la calle, a buscar un taxi que me lleve al aeropuerto. Encuentro uno muy fácil. Llegamos al aeropuerto sobre las 11:40, tiempo más que suficiente puesto que mi vuelo no sale hasta las 14:40 h. Katmandú-Delhi-Chennai-Singapur. Ese es el recorrido que me espera.
Voy al mostrador para facturar la mochila. La chica busca en mi pasaporte.
-           ¿Dónde está el visado para India?- me pregunta.
-           No, no… voy en tránsito, no voy a India, voy a Singapur- respondo.
-           Pero va a coger un vuelo doméstico en India, necesita el visado- añade nuevamente.

Aquí ya empiezo a incomodarme. Llama a su supervisor, que anda por allí y le explica la situación. Volvemos a la conversación anterior, pero esta vez con el supervisor. Él me dice:
-          Tiene dos opciones: o comprar un billete Delhi-Singapur para no necesitar el visado, o se va a tramitar ahora el visado a la embajada de India.
-          ¡ Pero no me va a dar tiempo !- exclamo.
-         Sí, sí, tardas unos 20 minutos en ir y otros tantos en volver y el visado lo tienes en 10 minutos. Tienes hasta las 13 h., que cerramos el check-in.

Miro el reloj: las 11.50 h. Tengo una hora y diez minutos, yendo todo muy bien. No tengo otra opción.
-          Si llego un poco tarde, ya sabes por qué es… ¿Meterás la mochila, no?.
-          O compra otro billete… Hay otro vuelo a las 15.55 h.
Me lo miro, estupefacto. ¿Este pavo se piensa que yo nado en la abundancia o qué?. Joder, no soy nepalí, pero tampoco Bill Gates…
Antes de seguir, aclaraciones anticipadas que veo venir a según quién... cuando compré el billete no pude ver (cuestiones informáticas) cuáles eran las escalas y no las supe hasta que imprimí el billete, dos días antes. Tampoco pensé, cuando vi el Delhi-Chennai, que necesitara el visado Indio, puesto que pensé que era todo en tránsito hacia Singapur.
11:50 h. Aeropuerto de Katmandú.
Salgo corriendo de la terminal y me monto en el primer taxi que pasa. Le explico la situación y que tengo que ir muy rápido. La circulación en Katmandú, como ya sabéis, es caótica, los atascos son terribles y yo tengo que ir a la embajada ahora… No lo veo nada claro. Avanzamos lentamente y mi mirada va del reloj a la carretera, de la carretera al reloj. El taxista me mira por el espejo, con curiosidad.
12.20 h. Embajada India.
Llego a la embajada. Bajo corriendo y el guardia me dice que para los visados, en la puerta que hay a 30 metros. Corro hacia allí. Está cerrada. Dentro veo extranjeros. Dos policías me miran desde dentro. Les digo que necesito el visado y me dicen que está cerrado, cerraron a las 12 h. Aquí empieza una conversación que se alarga por espacio de unos tres minutos. Trato de explicarles que es urgente, que mi vuelo sale en poco más de dos horas, que no sabía que necesitaba el visado, etc… Uno me pide el billete de avión tras decirle como unas 20 veces "please". Se lo dejo. Va a una ventanilla del fondo del patio, donde se tramitan. Vuelve y, por suerte, me abren la puerta metálica corredera para entrar. Entro corriendo. Relleno el primer formulario y lo entrego en una ventanilla. Me dice que necesita quedarse con el billete de avión (impreso). “Lo necesito”, le respondo. “Pues una fotocopia”. “¿Dónde hago una fotocopia?”. “Ahí fuera tienes una copistería”. Dejo las mochilas en el patio este donde se tramitan los visados y salgo corriendo. La copistería está a unos 40 metros. Le pido las fotocopias. Genial, no hay luz… Tiene que arrancar el generador eléctrico para hacerme dos putas fotocopias. Y ahora espera un poco a que se caliente la fotocopiadora. ¡¡Joder, me cago en la puta!!. Bien, ya tengo las fotocopias. Vuelvo corriendo. Entro y me dirijo nuevamente a la ventanilla. Le entrego las fotocopias (he salido corriendo de la copistería sin guardar el cambio, sin ordenar las fotocopias…) y me dirige a la siguiente ventanilla. Ahí, un chaval joven, funcionario en el sentido más prejuicioso que podáis imaginaros (aunque hay quien me recuerda constantemente que no todos los funcionarios tienen la misma actitud, lo que es cierto… pero este es pasota a más no poder), me acaba de sellar lo que necesita y me dice que bien, que a las 17 h. puedo pasar a recogerlo. Jajajajaja… ¡¡¡pasmao!!!. ¡¡¡Que lo necesito ahora!!!. Le explico que tengo que obtenerlo ahora, que mi vuelo sale en apenas dos horas, que no sabía que necesitaba el visado y bla, bla, bla… “Ok, tiene que esperar 5 minutos, entonces”. “¿Por?”. “Hay que llevarlo a la embajada (donde llegué yo al principio) a que lo firmen”.
12.40 h. Embajada de India.
Tengo que esperar 5 minutos… Veo a un hombre vestido con camisa amarilla que llega con varios pasaportes en la mano. Ah, el correo del zar, pienso… este es el encargado… pero… un momentoooooooooo… eso quiere decir que…  ¡¡¡MIERDA!!!. Lo veo salir, nuevamente, con un portafolio y un pasaporte. ¡¡Mi pasaporte!!. Me cago en la puta, nuevamente. Lo veo caminar, parsimoniosamente, calmadamente, se detiene en la puerta junto a los guardias, charla con ellos.
Para los que habéis estado en estos países, ya sabéis que hay conceptos que los indios no comprenden, no entran en su vocabulario: velocidad, rapidez, prisa, urgencia… En su lugar tienen conceptos contrapuestos más bien: calma, paciencia, tranquilidad, pausa…
Me acerco a la ventanilla nuevamente y le pregunto. “15 minutos más, me responde”. “¿¿¿¿¿¿¿¿¿15 minutos más??????????????”. Ahora sí que tengo claro que ya no llego a las 13 h. Empiezo a deambular por el patio, comiéndome los nudillos (literalmente), caminando nervioso… con lo tranquilo que soy y estoy que me subo por las paredes. Veo los minutos cómo caen y ni rastro del hombre de la camisa amarilla. Mis mochilas, junto a las ventanillas al fondo del patio, las voy acercando a la puerta, pensando en ganar segundos y no tener que arrastrarlas desde tan “lejos” (unos 30 metros de patio).
Entra una chica con el mismo problema: su vuelo sale en 2 horas. “Lo llevas muyyyyyyyyy jodido”, pienso. “Tiene que volver el camisa amarilla con mi pasaporte y luego tendrá que volver a ir con el tuyo… no pillas el vuelo ni de coña”.
Entra un matrimonio de unos 50 años, el mismo problema…
13 h. Embajada de India.
Sigo caminando en círculos por el patio, con la mirada en el suelo y mordiéndome los puños. Asumo que ya no llego a la hora y, racionalizando, pienso que hasta una hora antes, más o menos, podría facturar. Eso me daría aún 40 minutos de margen. No me queda otra: dejo mi ateísmo a un lado y me encomiendo a Shiva, Parvati, Ganesh, Hanuman, Visnú, Alá, Dios, Messi y cualquier dios que me pueda echar una mano…
Leo un cartel: martes 12, embajada cerrada. Muy bien, me libro por un día. Anda que si me pasa mañana, voy listo…

Empiezo a asomarme por la verja metálica buscando a un hombre con camisa amarilla del cual depende mi suerte hoy, ahora mismo.

Ya no puedo más. Salgo a la calle. Mi mirada no se aparta de la gran valla metálica de la embajada, esperando que se abra y aparezca él, mi salvador.

Justo enfrente, veo un tablón de anuncios, con un cristal. Varias hojas colgadas. Son de la embajada británica. Hay tres hojas de tres personas desaparecidas en Nepal. El más antiguo del año 2.003. La última noticia que tiene su familia es de un trekking al campo base de los Annapurnas. 24 años… Joder, menuda hostia me acaban de dar. Un billete de avión… dinero… no es nada, vamos. Esto sí que es jodido, pienso.
Pero mi cerebro vuelve a activar el estado de emergencia. Miro el reloj: 13.10 h. Un cuarto de hora me dijo el apático de dentro, hay que joderse. Llevo ya media hora esperando. De aquí al aeropuerto son unos 20 minutos con suerte. Mi taxista sigue fuera, delante de mí, esperándome, como habíamos pactado. Ha abierto el capó del coche… nada más falta que ahora se te estropee, macho.
13:15 h. Aparece el camisa amarilla.
Me acerco a él. Me dice que tengo que ir a la 3ª ventanilla a recogerlo. Allí, una chica me pide el resguardo que me habían dado antes, ya no sé si en la primera o la segunda. Se lo entrego y… ¡¡pasaporte con visado!! Salgo corriendo. Doy las gracias a los policías y me meto casi de un salto en el taxi. “Rápido, por favor”. Bueno, como si le dices a una tortuga que te dibuje el arco iris… vamos, como si oyera cantar.
13:20 h. Taxi camino al aeropuerto.
Mi vista va del reloj a la carretera, de la carretera al reloj. Preparo el dinero para dárselo al taxista y no perder ni un segundo. Genial, ahora un policía justo nos detiene en un cruce cuando nos tocaba pasar… Atasco. Tráfico. Calor. Los minutos caen. Es una carrera contra el reloj y contra la puñetera y absurda burocracia india. Me cago en los dioses indios y en la embajada india, en su visado y en el supervisor. En el funcionario apático y hasta en e-dreams por no avisarme en ningún momento de tener que tramitar el visado para ese vuelo. Me cago en todo y no sé si empezar a pensar en pasar un día más en Katmandú, buscar vuelo para el día siguiente, a ver cuánto me cuesta y… COÑOOOOOOOOOOOOOOOOOOO….
13:40 h. Aeropuerto de Katmandú.
Le pago al taxista y salgo corriendo, cargado con las dos mochilas. La correa de una se me engancha en el carrito de un señor. Me sonríe… Lo siento, no tengo tiempo ni de sonreír. La desengancho y sigo corriendo. Entro… “Passengers only”. Donde antes no había nadie, ahora debe haber una cola de unas 20 personas. Uffff, no puedo, no puedo. Me dirijo a los dos policías y les explico que tengo mucha prisa, que he tenido que tramitar el visado corriendo para India. Me pregunta uno de ellos que a dónde vuelo: “A Delhi”. Me abre la cinta y me deja pasar, ahorrándome parte de la cola. La otra parte, me la salto yo, adelantando sin miramientos al personal. He perdido la educación y las buenas formas. Qué le vamos a hacer… Tras el primer control de rayos X, el policía que te cachea me mira extrañado: sí, claro que me has visto antes, nen… “he tenido que ir a por el visado para India”. Sonríe… no tengo tiempo de sonreír, macho. Salgo corriendo al mostrador para el check-in. Ya no está ni la chica que me atendió ni el supervisor… “Me cago ennnnnnnnnnnnnn…”.
13:40 h. Mostrador de Jet Airways.
Llego resoplando, con la tensión a tope, los nervios a punto de estallar. Le digo al chico que voy a Delhi, que si estoy a tiempo… “Por los pelos… es usted el último”, me dice.
Me apoyo en el mostrador, resoplo, tomo aire. El corazón me palpita a 1.000 por hora. Lo he conseguido, quizás por uno o dos minutos, pero ya está.
Al avión despega a las 16:20 h., hora y media de retraso…
De lo que pasó en el aeropuerto de Delhi para recuperar mi mochila, cambiando de terminales, siendo acompañado por un chico para poder recoger la mochila que me dijeron en Katmandú que la recogería ya en Singapur, pero en Delhi me dicen que ni hablar, que la mochila está en la cinta, de cómo he corrido por el aeropuerto de Delhi para conseguir recuperarla, conseguir las tarjetas de embarque y encontrar la puerta para el vuelo Delhi-Chennai en el enorme nuevo aeropuerto de esta ciudad, quizás otro día lo explico.

Me subo al avión con unas décimas de fiebre. Hay que joderse.
Necesito playa para descansar. Se me ocurre Bali… ¿Qué os parece?.
Martes, 12 de Abril de 2.011, 8 de la mañana. Llego a Singapur… Menudo contraste con Katmandú. Me voy a dormir un rato, que apenas he podido en el avión. Visto lo visto, es casi un milagro que esté aquí ahora mismo... Toca dormitorio compartido, los precios están por las nubes: 20 $ de Singapur (unos 12 €) en habitación compartida con 11 personas más.

divendres, 8 d’abril del 2011

"Om mani padme hum, Om mani padme hum..."

Bodnath, 8 de Abril de 2.011.
El día de hoy lo recordaré durante mucho tiempo, asemejándose las sensaciones y vivencias al día que visité la iglesia de San Juan Chamula (Chiapas, México). Si entonces me impresionó el sincretismo religioso, mezcla de religión cristiana y tradiciones mayas, con ritos animistas, hoy puedo decir que la sensación de ser el único occidental en el interior de un gompa budista mientras se celebran las plegarias de un nutrido grupo de monjes budistas, es realmente sobrecogedora. Te toca el espíritu. Te llega al alma. Te la acaricia, como queriendo acogerla y mostrarle el poder de su oración.
He llegado a Bodnath a media mañana. Esta ciudad es famosa por su gran stupa budista, de formas y simetría perfectas, con todo su simbolismo inherente: el plinto que representa la tierra, con las cuatro caras que representan los cuatro estados de conciencia: amor, compasión, alegría y ecuanimidad. La cúpula hemisférica (kumbha), que simboliza el agua; la harmika, una torre cuadrada sobre la cúpula que representa el fuego; los 13 niveles de la torre representan las 13 fases por las que pasa una persona hasta llegar al nirvana; coronando la torre, una aguja, representando el aire; finalmente, una sombrilla, que simboliza el vacío más allá del espacio. Sin duda, es preciosa y de unas proporciones perfectas.
La Stupa de Bodnath.

Pero siendo este monumento religioso impactante, la experiencia que he vivido poco después, es aún más impactante. Tras callejear, llegué a varios Gompas, una especie de monasterios, congregaciones budistas, con un oratorio, patio central, dormitorios, etc. Y a los que se accede tras pasar una puerta metálica desde la calle.
Llego al Pal Dilyak Gompa. Son las 12.30. Entro y no hay nadie en el patio. Apenas a 60 metros, veo el oratorio, con un joven monje en la puerta. Me acerco. Veo que hay unas cortinas echadas en la puerta que da acceso al oratorio y muchos pares de zapatos. Imagino que turistas. Pregunto si puedo entrar y me dice que sí, pero que tengo que rociarme la cabeza con el “Kharma néctar”. Me echa un poco en la mano y me indica, con gestos, que me lo pase por el cabello. Me descalzo y abro un poco la cortina para entrar… Pongo el primer pie dentro del oratorio. Me quedo sin aliento.
No respiro.
Sólo miro.
No sé qué hacer.
El corazón me late fuerte.
Cada vez más fuerte.
Bajo la cámara.
Acuesto la guía sobre mi pecho.
Me quedo de pie, junto a la entrada. Tras las cortinas.
Ante mí, una escena impagable, de las que no salen en las guías, de las puras, auténticas, imprevistas, que te remueven. Unos 80 monjes rezan en el oratorio, perfectamente alineados: 3 filas a un lado, 3 filas al otro.
En la Lonely Planet dice, textual: “… de la escuela Kargyud, con otra gran escuela monástica y un inmenso oratorio lleno de instrumentos musicales que emiten una conmovedora banda sonora durante las plegarias del mediodía”. Es mediodía. Es la plegaria. Es esta sala. Son estos instrumentos. He caído aquí por casualidad a esta hora y me dispongo a pasar lo que han sido unos 45 minutos realmente emocionantes.
La sala está decorada con motivos florales en el techo. Unas figuras de Buda, de color dorado, en urnas de cristal al fondo de la estancia. Las paredes, con escenas mitológicas del budismo, de la vida de Siddartha Gautama, en tonos dorados, rojos, azules y verdes. Cuatro ventanales, dos a cada lado, aportan una luz difusa a la estancia, junto a varias pequeñas lámparas colgadas del techo.
Delante de mí, un pasillo se extiende, con dos hileras de jóvenes monjes, sentada una fila frente a la otra. Al inicio, dos enormes gongs (tambores) verdes, en vertical. Soy el único extranjero, turista, occidental… Los monjes y yo. Me miran algunos, con curiosidad, mientras no dejan de rezar y cantar. Hay niños, jóvenes, de mediana edad y alguno más mayor.
Me quedo petrificado tras la cortina. No sé qué hacer. Lo único que se me ocurre es quedarme ahí, quieto, mostrando respeto y perturbando lo mínimo posible con mi presencia. Me miran algunos monjes, curiosos. Recibo alguna sonrisa mientras, observo, no dejan de cantar/rezar. Debe haber unos 80 monjes, sentados, con las piernas cruzadas, sobre unos bancos de apenas 40 centímetros de altura, con unas largas mesas justo delante suyo. Los lados y el frontal de las mesas, dorados con escenas esculpidas. La superficie, roja. Y sobre las mesas los mantras que recitan, que cantan. Los pasan, poco a poco, uno tras otro.
Los monjes de las filas centrales tienen unos tambores en vertical, más pequeños que los dos enormes, claro. Los sujetan con la mano izquierda, mientras en la derecha portan una especie de palo con el que golpean estos tambores, rítmicamente. El “palo” tiene forma de guadaña, pero es todo de madera, acabado en una semicircunferencia y con una especie de bolita-disco al final, que es lo que golpea el tambor. Golpean todos a la vez, sincronizados, sin mirarse.
Un joven se me acerca. Me hace señales de que pase a un lado de la puerta. Hay una alfombra en el suelo, junto a la pared. No hay nadie ahí sentado. Permanezco de pie, junto a la alfombra. “Al menos ya no estoy en la puerta”, pienso. A los pocos segundos, vuelve a aparecer el monje, con un vasito de cerámica blanca, pintado con motivos florales azules. Lo deposita, vacío, a mis pies. Comprendo…. Dejo la cámara y la guía en la alfombra. Me saco la mochila y me siento. Al momento, llega el joven monje y llena mi vasito de una sustancia rosada. La textura parece lechosa. Le agradezco la amabilidad con una leve inclinación de cabeza. Me responde igual y añade una sonrisa, cómo no. El sabor no es del todo agradable por eso: sabe a harina.
Mi visión, sentado desde la alfombra... Faltan los monjes, claro!!

A la izquierda, un pequeño púlpito ligeramente más elevado que el resto. Un monje de mediana edad parece ser el de mayor autoridad. Junto a mí, apenas a un metro, el final de unas trompetas enormes, de unos cuatro metros de longitud, apoyadas en el suelo. En el extremo de ellas, dos monjes más, que las hacen resonar en momentos puntuales.
El tamboreo, rítmico, se mezcla con los cantos. La atmósfera es, a mi entender, mágica, subyugante, hipnotizadora. Un jovencito, con la voz así más aguda, parece recitar otros versos. Al menos así me lo parece.
Entran dos monjes mayores. El segundo, con una especie de mantón al cuello, de colores vivos, que hace resonar ligeramente una campanilla que alza con su brazo derecho. Dan la vuelta a la estancia, haciendo resonar esa campanilla, mientras el resto sigue con sus rezos.
De pronto, suenan las enormes trompetas que tengo junto a mí. Uno, dos, tres segundos… más… cada vez más intensamente, en un in crescendo atronador. Así hasta 7 u 8 segundos. Unos golpes en los grandes tambores que hay en la entrada, apenas a 2 metros de mi posición, indican el fin del sonido de las grandes trompetas y cambio de rezos. La melodía suena diferente, el ritmo es otro. Más trompetas. El ruido se torna estruendoso, profundo, grave.
Cantan los niños, los más jóvenes, en la pared de la parte derecha de la estancia. Apenas un minuto hasta que se vuelven a unir todos. Suenan, ahora, unas trompetas más pequeñas. Algún monje se balancea adelante y atrás mientras canta, con los ojos cerrados.
Me llega el olor a incienso. Creo percibir una ligera bruma en la estancia. Dos monjes jóvenes entran y se ponen a limpiar: uno el suelo, el otro, las mesas, de manera discreta todo queda impecable, sin dejar de escucharse el rezo. Ahora veo el incienso, al fondo, tras una gran rueda de oración tibetana. “Om mani padme hum” (“alabada sea la joya del loto”).
Dos jóvenes hacen sonar ahora, de manera intensa y prolongada, una especie de caracolas enormes, durante varios segundos. Se produce otro cambio en los cantos. Las trompetas gigantes suenan, crecen en intensidad.
Se han acostumbrado a mi presencia. Ya casi nadie me mira. Estoy junto a la puerta, en la alfombra, sentado con las rodillas cruzadas y mi espalda apoyada en la pared, disfrutando de este momento de magia, de emoción, de poder sentirme afortunado de vivir esta experiencia, con unos 80 monjes en una preciosa estancia. Los cantos resuenan, acompañados de trompetas, caracolas, tambores,… La iluminación acentúa la percepción casi irreal de la escena.
Los monjes de las filas centrales dejan reposar sus tambores en una especie de taburetes a su lado, dispuestos especialmente para ello ahí. Parece que ya no los tocarán más. Suenan todos los instrumentos a la vez. Las voces se alzan. Se escuchan unas campanillas… De pronto, el silencio…
Fin de los rezos.
Poco a poco, se van levantando. Los que pasan junto a mí, me miran, respetuosos. Los más atrevidos, educados, extrovertidos o vete tú a saber qué, sonríen y saludan amablemente. Aún sobrecogido, estoy así un par de minutos. Hay rezos… los niños se han quedado cantando, junto a dos monjes jóvenes, que parecen tutores. Me pongo en pie, cojo la cámara y, ahora sí, me dispongo a hacer algunas fotos donde unos minutos antes estaban sentados todos los oradores. Paseo, descalzo, admirando los instrumentos musicales, los mantras de papel que quedaron en las mesas, las pinturas de la pared, los budas dorados del fondo.
La sala de las plegarias.
                                      


Recojo mis cosas.
Salgo al patio.
Me calzo mis zapatos.
El sol ilumina mi rostro. Me deslumbra.
Inspiro profundamente.
Cierro los ojos…


PD: Ya que muchas personas alaban mis fotografías, desde aquí manifiesto mi agradecimiento a quien más me enseñó en este tema, el Sr. José Manchado, Saha para los amigos. Tras la Rioja, India y Tanzania, debo reconocer que muchos de mis conocimientos, a él se los debo…
PD: El blog se hace internacional… En Argentina: Ceci y Gustavo; en USA: José Antonio?; en Italia: Alessandra; en Angola: Miquel; en Andorra: Iván… y luego hay algunas visitas realmente curiosas: 9 visitas desde Dinamarca (Elena Bassaganyes??); 6 desde el Reino Unido (ni idea, vamos); 1 desde Suiza (esta sí que es un misterio). La mayoría, obviamente, de España y Catalunya. Más de 1.500 visitas en dos meses de vida. Muchísimas gracias a tod@s!!!.

dimecres, 6 d’abril del 2011

Últimos días en Nepal.

Tras la aventura del autobús, decidí instalarme en Katmandú, en un hotel que estuviera bien, ya que lo necesitaba para compensar un poco los lúgubres lugares donde había dormido (excepto en Chitwan, que estuvo bien). Encontré uno con wi-fi en la habitación, agua caliente 24 h. y TV vía satélite. El precio inicial, 16 $. Luego me lo bajó la chica a 12 y como le dije que mi intención era pasar una semana, lo podíamos dejar en 10 $... Así que por unos 7 € estoy en un lugar muy a gusto, cerca del centro y muy cómodo, que era lo que quería. Y he pagado 4 € por auténticas bazofias de habitaciones.
En estos días estoy muy tranquilo. Me dedico a pasear por Thamel y el centro de Katmandú, a visitar restaurantes internacionales (nepalíes, tibetanos, coreanos, italianos…), tomar deliciosos tés o cafés en una terraza con wi-fi, leer o hacer alguna visita que aún me faltaba. Ayer, por ejemplo, visité Patán: su centro histórico es precioso, el más bello conjunto de edificios de arte newarí combinado con algunos aspectos de sikkharas hindúes. ¡¡Precioso!!. Os adjunto una foto.

Para entrar en estos recintos te hacen pagar entrada. Es como si en el barrio gótico de BCN pusieran taquillas en las ramblas, portal de l’àngel o via laietana para que los turistas paguen… Pero, claro, siempre hay algún callejón o algún turista que se escapan, pues la circulación de personas es constante. Y yo, ayer, vi un callejón que daba al conjunto histórico y por el que no tenía que pagar. Más listo que nadie, ahí entré… Total, me dispuse a hacer fotos, admirado, contemplando las ventanas talladas en madera negra, los dinteles, las figuras simbólicas de los templos, el rojizo del ladrillo… ahí estaba yo, inocente, al lado de 4 policías y una ayudante. La ayudante me miró y ya supe lo que pasaría. Se me acercó y me preguntó por el ticket. “¿Qué ticket?”, pregunté yo, haciéndome el tonto. Total, que me explicó que era necesario y que tenía que comprarlo. Pues me acompañaron ella y una policía al puesto de compra de tickets. Una sensación extraña, como si hubiera delinquido, jejeje. Después nos cruzamos varias veces por la plaza y la chica no hacía más que sonreírme… (fin de este tema, ¿ok?, jejjejeje).
Por la noche me encontré, de nuevo, con Phadra, la chica californiana. Estaba con su amigo inglés, con el que iba a hacer un trekking. Estuve un rato hablando con ellos y el tío es de… Londres… y seguidor del… Tottenham… Me dijo que vería el partido en algún bar o pub de por aquí. Ja… ¡¡a las 23.30 está todo cerrado!!, le dije. Y como yo tengo buen corazón, o para darle un poco de envidia, no sé, le comenté que yo había visto por satélite el partido del Barça de liga y que podría ver los de la Champions. ¿Desenlace?. Esta noche viene el inglés a mi habitación a ver el Madrid-Tottenham de Champions… Una vez más, no me hagáis comentarios porque el inglés es un trozo de armario y como se me ponga a gritar en la habitación a ver cómo lo saco de allí!!!.
Ah, anoche volví a coincidir con ellos. Resulta que el tío lleva 6 meses viajando: 5 en India, uno en Thailandia y ahora Nepal. Es diving master de submarinismo y me dijo que, ni de coña, bucee en Thailandia, que hay mejores sitios. Genial… apuntados sus consejos.
Total: 3 noches seguidas con una americana y un inglés. Más clases gratuitas de conversación. En una academia valen una pasta, así que esto debería contarse en el “haber” del viaje y no en el “debe”, ¿no?.
Pasé por la agencia que organiza el Tour por el Tíbet. En teoría salía el próximo sábado hacia Tíbet, pero el de la agencia me dijo que estaba en el aire, que no estaba claro, que el gobierno chino postpone una semana más conceder permisos de entrada a turistas extranjeros. Valorando la situación, que una semana en Tíbet se va a los 500 €, que “perder” una semana más aquí me restaría días de otros sitios que me apetecen mucho, poder deshacerme de ropa de invierno que he traído, saco de dormir, etc. (que enviaré por alguna empresa de mensajería internacional a casa), pues he decidido irme hacia Singapur. Estaré dos días y medio allí, para luego coger otro vuelo hacia Bali y realizar el viaje exactamente como lo había planeado al principio, con el cambio, obligado, de Nepal por Japón. Así, el 12/04 llego a Singapur y el 15 a Bali. ¡¡¡Genial!!!
Ya han pasado 3 semanas. ¡¡Tres semanas!! ¡¡21 días!!. Uffff… ¡¡el tiempo vuela!!. ¿Quién lo diría?. Crees que lo puedes retener, asir, mecer a tu lado, pero de ninguna manera. Se te escapa por entre los dedos, cual arena de playa, imposible de atrapar. Y así, pasan los días, uno tras otro y lo que ayer era mañana, mañana ya es pasado. Así, uno tras otro, han ido cayendo estos primeros 21 días de viaje.
No os negaré que llegar a Katmandú, el primer día, una ciudad de 13 millones de habitantes, desordenada, caótica, contaminada, ruidosa y pegajosa, fue un poco chocante, especialmente por llegar sólo. Nadie te espera. Nadie te acompaña. Bueno, llegué al aeropuerto con María y tomé un taxi con aquel brasileño. Pero nada más.
Los primeros días fueron duros. Muy duros. Nadie a quien decir “buenos días”, “buenas noches”, “¿qué te apetece cenar?”. Nadie con quien compartir un mantel, una cerveza, una coca-cola o un vaso de agua. Tú. Sólo tú. La sensación de ir a cenar sólo fue extraña las dos primeras noches (el desayuno suele ser en el hostel/hotel/guest house y la comida, algo rápido, un tentempié, vaya). Todos hemos comido alguna vez solos por ahí, pero hacerlo cuando viajas sólo, tan lejos de tu casa y de tu gente, confiere un punto de profundidad a ese hecho. Conforme pasan los días, la sensación se atenúa y hasta te acostumbras. De todos modos, algunas noches he cenado acompañado y eso se agradece. Y mucho. Esta noche igual ceno con tres chicas argentinas que están en el mismo hotel que yo.
Como el viaje parece que será largo, no suelo madrugar, excepto si hay algún motivo muy justificado, pero si es para ver la ciudad, no madrugo. El desayuno suele ser bueno: tostadas, té, una tortilla o huevos fritos y unas patatas asadas. Sales con la guía y la mochila de las visitas (la pequeña) y a visitar lo que has previsto para ese día, que te lo miraste el día anterior, vamos. Visitas, fotos, hablas con algún turista, la gente local te saluda… y a media tarde, vuelves al hotel. Una ducha, quizás descansas un rato y a eso de las 19 h. sales a cenar (los horarios son un poco más temprano que en BCN). Y cuando has cenado, si estás sólo, pues sobre las 20.30 ó las 21 h. estás de vuelta en el hotel.
En esas horas aprovecho para hacer el “trabajo más administrativo”: pongo al día la libreta de gastos, detallando todos los del día y que luego transcribo a una hoja Excel que me creé donde apunto esos gastos según conceptos y me hace la conversión a euros, totales por conceptos, media diaria, etc. (soy muy ordenado, ya sabéis); leo un poco de las visitas del día siguiente;  descargo las fotos del día al netbook y las reviso, las depuro o las elimino; si tengo algo en la cabeza para el blog, me pongo a escribir en un documento Word que luego con un “copiar-pegar” lo subo (si tengo conexión wi-fi) o lo meto en un pendrive y lo subo desde un cyber-café; Y si aún sobra tiempo, quizás leo un rato de “Los miserables” de Víctor Hugo o me pongo alguna película de las casi 140 que llevo en el netbook (Jordi, qué gran idea esto del portátil pequeño… de gran compañía y ayuda!!. Gracias, nen!!)… o me pongo algún programa de los especialistas secundarios, música…
Cuando puedo, conecto a internet, lo que varía mucho de unas ciudades a otras. En muchísimos sitios hay wi-fi, así que te tomas el desayuno, la cena o un té a media tarde, pides la clave wi-fi y mientras consumes, consultas: el correo, tu cuenta bancaria, noticias generales, noticias deportivas, el facebook…  En otras ciudades, el wi-fi no lo conocen, hay pocos cybers y la conexión va a pedales… uffffffffff, puede ser desesperante, ¡¡os lo juro!!.
Y así van transcurriendo los días. Uno detrás de otro. En un suceder continuo, sin descanso, sin tregua, sin vuelta atrás. Hoy estoy aquí, mañana estaré en otro sitio. Intento, eso sí, estar al menos dos noches en cada hotel, porque acarrear la mochila, buscar alojamiento, deshacer mochila, dormir, hacer mochila e irse es un desgaste considerable de energía. Cuando son 20-25 días de viaje, hay que hacerlo porque quieres ver muchas cosas en ese espacio concreto de tiempo, pero yo voy a estar varios meses, así que la prudencia obliga a tomárselo con calma.
Pues sí, ya han pasado 21 días… guau… He hablado con mi familia un par de veces por skype. Mi madre no hace más que decirme: “¡¡lo que tienes que hacer es volver ya!!”. Supongo que a medida que pasen los días se incrementará su tranquilidad y aumentará la añoranza… De la dureza y la incertidumbre de los primeros días, se pasa a un estado de confianza y seguridad. Si bien al principio no sabes cómo resolverás según qué temas, cómo te desenvolverás en según qué situaciones, etc…  ahora ya puedo afirmar que eso quedó atrás. Estoy tranquilo y seguro. Todo está saliendo bien. Me muevo con soltura, sin prisas pero con firmeza y decisión. Sé que cualquier imprevisto se podrá resolver, seré capaz de resolverlo. Ya no me preocupa cenar sólo o acompañado. No me preocupa si me pierdo o no en una ciudad (que no suele pasar). No me preocupa tener la sensación de que te están intentando timar, pues es su forma de ganarse la vida. No me preocupa si llevo la ropa limpia o sucia (intento llevarla limpia, peeeeeeeeeeeroooo… no siempre se puede, amig@s). No me preocupo de la hora. Me dejo llevar, me fundo con el paisaje, disfruto paseando, recibiendo sonrisas cordiales, desembarazándome de los taxistas y guías pesados… me dejo llevar y paladeo la sensación de libertad: todo depende de ti, todo lo que tú decidas será responsabilidad tuya. Y ahí seguimos, decidiendo cada día, sin horarios, miradas desaprobadoras o desafiantes, malas caras, rutinas, agobios, estrés… esto es otra cosa. Es incertidumbre, cambio, movimiento, adaptación, decisión, novedad, sorpresa, decepción, lluvia, sol, nubes, niños, sonrisas, colores, sabores, olores, suciedad, incomodidad, planes, pensamiento, acción… Es… libertad. Es… vivir. Es… cumplir un sueño. Es… sentirse vivo. Es… descubrir lo amplio que es el mundo y lo limitada que tenemos la visión cegados en nuestros horarios diarios, nuestras obligaciones y nuestros compromisos. Es… respirar. Es… echar de menos a quienes quieres. Es… poner a prueba sentimientos. Es… una dicotomía en querer seguir el viaje y deseo de que llegue el día de tu vuelta para reencontrarte con tu familia, con tus amigos... Es… Es… Es… Bueno, para cada persona sería una cosa diferente, seguro. Como reza una frase, no recuerdo el autor, “la distancia es la piedra de toque de los verdaderos afectos”. Pues eso, que la distancia entre personas no son los kilómetros físicos entre ellas, sino el afecto, el vínculo, el cariño, el amor…
Para mí este viaje es todo eso. Y mucho más. Es, ante todo y sobre todo, un sueño disfrazado de un reto al que decidí enfrentarme y al que estoy venciendo, como no podía ser de otra manera.
Queda menos para la vuelta… pero queda mucho camino por delante.
Un abrazo.
Os quiere… Sergio.

dimarts, 5 d’abril del 2011

Sin visado para Tíbet. ¿Una semana más en Nepal?. Creo que cambio de planes.

El gobierno chino no admite turistas y no expide visados para visitar Tíbet hasta el 16/04, la próxima semana. Eso implicaría estar otra semana más en Nepal. 30 días en total… Y si no haces trekking y habiendo visitado las ciudades más importantes del país, no queda mucho más que hacer. Nepal aunque me ha gustado, no me ha fascinado. Y tengo ganas ya de cambiar de aires. Una semana más aquí se me haría realmente larga.
Por una parte, pienso que igual no tenga otra oportunidad de ir a Tíbet. Aunque esperar una semana para ir allí, implicaría luego ver algo de China y restar días de Malasia, Indonesia o Thailandia, que era la idea inicial. Además, quiero ver el techo del mundo, pero tampoco nadie garantiza que me vaya a entusiasmar por la invasión china y su exterminio de todo lo que huela a tibetano. Por no hablar del coste económico… Me costaría 500 € la visita a Tíbet.
He estado mirando vuelos, diferentes opciones para salir de Nepal. Ir hacia Myanmar, hacia Laos, llegar a Bangkok y bajar por tierra hasta Singapur, volar hacia Singapur y luego a Bali… Estoy por coger un vuelo a Singapur, que sale bastante bien de precio. Estarme un par de días en la ciudad, visitándola, y luego coger otro vuelo hacia Bali, que también está genial de precio, para luego ir subiendo: Indonesia (Bali, Sulawesi), Borneo (indonesio y malayo), Malasia continental, Thailandia, Laos, Vietnam y Camboya. Así, el viaje quedaría tal y como lo había pensado, pero cambiando únicamente Japón por Nepal. Además, me permitiría librarme de varios kgs. De equipaje, que enviaría por correo a casa: guías, ropa de invierno, saco de dormir, etc.
Esta noche lo pensaré bien.

diumenge, 3 d’abril del 2011

Una pesadilla nepalí.

Algún punto del valle de Katmandú, 01/04/2.011.
Tras pasar con más pena que gloria por Tansen (Palpa), me dirigí a Lumbini, lugar de nacimiento de Siddartha Gautama (Buda, para los profanos en el tema budista), que nació aquí en el 536 a.C. El pueblo son, literal, dos calles: la carretera y una perpendicular. Así que cuando vi las ruinas de la antigua ciudad, el lugar donde nació Buda y los templos que están construyendo allí las diferentes congregaciones budistas del mundo, estaba todo hecho.
Tomada la decisión de abandonar Lumbini, me planteé dirigirme hacia Bandipur… pero a última hora, lo desestimé: demasiados parecidos con la descripción de Tansen, que tanto me decepcionó. Y barajando diferentes alternativas, pensé que lo mejor era volver a Katmandú: al menos allí hay más cosas que ver y hacer. De hecho, desde la capital aún quiero visitar Bakthapur, Bodnath y Patan. El problema era que el camino se presentaba maratoniano.
Me despierto a las 7.45 y tras desayunar, el camarero me indica que el único autobús que va a Katmandú directo, sale a las 7 de la mañana… Por tanto, debo coger uno hasta Bairahawa y, allí, otro hasta Katmandú.  En este primer autobús, conozco a Johana, una chica indonesia que lleva algunos meses viajando de centro espiritual a centro espiritual, meditando,… ahora se dirigirá a Dharamshala, de la que le he hablado maravillas (en noroeste de India). Tras hablar un rato, me invita a su casa y a hacerme de guía cuando esté por sus tierras, en el oeste de Borneo, frontera con Malasia. Me deja su mail y le digo que le escribiré.
Llego a Bairahawa. Me despido de Johana y monto en rickshaw. El chaval que lo lleva, suda la gota gorda para acercarme hasta la estación de autobuses por lo que, al final, le doy el doble de lo que me había pedido. Y justo al llegar, un hombre que me dice que si voy a Katmandú, que sale el autobús ya. Le pregunto y me dice que es directo, que a las 16 h. estamos allí. Genial, pienso… sólo 5 horas y media!!. Hoy es mi día de suerte. JA!!
Se suben una pareja alemana que me pregunta cuándo sale el autobús. 5 minutos, les digo. Poco después, efectivamente, salimos. Cerca de las 10.40 de la mañana. Al principio, apenas somos 7 u 8 personas pero, como es norma habitual aquí, los clientes suben y bajan casi sin detenerse el vehículo. Se va llenando. Y yo, que tenía dos asientos para mí donde poder sentarme de medio lado y aliviar la estrechez imperante entre asientos, pronto me veo limitado, como todo ser viviente en ese bus, a un asiento. Mis rodillas atrapadas con el asiento delantero. Un hombre de mediana edad se sienta a mi lado. La mujer de delante no deja de escupir por la ventana. Llega un momento que pongo mi mochila pegada al cristal para evitar que me salpiquen sus gotas. Más tarde, un tipo así estilo tarzán, con pelo media melena, puntas rizadas, que luce una camiseta NBA, de Tim Duncan, sube al autobús. Habla en voz alta y, deduzco, parece estar bromeando con la gente, con el conductor del autobús y con los que ayudan (equipajes, cobrando el billete, subiendo a gente al bus…).
Ahora que hablo de estos… curioso: cuando parábamos en alguna población, los tíos se bajaban a buscar clientes: “a Katmandú, señora… suba, que la llevamos”… joder, eran comerciales intentando convencer a la gente de que subieran al bus!!. Vamos, como si en Cuenca uno se bajara del autobús para subir a gente diciéndole: “señora, que vamos a Barcelona, suba, suba… “, así, como empujándole a subir. Flipante!!. Algunas de estas paradas se eternizaron… hasta 40 minutos conté.
En la primera que intuí larga, bajé porque necesitaba orinar. Pero había decenas de autobuses y aquí esto de la puntualidad y demás… así que tuve que salir corriendo para buscar un rincón apartado y hacer mis necesidades. Si salía el autobús con mis dos mochilas arriba mientras yo vaciaba de fluidos mi cuerpo, hubiera sido un auténtico drama. Por suerte, todo lo hago a tiempo.
El calor aprieta y el Tarzán de las greñas se ha sentado a mi lado. Tras las oportunas preguntas de rigor (de dónde eres?, es tu primera vez en Nepal?, has hecho ya trekking?), me explica que trabaja en Bahrein unos meses al año. Su inglés es limitado y yo no tengo muchas ganas de hablar, pero el tío es amable y me dibuja en su cartera de piel (en la piel!!!) el contorno de Nepal y el contorno de Bahrein…
Pasan las 14 h. Pasan las 15 h… y la carretera me parece lejana a Katmandú. Le pregunto al Tarzán y me dice que nos quedan unas 4-5 horas hasta llegar. Me lo miro con los ojos fuera de las órbitas… “Whattttttttttttttttt???”. El conductor me dijo que a las 16 h. estaríamos allí!!. Agggggggg… Eso implica que haremos unas horas de trayecto nocturno. En la Lonely Planet, que suele ser benevolente en sus comentarios, dice algo así como: “evite viajar en horario nocturno. Cada año se cuentan por centenares los nepalíes muertos por accidentes de tráfico en estas carreteras”. Empiezo a sentirme incómodo. Son las 17.30 y apenas acabamos de entrar por la carretera del Valle de Katmandú. Esta discurre bordeando el río, sobre unos precipicios de algunos centenares de metros. Si miro el paisaje, alucino. Es precioso. Si miro los adelantamientos del conductor, el borde de la carretera, que empieza a anochecer, que no tengo espacio dónde colocar mis piernas, que no he comido nada, que me estoy meando otra vez, que estoy sudando, la mujer de delante escupe… ufffffffff… Empiezo a agobiarme un poco bastante.
                            
Anochece. En el interior del autobús, encienden una luz azul en el centro del pasillo. Las otras son verde, roja y naranja… Es como una discoteca con ruedas. La carretera, por delante, apenas se intuye. Cada adelantamiento te pone el corazón en un puño: se adelanta sin ver la carretera, no sabes si hay curva o no, si viene un coche, un autobús o un camión de frente… se hacen luces, se toca el claxon (“push honey” rezan todos los camiones en su parte trasera) y ale, a jugársela…  Se pasa alguna ciudad que otra… Una parada más. Esta vez parece que será algo más larga, pues hay que descargar unas chapas de uralita que hay en el techo. Aprovecho para bajar corriendo, volver a orinar y comprarme un paquete de galletas que me aguante hasta Katmandú, por lo menos. Miro en el techo del autobús, para asegurarme de que mi mochila sigue allí. Efectivamente… Para mí, un milagro.
 Vuelvo a subir a la estrechez de mi asiento. Me duele todo, no sé cómo sentarme. Leer, imposible con tanto vaivén y tanto traqueteo. El netbook no lo saco ni de coña. Dormir, una utopía.
Se suceden los pueblecitos, personas que caminan a oscuras por los bordes de la carretera; la luna apenas arroja algo de luz; claxon por aquí, claxon por allá, como si fuera una feria de pueblo; Por fin, algunos asientos vacíos… aprovecho y vuelvo a sentarme en uno de dos… La temperatura baja y yo voy en manga corta. Cierro la ventana, pero no hace más que abrirse con tanto traqueteo. Tengo frío ahora. Llevo ya 10 horas metido en este autobús. Una parada para cenar… a mí se me ha pasado el hambre con las galletas. El Tarzán vuelve a acercarse tras orinar, como es menester.
Tras la reanudación, acometemos la última parte de este duro viaje entre Lumbini y Katmandú, ascendiendo el último tramo del valle. El autobús circula muy lento cuesta arriba. Aún así, no cesa de adelantar camiones. Cuando llegamos a la cima, una preciosa estampa me compensa el viaje: todo el valle a oscuras, ninguna luz… excepto la de los vehículos que circulan por esta carretera: luces amarillas y rojas que se mueven lentamente ahí, abajo, describiendo, acaso intuyendo lo que es la transitada vía, como luciérnagas de noche… tramos sin luces, tramos con tres luces, tres vehículos que circulan buscando un destino, coincidencias temporales y espaciales… luces que se persiguen, se cruzan. Un espectáculo precioso visto desde la cima, pero extremadamente inquietante cuando eres el protagonista.
Llegó a Katmandú tras pasar 3 controles del ejército. Noche cerrada. Pasadas las 21 h. El conductor me dice que coja un taxi hasta Thamel, que no vaya caminando. Sí, sí, lo tengo clarísimo: no voy a cargar con las dos mochilas desde las afueras de la ciudad, que no conozco bien y a oscuras. Me llevan hasta Thamel. Pregunto en una guest house: 30 $ por noche… jajajaja.. Voy a un hotel: ya me piden 10 $... pero está lleno. Acabo en el que se hospedó Pahbra, la chica californiana. El tipo me pide 600 rupias (6 €) y me echo a reír. Tengo una amiga, le digo, a quien le cobraste la semana pasada 425 rupias. El tipo baja a 500. 450 rupias y me quedo. Muy bien… la habitación da pena, pero son casi las 22 h., he estado más de 12 horas tirado en la carretera, estoy muerto. Abro mi mochila y cojo mi saco-sábana (gracias, Tamar!!!... qué buen regalo!!). Me enfundo en él intentando alejarme de los dos mil quinientos mosquitos que pululan en esta lúgubre habitación. Vengo para estar 7 noches en Katmandú (tengo que visitar aún Patán, Bhaktapur y Bodnath) pero fijo que mañana me voy de este sitio.
Ahora… necesito dormir.
Buenas noches.